martes, 3 de mayo de 2011

El arte de parar.

    ¿Por qué nos costará tanto parar al momento?
    Podríamos decir: ¨Si estoy quieto, ¡parado en mi sofá!¨.

    Lo cierto es que aunque podamos parar el cuerpo, no se termina de detener el run run mental. Hoy mismo estaba en casa practicando hatha yoga ( yoga físico), disponía de tiempo y de un silencio exterior que pocas veces uno puede hallar, pero ¿por qué no cesaba el ruido de dentro? ¿Cómo es que era capaz de mantener los asanas ( posturas corporales), regular la respiración y tomar consciencia de la misma, y no podía detener el tráfico de mi mente?
    De hecho, pensaba: después lo conseguiré en meditación. Pero ya estaba enredado en postergar acciones para el futuro, perdiéndome la frescura del momento. En los instantes en que serenaba la mente con el ir y venir de la respiración, observaba cómo se colaba un pensamiento intruso a recordarme cosas pasadas o por hacer. ¿Qué curioso? Me decía una y otra vez, aunque la observancia de los pensamientos es lo más común en el yoga, pero esta vez era capaz de profundizar un poco más...

     Tumbado en savasana intentaba captar el impulso que nos empuja a hacer. Sentía como una inercia, como el giro de los pedales de una bicicleta impulsado momentos antes. Notaba como una programación instalada, en la que nos incita continuamente a rellenar espacios futuros de quehaceres, y de la que nos cuesta enormemente separarnos.

     Seguía reflexionando en la misma posición, como tratando de alcanzar el sentido último de todo el asunto. Como queriendo llegar al tope de la cuestión. El caso era que, maquinalmente, la tendencia es a extraviarnos en proyectos, ideaciones, ensoñaciones... Que todo ello, dándole su peso específico, es vital para el desarrollo de un ser humano, pero que tomaba tanta fuerza en nosotros que no eramos capaces de quitar el automático. Ya no estaba en nuestra voluntad frenar el anhelo de hacer, la sed de saciar un impulso subliminal difícil de detectar.

     Seguía indagando y llegaron más interrogantes. ¿Será una trampa de la mente para su supervivencia? ¿Será que sentimos que somos cuando hacemos? ¿Si dejamos de hacer ( en el sentido mental ), dejaremos de ser? o ¿Realmente somos cuando tenemos capacidad de dejar de hacer? Y ¿dónde surge la voluntad cuando ya no eres?
    Las respuestas lógicas serían que, queramos o no, siempre estamos haciendo, incluso a nivel orgánico el cuerpo se las ingenia para abastecerse de oxigeno, crear la sangre... La profundidad que quería alcanzar era la impuesta por la mente, su gran afición por recordarnos las cosas a medias que no hemos acabado y que nos impone su recuerdo en contra de nuestra autoridad.

    Recordaba la afirmación de Buda ( que trataremos en otro artículo) y es que la vida es dukka, es decir, sufrimiento, insatisfacción. Producida por el deseo, fruto de avidya ( ignorancia básica de la mente ). Será que tanto impulso de hacer no nos termina de colmar y nunca nos vemos saciados ni completos. Ahí quería llegar, a la esencia que en ese momento le pude dar a la lectura de la afirmación de Buda. Porque realmente, creo interpretar, el deseo al que se refería  como fuente de sufrimiento, no es sólo al deseo que conocemos en apariencia, sino al más intrínseco, al más profundo, al que nos termina de controlar y dominar, y por más que queramos no es rellenado.

     Puede que en el espacio mental en el que se representa las ideaciones, nos lleven a basarnos en una personalidad que las lleve a desarrollar, pero ¿y si cesan? No habría nadie para anhelar, no habría identificación con el impulso de hacer. Entonces qué se revela, en qué nos sostenemos que no sea nuestra aportación de acción. El yoga diría que lo que surge bajo las capas que nos aprisionan es el ser. Éste no se dejaría arrastrar sobre las corrientes pensantes que nos llevan de un lado para otro, sino que su propia manifestación es el reflejo de una presencia que no puede estar en desintonía con el presente.

    De ahí nos iríamos al wu wey que es el hacer sin hacer, de los maestros taoistas, pero para entonces mis músculos se habían enfriado y no podía continuar con los ejercicios. ¡Qué paradoja! ¡Todo lo qué he hecho sin hacer!

    Saqué en claro la importancia de detenerse, pero no de manera racional, sino vivencial, a modo de vislumbre, que como siempre duran poco, pero que reportan un conocimiento experiencial procedente de dentro, sin la etiqueta de ser ¨ prestado ¨.

    Ahora había que volver a ponerlo en práctica, porque si no se quedará en teoría.
   ¿Seré capaz de aquietarme ahora?, o luego, ¡que tengo muchas cosas qué hacer!

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