domingo, 4 de agosto de 2013

La autoestima.

    Quererse a uno mismo en su justa medida es síntoma de equilibrio emocional. La autoestima no es egolatría, ni altivez ni altanería. Es el sano amor hacia uno mismo al margen de las estructuras del ego.
    Quererse implica observarse, corregir, protegerse y robustecer el simple hecho de que somos irrepetibles en esta existencia, tanto en lo bueno como en lo que no lo es tanto. Cuando la autoestima es genuina, su origen no es el halago externo, ni las recompensas materiales ni el reconocimiento de los demás.
    La autoestima eclosiona con la aceptación de uno mismo y en la firme voluntad para buscar los medios que nos permitan evolucionar y desarrollarnos. En esa senda de autoconocimiento y perfeccionamiento es importante desarrollar estima, porque ese lado de nosotros que nos negamos a ver, termina por ponerse de frente. La autoestima entonces se encarga de abrazarlo, de no excluirlo y de tenerlo en cuenta para mejorarlo.
    Una falta de estima genera en la persona una deficiencia emocional que le hace vivir de espaldas a sí mismo, siempre buscando el agradar y la aprobación de los demás, todo ello generado desde su propia inseguridad. Busca verse en el reflejo que proyectan los otros, hace una descripción de sí misma sobre las opiniones que le van llegando y sólo ve su imagen en espejos ajenos. La baja autoestima lanza una información negativa sobre uno. Desde que no está a la altura de las circunstancias, a que no es capaz de realizar cualquier tarea o que su propia presencia desencadena incomodidad en las demás personas.
    La vida entonces está mermada, anulada. Uno se convierte en presa de sus propias convicciones y acaba por ajustarse a un papel creado. En una baja autoestima existe un ego, pero es miedoso. No saber decir no, no saber mostrar firmeza cuando las circunstancias lo requieren, no determinar su actuación en este mundo..., todo ello esconde un ego herido en su orgullo, atrincherado y deseoso de alabanzas y consideraciones.
    La falta de estima a la larga genera resentimiento, rabia contenida y rencor hacia aquellos que se aprovecharon en un momento dado. Puede hacer creer a la persona que está actuando bajo el comportamiento de la prudencia, pero esto es sólo un parche para no ver la realidad que se esconde. La falta de estima es falta de confianza, de no creer en los potenciales de uno, de sentirse sin los mismos derechos que los demás. Sin estima la persona se desvincula de sí misma, mendiga afecto y anhela reconocimiento.
    Cuando esa piel adherida se va deshaciendo, el sujeto empieza a respirar. Se da cuenta que quería protegerse de algo que se ha desvanecido. Factores como la seguridad, el equilibrio de ánimo, la aceptación de nuestra parte negativa por resolver, el aprendizaje para saber desenvolvernos en ciertas confrontaciones, aprender a expresar lo que uno llega a sentir..., todo ello son herramientas para salir de la estrechez de la falta de estima.
    El ego no tiene por qué abanderar nuestra estima. Éste puede estar al margen, pues querernos a nosotros mismos es querer dar lo mejor a los demás, sin ese sentimiento de separatividad que propone el ego. Si uno no está bien, menos lo estará con nadie más. Si uno no se aprende a amar, poco sabrá hacerlo hacia alguien. El amor nace en uno, y ese es el primer escalón a rellenar.
    La factura de no saber apreciarnos puede venirnos aumentada. La ausencia de aceptación queda rellenada por sentimientos de animadversión incluso hacia nosotros mismos. Nos culpamos enormemente por ser como somos, por no saber atajar de una vez por todas. Cierta ira puede ser retroalimentada, porque al final denotamos que el único culpable de sentirnos así está en nuestra actitud pasiva y permisiva.
    Uno puede quererse y ser inocente, compasivo, presto y solícito. De hecho estará más capacitado, pues lo que comparta lo hará desde cierto desprendimiento sin la espera de recompensa alguna, porque haciéndolo ya lo recibe. En esa integridad psicológica la persona está más capacitada para comprender, entender y no juzgar, porque anteriormente lo habrá hecho sobre sí mismo. Eso permite ampliar las miras para que así el amor hacia uno no nos haga sentir diferentes al resto, sino todo lo contrario, pertenecer a una unidad de seres que sienten y padecen como nosotros.
    Si no sabemos aprender a cuidar nuestros intereses, nuestras motivaciones, luchar por nuestros sueños, poco sabremos apreciarnos en grado sumo. Somos autores de nuestra propia existencia, somos quienes damos los pasos en nuestro camino, somos el milagro asombroso de estar vivos. Si la vida no nos asombra, se vuelve de blanco y negro y sus planos son líneas paralelas que nunca se encuentran; poca diferencia habrá en estar muertos.
    Evitemos que nos impongan un modelo de vida, que nos relaten un guión al que ajustarnos. Tenemos nuestras propias prioridades, necesidades y anhelos que no tienen por qué parecerse a los del resto. Somos maestro y discípulo en esta vida. ¿Podemos aceptar consejos? Claro que sí, pero no seguirlos al pie de la letra por complacer a alguien. Si una persona no nos acepta por cómo somos, algo en ella tampoco se ha aceptado. Si no aceptamos a alguien por cómo es, chequearemos que nos incomoda y así observaremos lo que despierta en nosotros.
    La autoestima se va desarrollando a medida que vamos aprendiendo a valorarnos sin caer, insistimos, en la burocracia del ego. El sosiego será despertado, la visión más esclarecida y con ello un comportamiento más maduro y que sabrá ajustarse a la inmediatez del momento.


    En la senda de la búsqueda interior, la estima debe estar regada constantemente, pues es la motivación de querer mejorar la que debe renovarse constantemente. No para buscar el sentirnos superiores ni alabados, sino para ir despojándonos de todo aquello que no nos sirve y no nos pertenece,  y acoger renovadas actitudes y conceptos que distan de los petrificados.
    El buscador comprende que sin estima solo hay alienación. Sin llegar a entenderse se pierde en el camino; sin su propio cariño hacia sí, pierde el rumbo y la orientación. Trata de ganarse, de conquistarse, porque es lo único que tiene. Quiere poner a prueba su amor y compasión en el banco de pruebas de uno mismo, y una vez así, desplegarlo hacia los demás.
    La autoestima nos reencuentra, nos integra y nos defiende de personas poco recomendadas. Evita también la desdoblegación y nos hace encontrar esa comunión que sólo puede producirse en el interior de uno.