domingo, 7 de octubre de 2012

El arte de decir: ¡NO!

    Inmersos en una sociedad en la que interactúan nuestros intereses con el de los demás, aprender a decir no va más allá de un mero formalismo.

    A veces esta palabra puede ser la más difícil de pronunciar, la que no terminamos de articular. El deseo se genera dentro, pero en el momento en que la pronunciación va a materializarse al exterior, se disuelve en el camino dejando preso a su autor frente a los amasijos que le condicionan a determinar la elección de no expresarlo. Un no guardado por falta de valor a mostrarlo, es una carga interna difícil de drenar y que genera un malestar indescriptible en quien lo siente.

    ¿Por qué nos cuesta tanto decir no?
    Todo ser humano está conglomerado por condicionamientos de todo tipo. Desde pequeños ya somos rellenados por todo aquello que una persona debe ser y tener. Esos patrones subliminales, tras el paso del tiempo, fortalecidos, son grandes cuerdas que empujan e impiden deletrear la negativa abiertamente. Al irnos desarrollando a través  de un carácter ¨prestado¨ y no esencial, se genera un campo de dudas que no permite desarrollarnos en la idoneidad. A veces muchas creencias erróneas o impuestas de cómo debemos comportarnos crean una fricción profunda y desgarradora que imposibilita la decisión libre y final de decir no.

    Decir no y expresarlo con total libertad, sin prejuicios y con naturalidad, debería ser lo más espontáneo en nosotros, y no en cambio extraer dicha palabra envuelta en un manto dubitativo que recae en el cómo proceder. Decir no puede ser una gran carga de ansiedad, porque por un lado se encuentra nuestro deseo a negarnos, por otro, los ¨deberías¨, y por otro, el shock del momento. Ante ese enredo de circunstancias, nuestro no queda debilitado, se mantiene en el banquillo y queda resguardado bajo la sombra de nuestra indecisión. El no está, del mismo modo que su anhelo a ser expresado, pero falta emerger de las cadenas que le impiden ser manifestado.

    Ante el shock de situaciones anteriormente mencionadas, la mente se paraliza, el cuerpo se contrae y la lucidez se bloquea. Todo ello son interpretaciones biológicas ante lo que se considera amenazante, y que aun no hemos aprendido a confrontar. ¿Qué o quién se siente amenazado? El ego y la proyección creada que hemos formado o nos han creado de nosotros mismos. Ante este hecho, el margen no permite la negativa, pues siempre prestos debemos salvaguardar nuestro yo ficticio y anteponer intereses ajenos a los propios. Este hecho repercute y se paga un alto precio, pues queda resentida la autoestima y dañado la integración de la persona.


    La integridad dañada de un ser humano no sólo se basa en abusos físicos, sino además en aquellos más sutiles que no dejan marca en la piel. (Esto último sería una reseña que alude al tema de la manipulación)
    Ante un no que no es pronunciado también se encuentra el miedo, ya no sólo a no estar a la altura, sino a lo que pueda preceder de dicha negativa. Este miedo es la herramienta empleada para neutralizar cualquier tipo de respuesta no ajustada a intereses creados. Muchas veces el miedo es un gran distorsionador de la realidad, pues magnifica el asunto y no da margen  a deliberar con total autonomía.


    Ante el hecho de no expresar un no, quedan al descubierto muchas deficiencias emocionales. Vemos al decir no que estamos atentando los derechos de quien nos pide, y sentimos una culpa que recae en nosotros si no aceptamos directamente. Situamos nuestros intereses en una posición en la que los de los demás siempre están por encima, creyendo con ello que eso nos hará más merecedores de ciertas recompensas, entre otras. Creemos que al decir no por sistema que estamos debilitando el ego, cuando en el fondo dicho ego también busca la atención mediante dicho comportamiento.

    Un no a tiempo, lúcido, cabal y discernido, es síntoma de salud emocional. Nos escuda de prever la violación de nuestros derechos más allá de los recogidos en cualquier ley. Nos mantiene firmes en nuestra dignidad como seres humanos, y no tambaleantes ante nuestra integridad.

    El no sano es el que emerge de una comprensión clara. No es un no mecánico, defensivo y antepuesto a cualquier circunstancia para sentirnos seguros de lo que pueda acontecer. Un no sano es el que concilia interese ajenos con los de uno, es el que con clara idoneidad decide expresarlo o por contra, remitirlo porque así lo requiere la circunstancia. Es un no que florece de un amor propio esencial, no de un falso amor a la sombra del ego. Es un no dentro de la esfera de cierta dignidad, que todo ser humano no debería perder y nunca nadie jamás violar.

    Aprender a decir no es un arte, una asignatura pendiente. No es fácil, no es sencillo, pero a medida que adiestramos ciertas emociones conseguimos debilitar el origen que sella nuestros labios a la hora de pronunciar. Es por ellas -las emociones negativas- por las que muchas veces se produce el bloqueo y la dubitativa actitud del proceder. Tienen aún tanta fuerza en nosotros que consiguen amarrarnos como a un Gran Houdini sin posibilidad de escapatoria, perdiendo la oportunidad de incorporar un no a ese momento.

    Se requiere cierta valentía y osadía para articular un no. Una vez pronunciado se desvanecen muchos fantasmas, se desintegran muchos dragones. Se libera una carga que no permitía sanear ciertas interactuaciones con demás personas. Con el no pronunciado y disolviéndose en el aire, también se desintegra todos los conceptos que no permitían florecer una negación.




    El no está ahí, como también es bueno aprender a decir si. Ambos nos mantienen en una demarcación que se debe de ajustar a intereses propios, y en muchos casos, ajenos. A veces posicionamos el si cuando en realidad es no, porque en el si no rebotan las demandas exigidas.

    Porque la existencia también deja cabida para nuestra voz, para nuestra disconformidad, que llevado con consciencia,  terminará germinando en un carácter esencial, lejos de la adquisición de la personalidad.