sábado, 25 de junio de 2016

Ramiro, un compañero en la Búsqueda.

MIS ALUMNOS, MIS AMIGOS ESPIRITUALES, MIS MAESTROS
Han pasado quinientos mil alumnos por el centro de yoga SHADAK. Quinientos mil amigos espirituales. Quinientas mil personas en el anhelo por mejorar. Medio millón de practicantes con los que he meditado, he indagado espiritualmente, he compartido inquietudes y sentimientos de plenitud. Mantengo con ellos comunicación siempre que lo desean, sé de ellos y ellos saben de mí, formamos una sinergia fraterna. A menudo me escriben para alentarme, demostrarme su cariño, hablarme sobre su evolución y autodesarrollo. Y hoy he recibido el mail de mi buen amigo y alumno desde hace muchos años Raúl Santos, escritor inspirado y sugerente, rastreador de las realidades que se ocultan tras las apariencias, alma grande. Quiero compartir con vosotros este mail, porque es un canto a la amistad sincera y profunda, porque es la evidencia de que el el alumno es maestro y el maestro es alumno, de la misma manera que la madre hace al hijo pero también el hijo hace a la madre. Gracias, Raúl, por tu sentido testimonio. Sigue meditando, sigue escribiendo y sigue siendo la fenomenal persona que eres.
¨Ramiro, un compañero en la Búsqueda¨.
Aún recuerdo aquel libro que me llamó tanto la atención... ¨El arte de la paciencia¨. ¡Por fin alguien hablaba de una virtud tan importantísima y de la que parece no tener cabida en este mundo tan competitivo!
Y así comenzó una relación en unos años de desorientación, de no saber por dónde agarrar el anhelo incesante de saber, de rastrear algo que uno sólo intuye, de buscar una respuesta a una pregunta que ni tan siquiera se ha formulado.
Y empiezan a caer más libros en mis manos... Empiezo a leer palabras como yoga, meditación..., empiezo a saborear enfoques acertados y comienza a golpear en mí una verdad que resuena por dentro y que parece acoplarse por su reconocida familiaridad que no puedo evitar experimentar. Se abre una brecha en mitad de la oscuridad, una brújula en la desorientación de un desierto que pocos saben descifrar.
Entonces intento practicar en casa, noto pequeños despertares, me planteo apuntarme a sus clases. Y un caluroso día da la casualidad que me encuentro con Ramiro en la zona de libros de una famosa tienda de Madrid. Antes de pensar, reacciono y le saludo, él me sonríe y da la mano. ¨¡Me sonríe!"¨, digo para mis adentros. Al fin y al cabo, le pueda gustar más o menos, Ramiro es conocido, y no es fácil encontrar amabilidad y cercanía de esa manera.
A los pocos meses me apunto a sus clases. Al entrar al centro de yoga le vuelvo a encontrar, como uno más, inmerso en sus alumnos, sin escapar, sin dejar distancia. Vuelvo a saludarle, vuelve a sonreírme. Y así llevo practicando yoga a día de hoy ocho años. Cayendo en querer ser más flexible, en querer alcanzar eso que llaman ¨Iluminación¨, pero de nuevo uno regresa al punto de partida en el yoga soltando el alcanzar y queriendo más estar.
Con el tiempo,y sin forzar,surge una relación de amistad con Ramiro. Llegan las ruedas de preguntas en clase, le tengo frente a mí. ¡Tanto que preguntar! ¡Tanto que sondear! A uno le gustaría tenerle en exclusiva, llevarle con uno y preguntarle constantemente: ¿Qué hago, muestro firmeza en esta situación o mantengo la ecuanimidad?
Y van llegando las preguntas y van golpeando sus respuestas. Uno intenta desnudarse en clase, incluso delante de los compañeros, para que se pueda generar una cirugía interna y transformativa. Y comienzan a crearse las inquietudes más espirituales, las preguntas que no son fáciles de formular porque en el momento en que empiezan a pronunciarse pierden de su grado experiencial. Es difícil explicar la angustia existencial, las experiencias de despersonalización, la desrealidad de la madrugada, la ansiedad de simplemente verse vivo en este decorado existencial. A uno le cuesta plantear estas preguntas, quizás por no sentirse incomprendido, quizás por no desvirtuar la clase, quizás porque uno cree que sólo le pasa a él. Pero Ramiro conoce esos túneles, esas angostas dimensiones que ofrece la existencia. Con su mirada profunda dice que te entiende, que sabe por lo que estás pasando, que no hay de lo que preocuparse, que es el denominador común del anhelo místico que sentimos los buscadores.
No hay nada que pague esa comprensión, ese pequeño mapa en el tránsito cósmico que nos envuelve con un tipo de soledad imposible de descifrar. Pero no, no quiero tildarle de maestro, no quiero que sea mi gurú. Además eso a él le ofende, le relaciona con lo que tanto denuncia en el mercado espiritual. ¡Claro que le agarraría de las barbas y le exigiría que me explicara todo, que me desentrañara todos los misterios que alimentan mi interrogante espiritual! Pero no puedo cargarle con la responsabilidad de hacer mi trabajo interior. Es cada uno su propio maestro y su propio discípulo, como tanto nos repite.
Por eso es mi amigo, la persona que hizo que descubriese que existe la esperanza a través del yoga y la espiritualidad de transformarse y dar a la vida un sentido más noble, también me incitó que al leerle yo también escribiera, que algún día cumpliera el sueño de entrevistarle, que pueda intercambiar mails y sobre todo, ser un compañero en esta trayectoria que llamamos vida.
Gracias Ramiro
Raúl Santos Caballero.

miércoles, 15 de junio de 2016

El cariño.

El cariño es una energía muy poderosa que se genera y se transmite a través de seres vivos. Es calidez, reconfortamiento, alimento del alma. Es la dimensión refinada del amor.

    Se genera en la cercanía, en la proximidad, pero también se puede reconocer en la lejanía, en la distancia, porque su poder es palpable y familiar. El cariño es la dosificación de un amor expansivo llevado a la práctica. Convierte cualquier tipo de relación, o interactuación, en una atmósfera agradable y acogedora.

    Es una esfera donde no gobiernan las emociones negativas o los sentimientos generados por el odio o el rencor. Nace de la claridad mental y de un corazón distendido y no contraído. Es la comunicación de seres más elocuente, donde su profundidad alcanza grados de comprensión lejos de razonamientos y lógicas aplastantes.

    En ausencia de cariño se marchita el espíritu, el mundo deja de ser un hogar y la desconfianza puede comenzar a brotar. El cariño es la lumbre que derrite el frío constante al relacionarnos, propulsa el ánimo y enciende un sentimiento de unicidad que elimina asperezas y roces. Es la primera comunicación directa de una madre con su hijo, la manera de entenderse una enfermera con sus pacientes, el empuje de un maestro para transmitir a sus alumnos, los signos de muestra de un animal con su dueño, la energía que siente una planta al ser regada con cariño.

    El cariño es la señal de sentirnos queridos y considerados noble y sanamente. Se evapora el temor, se esfuman los miedos. En darlo ya lo estamos recibiendo, siempre y cuando sea de corazón y no por exposición, porque nos colma, nos satura de una cualidad especial en donde dejamos a un lado las diferencias para fundirnos en un plano emocional que nos completa e integra.

    El cariño encuentra muchas vías para manifestarse. Desde el afecto, la caricia, un silencio expresivo o un inminente abrazo. Pero ni todo el mundo está preparado para mostrarlo, ni todo el mundo está capacitado para recibirlo. En el momento en que transmitimos cariño el mundo se detiene, la mente se silencia y erupciona dentro de nosotros una rebosante sensación de plenitud que queremos hacer llegar y compartir.

    En la entrega de cariño no todo son gestos afectuosos, también hay cabida para las restricciones, las negativas y las muestras de firmeza con carácter constructivo, porque a veces es el canal en el que podemos hacer llegar un cariño arropado de vestiduras que reconduzcan una situación.

    Mostrar cariño no es signo de debilidad, como tampoco lo es saber reconocerlo y valorarlo. El cariño mostrado es una extensión de nuestro bienestar emocional, una irradiación de nuestra esencia más cercana y benévola, la propagación de una llama de nuestra hoguera interior. Si nuestro corazón está cristalizado, no somos ni huésped ni anfitrión del cariño. Si estamos acorazados de miedo y temor, no estamos capacitados para abrir nuestros brazos, y menos aún, recibir o dar un abrazo.

    El cariño debería de ser nuestro principal lenguaje a la hora de entendernos con nuestro entorno. En lo que decimos, las maneras, los gestos... Todo puede estar rociado de cariño, endulzado de esta cualidad que no tiene mayor misterio que el de transmitir lo mejor de nosotros a todo ser y criatura que, al igual que nosotros, desea y anhela sentirse querido, añorado y envuelto bajo el manto del cariño.

    Pero el cariño antes de esparcirse debe comenzar en nosotros mismos. Debe primero traspasar la frontera de nuestra individualidad para después propagarse hacia el resto. Si sólo proyectamos cariño hacia los demás pero no somos capaces de generarlo hacia nosotros, es un cariño de escaparate, es un jardín fuera de un hogar al que no llega el aroma, es no ser capaces de dar primero un cariño a lo más cercano de uno mismo.

    Por ello, el cariño, nace no sólo de cierta sensibilidad o quizás un grado de ñoñería, nace de un conocimiento de sí, de una experimentación en donde la cualidad de amar se fracciona para convertir en tangible la calidez que emanamos y que queremos que recaiga en los demás. Nace de un sentimiento rebosante que no se desgasta cuanto más lo demos, pues en nuestra interioridad equilibrada su energía nos inunda y salpica casi sin proponérnoslo en cualquier situación, acercamiento, relación o momento.

    Sin cariño cualquier gesto incluso de la vida cotidiana se realiza desde la desgana, la desidia y la dejadez. Con cariño todo se torna más unidireccional, todo se concentra en una mayor atención que se retroalimenta en la propia satisfacción que se genera de manera natural al propiciarse de manera genuina.

    Hay personas que dicen amar a todo el planeta y sus seres y al universo, pero no muestran el más mínimo cariño al que está a su lado. El cariño es amor menos enaltecido pero en cambio más presto y solícito. El cariño es amor en busca de menos reconocimiento pero en cambio adereza un instante fugaz. Es la vía humilde en la que se propaga la capacidad de querer y amar sin la búsqueda de lo que por ello se nos pueda recompensar.

    Hagamos del cariño un aroma que incite a ser exhalado, una fuerza arrolladora pero canalizada en cada ejecución que realicemos empleando la consciencia. Sin cariño el mundo tiende a quedarse en blanco y negro, a enfriarse, a oscurecerse una parte del mismo. Si en nuestro mundo de cada uno el cariño tiende a expandirse, estaremos creando una parte del mismo que rocía con su calor la pequeña parte proporcional de la que somos dueños en este planeta.

    Antes de que se produzca el gesto, el cariño debe emerger en uno mismo, y para ello, nada mejor que aportar luz en nuestras consciencias para disipar la oscuridad que tanto se puede mantener dentro de nosotros y que no permite reconocer la cálida cualidad del cariño que nos pertenece, y del que somos responsables de mantener y alimentar constantemente.


    El cariño debe ser un florecimiento al que regar constantemente, una lluvia que lanza la nube ya cargada que no puede evitar mantener un minuto más, unos rayos de sol que se propagan sin la espera de ser devueltos y en donde en el ser humano genera un espíritu más cordial que, a través de su sola presencia, invita a todo lo que esté a su alrededor a disfrutar de esa fuente inagotable que genera el cariño.