domingo, 13 de diciembre de 2015

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domingo, 22 de noviembre de 2015

La hipocondría.

Dentro de los estados de neurosis, existe uno muy llamativo denominado ¨Hipocondría¨. Puede llegar a ser una enfermedad obsesiva que, paradójicamente, surge del miedo a estar enfermo y donde la persona comienza a presagiar y a infundirse temores sobre su salud.

    Presupone que algo no va bien y anticipa un deterioro de enfermedad catalogándolo de calamidad. Todo puede comenzar con una pequeña hipótesis, una teoría por evolucionar, una breve idea de lo que está por llegar y acabar la persona por convencerse a sí misma de que contiene un mal de salud que ya no se puede remediar. La pequeña suposición acabar convirtiéndose en una sospecha continua que va quedando en el trasfondo de manera residual sobre la cotidianidad del día a día. Acaba enquistándose y petrificándose como un pensamiento fijo volviéndose un eje central a medida que se van sucediendo los acontecimientos.

    Esa tortura de no saber a ciencia cierta si uno está enfermo pero acabar convencido de ello, roba frescura, vitalidad y ensombrece el ánimo. Es la etiqueta invisible que lleva el hipocondríaco colgada a todas partes, es la posibilidad aún no materializada en un diagnóstico por realizar. La imaginación se desborda y se pone al servicio de la ¨terribilidad¨. La vida ya no parece tener ningún sentido estando desarrollando una enfermedad, y se convierte lo que queda por vivir, en un tránsito a la espera del proceso del padecimiento. << ¿Para qué voy a disfrutar si seguramente estoy enfermo? >>. Se repite una y otra vez el hipocondríaco.

    Todo comienza con el menor síntoma. El sujeto se informa de cualquier indicio de enfermedad, trata de anticiparse y acaba atando cabos hasta llegar incluso a experimentar en su cuerpo los presagios amenazantes. Puede llegar a convertirse en algo muy perturbador, en una conducta en la que la persona acaba atrapada y no puede salir sólo por el simple hecho de proponérselo. La preocupación se va enraizando y cualquier mínimo dolor, cualquier erupción en la piel, cualquier contacto con agujar u objetos de vías de transmisión, cualquier gesto en el rostro del doctor, todo ello, se vuelven detonantes que despiertan el miedo atroz a una enfermedad que pudiese estar en latencia.

    El desarrollo vivencial se vuelve, pues, en una cuenta atrás hasta el desenlace final. Vivir se convierte en la oportunidad perdida que fue robada por una supuesta enfermedad. Es el no retorno hacia un estado de salud que diese por merecido el derecho a ser feliz. Pero el hipocondríaco que se pone siempre en el peor de los casos, convierte la enfermedad en la mayor catástrofe que le pudiera suceder. Siente que ha quedado huérfano de plenitud, ningún instante merece ser completado de satisfacción siempre y cuando perdure la duda y ensombrezca la sospecha con su acto de presencia. Es un temor camaleónico que se reviste de cualquier momento y circunstancia.

    Si el hipocondríaco se viese desde fuera, se echaría a reír, pero inmerso en su prisión psicológica, lo que siente y experimenta no le saca la más leve sonrisa. No se trata con ¨no lo pienses¨ o ¨vive la vida¨, como seguramente le aconsejen en su entorno. Cuando el miedo se retroalimenta sobre una enfermedad, la sensación no es sólo mental, sino que impregna el cuerpo, los órganos, se adhiere convirtiendo el esquema corporal y el sistema orgánico en una caja de resonancia donde retumba una y otra vez el eco del aviso del desorden o malestar.
 

  Ante el augurio hipocondríaco se deben razonar varios aspectos. El primero a nivel interno, es decir, de dónde proviene realmente la actitud alarmante. Quizás hay condicionamientos o improntas que quedaron en nuestras retinas y que despertó un pavor en nosotros. Quizás la idea de no ser merecedores de nada bueno y que estamos condenados a un mal mayor. También puede existir un sentimiento de culpa derivado de haber convivido con alguien con una larga enfermedad o haber visto morir a personas cercanas. También el no haber cuidado la salud o haberla puesto en riesgo, y con ello, esperar una sentencia diagnosticada.


    Otro aspecto a razonar o comprender, es el factor externo a convivir con una enfermedad. Si a un enfermo real le contasen la experiencia de un hipocondríaco, cuanto menos soltaría una carcajada o puede que le diese una lección de superación personal y de encarar la adversidad. Era el sabio Ramana Maharshi quien decía: <<El cuerpo ya es en sí la enfermedad>>. En efecto, donde hay cuerpo ya existe la enfermedad. Él mismo tuvo cáncer de brazo y no perdió su talante equilibrado. Y es que enfermedad y salud son dos caras de la misma moneda en donde
Buda también declaraba que nadie escapa a la enfermedad, vejez y muerte.


    Nadie, absolutamente nadie, está excluido. Por eso hay que hacer un gran trabajo de aceptación y fluidez con esa incertidumbre, e incluso es más, si no hay nada que realmente lo diagnostique, poner la mente a nuestro favor trabajando el contra convencimiento de que estamos sanos (aunque un hipocondríaco pensará que las pruebas hechas son fallidas o que ha habido un traspapeleo de resultados) y que sentirnos bien y plenos viene derivado de que pongamos los medios emocionales adecuados.

    Si la enfermedad llega, se despertaría un reto, que es el de estar sanos y recuperar la salud o vencer la enfermedad. El reto sería también en convertir el recorrido de lo que nos quedase de vida en instantes plenos y felices. Nada fácil, pero debemos reconducir actitudes y puntos de vista porque en el peor de los casos, todos tenemos recursos que desconocemos por completo. Incluso aceptar la muerte, que será siempre el desenlace final, puede eliminar esa carga excesiva de temeridad, ya que de esta vida con tanta demanda de salud, nadie saldrá viva.
    La hipocondría puede ser tratada por grandes profesionales, pero no para convencerlas de que no tienen ninguna enfermedad, sino para hacerles ver que en el caso de tenerla pueden ser plenos, felices y completos.

























domingo, 4 de octubre de 2015

La reflexión consciente.

El raciocinio ofrece la capacidad de generar un análisis intelectivo que, mediante su cultivo, posibilita la indagación racional. El pensamiento es una herramienta muy valiosa, y a la vez, misteriosa, porque su origen al crearse escapa la mayoría de las veces a nuestra voluntad.

    Es entonces cuando el proceso pensante se vuelve mecánico y repetitivo, torturante en muchos casos y termina por hastiar al sujeto que no lo controla. Pero cuando el pensamiento está bajo el yugo de la consciencia, éste adquiere otro potencial, posee la capacidad de ser lúcido y consciente, y entonces se torna un utensilio cognitivo de gran beneficio, se vuelve auxiliar a la hora de buscar razones intelectuales y traduce en palabras aquello que puede ser difícil de expresar. Nace entonces la reflexión consciente.

    El pensamiento así, bien encauzado, se sumerge en una fila que termina por ser reflexiones que pueden desembocar en sabias determinaciones.

    La consciencia permite estar presente en la racionalización y construcción de las cadenas pensantes. El pensamiento, al estar al amparo de nuestra voluntad, ya no es acosador ni mortificador, sino que pone su empeño en alcanzar grados de entendimiento que faciliten la comprensión profunda a nivel analítico.

    La reflexión es bajar el ritmo y ser selectivos cuando queremos indagar utilizando el pensamiento -porque la indagación no es sólo pensante, sino también intuitiva-. Permite aclarar diferenciaciones, discriminar bajo un sano juicio, esclarecer y vislumbrar. Toda una maquinaria se pone a nuestra disposición que, a través de su adiestramiento, logra evolucionar y mejorar.



    La reflexión consciente trata de profundizar, argumentar y llegar a esclarecer causas, situaciones, inquietudes o sensaciones. Es la capacidad de discernir, de diferenciar, de emerger en claridad y con palabras lo inexpresable. De ellas se da paso a acciones diestras, posicionamientos acertados o extracción de una sabiduría que parecía inexistente. Al ser esta una reflexión consciente, su utilidad es más considerable, lejos de ser más o menos acertada, pues lo importante es que la persona toma, y no es tomada, por el análisis reflexivo.

    Si la consciencia se extiende, la racionalización no se vuelve neurótica ni obsesiva, sino que con su peso específico sabe concluir sin esa inercia a desgastar el estímulo pensante. Es pues, una utilidad lícita e indispensable para alcanzar grados de entendimiento, y lograr así, conclusiones acertadas. Cuando las reflexiones son orquestadas por nuestra parte más destructiva o inconsciente, no hay soberanía de un yo lúcido y panorámico, sino de inclinaciones que se van repartiendo entre nuestros distintos puntos de vista. No hay una agrupación de voces, cada una tira a su terreno, y la reflexión, lejos de ser persistente y compacta, se vuelve camaleónica y va modificándose a su antojo. Sería ésta una reflexión en tela de juicio, embaucadora y carente de fiabilidad. No habría pasado por nuestro filtro más deliberado, ni reajustado ni actualizado. Es un barco a la deriva, sin ningún control sobre el timón. Una reflexión así es una trinchera de miedos, juicios, prejuicios y dudas.

    La reflexión consciente no es sólo un trabajo de categoría racional, pues puede caer en la trampa de tornarse repetitivo, estrecho en miras o ausente de lucidez. Por ello es importante que las reflexiones no sean ¨prestadas¨ y se originen de escarbar en una genuina investigación.

    Tras reflexiones más sabias, imparciales y moderadas, la visión se amplia y se logra salir de un tipo de entendimiento que, quizás, anule la capacidad de arrojar luz sobre diversas parcelas. La reflexión consciente promueve el pensamiento correcto, diestro y presto a reivindicar una resolución que elimine la inquietud de no captar algo que se nos escapa. Abre la puerta a la agudeza, la visión cabal y al atino intelectivo. Nos deja en bandeja las palabras para recargarlas de connotación y los argumentos para emplearlos a disposición de los diferentes contextos.

    Dedicar tiempo a una reflexión consciente es crear un análisis sorteando obstáculos que no vemos en un principio por falta de lucidez o visión clara. El recto y sano pensar se pone a nuestra disposición. Es la posibilidad de escudriñar sin ser poseídos, sabiéndolo tomar y sabiéndolo soltar, sin quedar asfixiados por los ríos de pensamientos inconclusos de los que somos abordados la mayoría de las veces.

    En el terreno de una búsqueda espiritual, la reflexión consciente es necesaria para desempañar un tipo de saber que logre acercarnos a otro más intuitivo y revelador. Sin la capacidad de reflexionar sabiamente, el buscador es tomado por impulsos o cree lo primero que escucha o no discrimina en las enseñanzas. Es su consciencia un lienzo en blanco donde todos pueden depositar su firma sin dejar espacio a su propio análisis personal.


    Una orquesta de pensamientos sin una batuta que guíe y oriente, se convierte en un estruendo ruidoso sin ningún compás. En cambio, si hay de fondo un director de orquesta (la consciencia) y un ritmo acompasado (la reflexión lúcida) se produce una acertada melodía donde cada instrumento aporta su utilidad, dando como resultado la armonía en la composición, de todas las partes que lo integran.
























domingo, 20 de septiembre de 2015

La susceptibilidad.

¿Quién no se ha sentido susceptible en un momento dado? Es éste un sentimiento de vulnerabilidad ante ciertos hechos. Es un moratón mental que recibe todos los golpes, el gran ¨ojo¨ que todo lo ve, la sospecha continua buscando ser reafirmada.

    La susceptibilidad nace de un sistema propio de creencias de cómo deben hacernos sentir los demás. Es origen de animadversión, odio y rencor. Hace de cualquier situación una amenaza directa, un desamparo que nos hace sentir desprotegidos de los demás, un blanco fácil que nos convierte en diana.

    El susceptible desconfía sin cesar, ve donde otros no llegan, interpreta lo que nadie ha traducido. Es su obsesión por encontrar ¨pistas¨ que atenten contra él lo que le lleva a versionar las circunstancias hasta ajustarlas a sus temores infundados. La susceptibilidad atrinchera el alma de la persona, desgasta sus energías en racionalizar cada situación, bloquea todas sus relaciones y retroalimenta su necesidad de sentirse considerado. Para él todo confabula en contra suya, todas las piezas encajan sin estar nunca a su favor y jamás nadie le tiene en cuenta como él quisiera.

    La susceptibilidad hace que la persona enfrente el mundo como si ya hubiera realizado un pacto predeterminado sin haberle preguntado; actúa como si ya se sintiera excluido de antemano. Debido a ella -la susceptibilidad-, se logra malinterpretar cualquier frase, cualquier tono, cualquier gesto o mirada, distorsionando todo canal de comunicación. Se establece una ¨alerta máxima¨ que nunca baja la guardia. Entonces el sujeto susceptible intenta proteger lo que no es visible pero que parece que todo el mundo desea atentar.

    No existe una armadura para proteger la susceptibilidad, pues incluso la misma se quedaría desmedida para abarcar la cantidad de ofensas, posibles conjeturas en contra, y un sinfín de supuestos que parecen no tener agotamiento en la mente descontrolada de la persona susceptible.

    Los acontecimientos por llegar son un desafío, cualquier encuentro se vuelve una posibilidad de aunar críticas destructivas hacia su persona, e incluso cuando no hay amenaza aparente, rastrea cualquier señal para convertirlo en hallazgo reiterativo. La persona suspicaz convierte todo su ser en un radar, la susceptibilidad se vuelve un revestimiento y su actitud siempre a la defensiva, invade su espacio emocional y boicotea cualquier intento de interactuación.

    Detrás de toda esa configuración se encuentra un orgullo siempre herido, inmaduro, y falto de ajustarse a una realidad inmediata. El ego acaparador quiere sentirse tomado en cuenta, considerado y valorado. Es la suya una conquista por agradar, por hacerse un hueco en la empatía de los demás. No existe mayor sentido que el de alimentar esa idea de ¨imprescindible¨, pero por otra parte, la sensación de no estar a la altura desvela una inseguridad que lo trunca por completo.

    El exceso de susceptibilidad acaba por espantar a todo aquel que no siga sus dictados proyectados, y termina por cansar al que tiene a su alrededor. El susceptible va forjándose en una pequeña isla personal de la que no permite acceso a  nadie pero en la que todos deben estar.

    En el camino del autoconocimiento, la susceptibilidad se convierte en un bache que puede hacer tambalear cualquier posibilidad de construcción de la personalidad noble, llegando a derrumbar en un segundo el sustento de apreciación que soporta una relación, o imposibilitando lazos afectivos sanos siempre afectados por la interpretación suspicaz.

    Para vencer dicha susceptibilidad, se debe proceder a una autoobservación muy rigurosa donde se ponga en tela de juicio cualquier apreciación que se considere atenuante hacia nosotros. El dardo emocional no podemos remacharlo con nuestra reacción desorbitada fruto de un condicionamiento así. Se pueden realizar altos introspectivos donde nuestro estado de alerta verifique si realmente hay indicios de sentirse atacado. La mayoría de las veces el propio miedo hace que la consciencia se atrinchere creando rareza en el ambiente. Utilizar un pensamiento racional también sirve de ayuda, y sobre todo, la capacidad de aceptar a los demás tal y como son, eliminando ese principal protagonismo que se arroga nuestro ego en cada función a la hora de actuar.

    Soltemos las armaduras que creemos que nos protegen y en realidad nos asfixian y oprimen. Eliminemos la fortaleza interior en la que creemos estar resguardados y salgamos al mundo abrazando cada situación, protegiéndonos si hace falta, pero relajados y receptivos. Un desarrollo integral no puede verse mancillado por un estado emocional susceptible, pues al final es una herida abierta que todo le va rozando.

    La libertad interior debe soltar dicho lastre que no permite evolucionar a ningún ser humano y que le condena de por vida a mantenerse rígido, centripetado e investigando como un detective neurótico, cada prueba que pueda ir en su contra.












martes, 4 de agosto de 2015

La virtud de la insignificancia.

    En el afán del hombre, el ¨significado¨ procura rellenar el sentimiento de vacío que puede llegar a producirse en él. La evolución es una cualidad existencial y es noble buscar el mejoramiento y avanzar en los grados que propone la vida, ya que el potencial de un individuo es profundamente desconocido.
    Pero, y más en estos tiempos, la persona proclama y crea a su alrededor una vida que no le corresponde, que desearía pero no le pertenece, que rechaza su sencillez porque da valor a las apariencias. Entonces en la búsqueda de lo extraordinario el sujeto se convierte en ordinario, porque se sumerge en el arroyo colectivo que espera, mediante su empuje, ser llevado a un lugar en exclusiva.
    Puede darle la compulsión de aparentar, de fingir que todo va bien cuando en el fondo hay malestar, de querer transmitir lo maravilloso que es todo cuando a lo mejor quedan restos de miseria.
    La insignificancia no es carencia de sentido, no es conformismo ni rechazo a mejoras, no es apatía, desilusión, pereza, holgazanería, resentimiento ni derrotismo. La insignificancia, si jugamos con la palabra, podíamos conjugar: ¨significancia intrínseca¨, es decir, significado propio, esencial y natural.
    Esa insignificancia -en apariencia- es el valor cualitativo que subyace sin la necesidad de ser reconocido por nadie. Desde pequeños nos educan para que seamos ¨hombres de provecho¨, que lleguemos a lo más alto y que alcancemos prestigio. Es como tomar el relevo de otras personas adultas que no lo han conseguido, y con ello, cumplir una meta que en muchos de los casos no nos pertenece.

    El significado de una persona cuando se convierte en escaparate se torna como un adorno, una máscara y una pose de la que no se puede deshacer. La felicidad podrá ser fingida pero al final es una demanda de ser considerados, tomados en cuenta y ubicar un espacio único dentro de la multitud. Ese espacio único ya se crea en el centro de tu ser, sólo hay que reconocerlo. Tu propia individualidad es irreemplazable, no hay dos copias, la existencia no tiene pensado volver a repetirte. Entonces ¿por qué esa carrera para llegar a ninguna parte?
    Está bien prosperar, avanzar, evolucionar y querer ser mejores de una versión nuestra de la que no nos conformamos. Es lícito descubrir nuestro potencial, ver nuestras limitaciones y mejorar nuestros aspectos, tanto internos como externos. Pero ¿por qué ese rechazo a ser común? Es como si nuestro ego nos dijese: << Tú vales mucho más que todos ellos>>. Es como si las voces de todo el mundo se reunieran en nuestra cabeza para decirnos: << ¿Es que te vas a quedar ahí parado, sin hacer nada?>>.
    Al final un individuo puede quedar enajenado en la búsqueda de un posicionamiento que hable de él hacia los demás, que sirva de portavoz y resuma en un momento su valía sin necesidad de dar más explicaciones. Pero si nos fijamos en la naturaleza, vemos que es mucho más sabia. Nadie compite con nadie. Un árbol no lucha por ser un pájaro ni viceversa; una rosa no exhala su aroma dependiendo de quién la perciba. Rigen sus propias leyes pero no verás agitación ansiógena en nada, tan sólo una profunda aceptación de lo que es y que permite la fluidez continua.
    Cada participante en la naturaleza está a gusto siendo lo que es, disfrutando de su momento y adaptándose a los cambios que ofrece el curso natural de los acontecimientos. Pero para el hombre un hormiga no tiene significado, por eso la pisa, siente su poder sobre ella. Un árbol quiere alcanzar las estrellas, por eso asciende hacia arriba, pero no abandona nunca sus raíces. Hasta donde llegue lo habrá disfrutado. Todos los seres humanos quieren alcanzar la cima de la montaña, pero no existe espacio para todos, de hecho muchos quedarán a medio camino y nadie les advierte de la posible frustración que puedan sentir. Es el precio de no alcanzar la proyección de lo extraordinario y verse empujado y forzado a fundirse en el colectivo donde nadie destaca de nadie.


    Pero cuando una persona decide ser insignificante -en el contexto que estamos empleando-, no significa que no quiera arriesgar por miedo, que no se atreva a dar ningún paso, sino que siente una gran liberación, de hecho observa cómo unos se van pisando a otros para subir a esa cima en el que él está ausente de participar. Se vuelve un don nadie, se sumerge en el anonimato, pero eso le convierte en extraordinario para sí mismo. Escala su propia cima, se eleva sobre sí mismo, y trata de conquistar lo que nadie le puede sustraer. Ve en la sencillez su modo de expresar, sin galones, sin sofisticación, sin un repertorio de todo lo anteriormente conquistado para mostrar. La sencillez le permite ser como es en este momento.
    Pero el ego necesita alimento para reforzarse, retos para existir. Y la persona común no evita el reto, no se esconde, lo vive y experimenta con consciencia, pero no se descentra, no se abandona a sí misma y más que un reto donde sólo predomina un resultado, trata de verlo como un juego que debe ser curioseado.
    El sentimiento de la insignificancia es un gran ejercicio para nuestra vanidad. Es observar que en nuestra ausencia las cosas siguen existiendo, siguen su curso, que la existencia no se detiene hasta que nos decidamos a reconocerla o no. La existencia te invita a participar a cada momento, pero extraviados en lo que podemos obtener en otro, rechazamos dicha invitación.
    La insignificancia es reconocer que somos una parte del todo. Que estar a la espera de la llegada de lo extraordinario empaña la visión, porque esa misma cualidad se encuentra en lo ordinario, en el alrededor, en la brisa que roza tu cara. Hay belleza en lo común, en lo corriente, en el simplemente ¨estar¨. Toda fricción por querer forzar algo por compulsividad es ruidoso, agitado, ampuloso, antinatural. Todo ello genera una lucha con uno mismo y todo lo que le envuelve; se deja de formar parte del todo para convertirse en una pequeña isla. La lucha es tensión, rudeza y siempre está viendo amenaza en ver perdida su valía. Cuando hay relajación se atribuye siempre a derrota, debilidad y falta de valentía. Pero era Lao Tse, el padre del Tao, quien nos instaba a reconocer que la aparente fragilidad de un lirio era fortaleza, y que la robustez de un roble puede ser fragilidad porque entran de lleno en los contextos. En los contextos es donde se pone a prueba las etiquetas que otorgamos a las cosas. Si llega un vendaval, el lirio se pliega y resiste, sin agarrarse a nada que no sea él mismo. El roble está rígido, estático -cualidades del miedo- y puede quebrar con facilidad sin posibilidad de ser reconstruido. La robustez que imponía y despertaba tanta admiración no sirvió ante la llegada del vendaval, y en cambio el lirio, sin llamar la atención pudo ser flexible, agacharse sin sentirse humillado por bajar la cabeza y volver a resurgir con total esplendor.

    La insignificancia es significado total pero en otra dimensión. Si buscamos ser insignificantes a la espera de que nos lo reconozcan, estaremos en el mismo juego. Es más que una actitud, es un reconocer la banalidad, la futilidad de ciertas cosas que, al fin y al cabo, nunca nos llegarán a trasformar.
    Por ello, la virtud de la insignificancia es la comprensión profunda de nuestra verdadera esencia, lejos de los parámetros que impone esta sociedad en la que se determina nuestro valor en la apariencia que logramos hacer llegar a los demás.

    En la búsqueda de uno mismo, la insignificancia no es un término negativo, sino la ausencia de capas que creemos que configuran nuestro significado.
































sábado, 4 de julio de 2015

El placer.

    El placer se convierte en un denominador común en la búsqueda de satisfacción del ser humano. Es el momento culmen que aplaca la demanda de los sentidos, embriaga con su cualidad placentera y aleja por instantes cualquier tipo de malestar.
    El placer es momentáneo, tiene su propia durabilidad. Consigue en el sujeto determinar sus acciones en pos de una nueva dosis, alcanzando con ello un clímax que lo saca por momentos de su realidad ordinaria.
    El fenómeno del placer ofrece curiosidades: nos satisface, pero queremos más; buscamos su disfrute, pero una vez llega a veces no tenemos la capacidad para hacerlo plenamente. Es algo que cuando llega vemos cómo se nos escurre de nuestras manos y estamos más en lo que se escapa que en lo que tenemos. Se produce un fuerte apego, una neurosis por eternizar algo que tiende a diluirse como un fenómeno transitorio más.
    Por placer la persona puede estar fuera de sí, forzar los medios para llegar a él, e incluso darse la espalda a sí mismo con tal de saciar su sed. La adicción puede condicionar, dirigir el rumbo y verse truncado una y otra vez, pues el placer puede ir acompañado del dolor y viceversa. Una vez el placer se consuma, la atmósfera puede rellenarse nuevamente de insatisfacción. Entonces se despierta un ansia, un rechazo a cualquier otro estado interior que no sea el placentero. La manera en que se quiere poseer el placer convierte a la persona en poseída.

    ¿Qué nos empuja a un placer compulsivo?
    Es tal su seducción que nos hipnotiza por completo. Vemos en el placer la huida del dolor, la contrariedad del sufrimiento. Queremos situarnos en un placer contrapuesto y equidistante hacia el rechazo de lo que no nos gusta. Cuando se torna pulsión, el placer es un cebo. Nunca se sacia y somete al individuo. Acaba por ser de todo menos satisfactorio. Se vuelve una brecha por la cual escapar del momento, una puerta escondida hacia un paraíso del que somos rechazados y empujados de vuelta cuando ya lo hemos consumido.
    Tanto huimos de algo que al final se puede tornar placentero. El dolor puede convertirse en placer. Así cambia la perspectiva, el enfoque, se extrae un jugo de lo que parecía imposible. Entonces una penitencia, en el fondo, puede ser disfrutable. Nace el masoquismo. También ver el dolor en los demás puede ser motivo de placer; nace el sádico.
    El placer, lejos de ser un momento de peso específico, se convierte en un embaucador. Nos saca de un eje y su búsqueda nos distancia de una serenidad ganada. Es la píldora hacia el escapismo sin movernos del lugar. Nos promete algo perdurable cuando en realidad no podemos agarrarlo con las manos.
    ¿Debemos dar la espalda al placer?
    No, pero sí experimentarlo con consciencia, observando el proceso fenoménico, cómo surge, cómo se desvanece. Sabiendo soltar para no ser un esclavo y para que no sólo vibremos con el goce, sino que aprendamos a deleitarnos con el gozo, que a diferencia de un placer que proviene de fuera, éste emerge de dentro. Entonces la relación con el placer no es conflictiva. No genera culpas. Es una dimensión a la que podemos acceder anclados en nosotros mismos. Es una dimensión de la que podemos salir sin el impulso de mirar atrás temiendo el no haberlo amortizado.

    Evitar el placer sólo engorda el deseo de culminarlo. Reprimir un anhelo placentero es querer tapar la boca de un volcán. Por eso la relación con el placer debe estar impregnada de desprendimiento, consciencia y desapego. De este modo la red que obnubila la visión no nos termina por atrapar y en ningún momento nos aprisiona  encadenándonos sin poder escapar.
    Hay placeres nobles que debemos potenciar. El placer de disfrutar un pequeño momento, un rato de tranquilidad, una lectura que nos deleita. Hay placeres que nos completan sin la necesidad de forzar su duración: una taza de té, oler la fragancia de una rosa, una caricia... Por eso también se requiere capacidad de disfrute frente al placer sin volverlo ávido ni ansiógeno. A menor necesidad de placer, más placentero se vuelve cualquier nimiedad, convirtiendo lo más trivial en extraordinario.


    Convirtamos el placer en una vía más de autoconocimiento, para que, como dicen los tántricos: ¨Juguemos con el fuego pero sin quemarnos¨.













domingo, 14 de junio de 2015

Entrevista al escritor Raúl Santos Caballero.

Raúl Santos Caballero es una persona polifacética y singular. Se desarrolla de manera multidisciplinar y en su faceta de escribir ha publicado con su última obra, tres libros de temática espiritual, psicológica y de autoconocimiento. Su único afán es la de ayudar y la de compartir una búsqueda a todos los demás. No trata de entretener, sino de remover todo lo que anidamos en el interior y por ello se sirve en todo momento de su propia experiencia. ¨Las sandalias del Buscador¨ es su última publicación, y en Universo La Maga queremos saber de él:
 ¿Tu afición por la escritura empezó tarde, qué la impulsó? ¿Tienes algún escritor que te inspira o eres de los que absorben muchos géneros?
Fue algo que surgió de una manera natural. Llevaba tiempo sintiendo esa necesidad, la de expresar y dejar impreso en papel ideas y reflexiones. Cuando vi que lo que empezó como algo que sólo quería probar estaba finalizando un libro, sentí la necesidad de compartirlo para el que le pudiera servir, lejos de si gustaría o no.
No soy de los que leen todo lo que cae en sus manos. De hecho me he vuelto más selectivo. SI una obra no me engancha le doy sucesivas oportunidades, pero si veo que mientras lo leo mi mente se evade, cambio enseguida de libro. Intento leer de todos los géneros pero como un imán caigo en la espiritualidad, la psicología y el autoconocimiento. Como curiosidad decir que novelas no leo muchas, y fue el primer género que publiqué.
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El vecino de al lado fue tu primera novela. ¿Cómo surgió la idea?
Un día me senté frente al ordenador y dije: a ver qué pasa.. La historia es completamente ficticia. Me serví de dos personajes principales para crear conversaciones y poco a poco lo demás se fue creando sólo. Es toda una experiencia convivir con la historia y con los personajes. Es como si uno fuese un intermediario al relatar lo que sucede. Por eso muchas veces digo que el libro ya está creado, simplemente hay que escribirlo como Miguel Ángel ya veía la escultura en el mármol.
En qué ha influido tu blog de temática espiritual es esta última obra – Las sandalias del Buscador-? Háblanos de ella.
Completamente en todo ya que es una recopilación de los tres primeros años. No he cambiado absolutamente nada. Son una serie de artículos sin hilo conductor donde se investiga muchas parcelas de la psicología humana y la esfera de la búsqueda interior. Todo desde los pies en la tierra, sin nada soteriológico ni dogmático, al revés, desde la visión de que en lo cotidiano se encuentra la verdadera enseñanza de la vida. También recalcar las dos entrevistas realizadas al músico, escritor y profesor de yoga Chema Vilchez, y a la escritora y psicóloga Mª Jesús Álava Reyes.
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¿Qué hay de ti en cada una de estas obras? ¿Es sólo imaginación o partes desde alguna experiencia personal?.
Hay todo y nada. Soy todos los personajes y ninguno. Claro que las historias vehículan experiencias, pero no son copias de la realidad. La imaginación tampoco se puede forzar porque ésta tiene que aparecer a veces como inspiración o como vislumbres de encadenamiento en el argumento. Lo importante es estar receptivo, abierto para recibir como un buen anfitrión todo lo que se va desarrollando. Si que es cierto que la faceta de escribir sirve para drenar, para sacar a la luz cosas que ni sabes que tienes dentro. Es toda una terapia y por ello recomiendo a todo el mundo a que al menos, lo pruebe.
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Tienes obras sin publicar, ¿serán tu próximo objetivo?
Sí. Como digo yo: ¨están en el horno¨. Me gusta hacer una revisión cuando ha pasado el tiempo suficiente como para que casi se me olvide lo que escribí. Al leerlo soy un lector más, fuera de la frecuencia que en su momento me permitió escribirlo. En esa frescura me encuentro más objetivo para decidir hacer cambios o no, aunque soy de respetar bastante lo que en su momento plasmé.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Espero publicar a finales de año una novela con muchas sorpresas. Me gusta que el lector sienta que lo que tiene entre manos no tiene por qué ser lo que ya esperaba. Lo único que puedo adelantar es que la historia girará en torno a la mendicidad y a la vida entre cartones que existe en la calle.

La cárcel emocional.

    Todos nos sentimos libres ¿pero es así del todo?
    Quizás no tengamos barrotes que nos aprisionen, pero el mundo interior con el que cargamos puede convertirse en un lastre difícil de soltar. Es curioso ver cómo teniendo las necesidades cubiertas ese bienestar que tanto anhelamos se puede ver distorsionado por factores emocionales del que no tenemos ningún tipo de control.
    Se va forjando en todos nosotros una estructura basado en creencias, en sentimientos, puntos de vista..., en suma, todo un arsenal que paradójicamente no nos orienta hacia nuestro favor. El nudo de emociones que llega a forjarse nos termina por aprisionar dejándonos incapacitados para recibir el más mínimo disfrute. Entonces buscamos la escapatoria, los placeres que puede reportarnos un mundo externo al que emigramos dejando de lado un territorio interior aún sin explorar. Nos saciamos por instantes, pero de nuevo, como una sombra, nos engulle una insatisfacción que parece no tener fin.
    Somos prisioneros de nosotros mismos. Quedamos atrapados en nuestra propia red de conceptos y no logramos vislumbrar un destello de libertad que nos libere de nuestra percepción truncada de la felicidad. La mente se vuelve ama en una mansión de la que desconocemos todos sus recovecos. Ordena y manda y quedamos a su merced, pues su poder hipnotizador acaba por someter nuestros estados de ánimo. Somos esclavos pero no de un dueño externo, sino de nuestra propia cadena mental. El grillete se va solidificando a través de los pensamientos que acaban por anular una soberanía de nuestro yo desfragmentado. Quedamos en tierra de nadie y desde ahí buscamos una orientación.
    Las emociones cogen pulsión y convierten las tranquilas aguas en remolinos, la calma en tempestad. Puede llegar a sobrepasarnos, pues presos de una prisión de la que no podemos huir, la sensación de impotencia o de cómo proceder sabiamente queda en una mera intención. Pasamos de la alegría al abatimiento, de la risa al llanto, del bienestar al malestar. Surgen recuerdos, memorias cristalizadas, acciones por realizar, traumas por curar, heridas abiertas por cerrar. Toda la emoción se pone al servicio de un conflicto interior del que apenas somos capaces de recordar cómo se originó, y del que sin darnos cuenta estamos sumidos sin poder asomar la cabeza para respirar.

    Los ojos miran, pero no ven, pues toda la atención está desviada hacia los adentros, pero no como atención plena o consciencia mental, sino como una manera de rumiar una y otra vez surcos repetitivos de pensamientos. El ego está oculto, se maneja bien a nuestras espaldas. Va creciendo a medida que escuchamos su argumento sin tener en cuenta su identidad, su falsedad, su informe no ajustado a una realidad que acaba solapada por nuestra discapacidad de estar en apertura a la situación presente.
    Los momentos así son horizontales. Uno deja paso a otro pero en el mismo nivel. Es como estar en un cochecito para niños donde se le echa monedas; parece que se mueve pero no avanza. La saturación de emociones negativas convierte el espacio mental en una prisión muy sutil, donde las energías se van perdiendo en atender a cada una de ellas de manera personal.
    El ego no ve fin a todo ello. Nunca ve colmado esa ambición, por ello debemos dejar pasar otra manera de manifestar lo que consideramos que somos. Luchar con la mente puede dejarnos agotados. Se las arreglará para sacar un nuevo tema en el cual dejar ver todas las miserias. Es nuestra identificación lo que promueve su propia existencia de su lado menos constructivo y desde una consciencia que debemos despertar a cada instante, se convierte más fácil el acceso a un punto más elevado donde divisar esas corrientes submarinas en el estamos tan fácilmente atrapados.
    Voluntad y firme determinación es fundamental para no dejarnos aprisionar por la cárcel emocional. La observación sin reaccionar permite ir ganando terreno a las energías que tan mal aprovechamos en atender algo que aunque surge en nosotros; no nos pertenece. Todo es un ciclo con su propio dinamismo; obsérvalo. A la noche le sigue el día y viceversa. Querer mantener un estado de ánimo perenne es caer en una frustración, porque no existe nada que no esté bajo la ley de lo transitorio. ¿Entonces? Hay que saltar de la dualidad para que no nos arrastre de la manera en que nos condiciona y somete. Hay que observar y dejar pasar, y así entonces ganar terreno a nuestra parte doliente emocional. Las emociones viven de nosotros, no nosotros de ellas. Podemos dejarlas pasar y que estén un rato, pero no estamos obligados a cederles una habitación para que hagan noche. Si están que sea hasta que se cansen y se vayan por sí mismas, sin nuestra implicación, sin que por nuestra parte las atendamos, porque entonces así es cuando ganan poder en nosotros.


    La libertad interior no es ausencia de toda clase de fricción, malestar o sensaciones ingratas. Es la observación que se adelanta para no quedar atrapados y poder tener una visión más nítida al respecto, sin caer presa, sin vender nuestro bienestar a una parte de nosotros, que sin saber por qué, confabula para que nos seamos plenos como realmente merecemos.











domingo, 10 de mayo de 2015

Las sandalias del Buscador.

    Ya está a la venta el libro recopilatorio de los tres primeros años del blog En busca del Ser.

    Este libro homenaje a todos los seguidores y a todo aquel con inquietudes espirituales o de mejoramiento, incluye tres artículos inéditos y las entrevistas en exclusiva del escritor y músico Chema Vilchez, y de la psicóloga y escritora Mª Jesús Álava Reyes.




Editorial Círculo Rojo. PVP 15€ 


SINOPSIS

¨Debo decir que la obra de Raúl Santos Caballero rezuma honestidad y veracidad, como no podría ser de otra forma viniendo de él. Esa actitud sincera, esta energía noble es la que impregna su trabajo y le confiere validez y sentido. Por ello recomiendo al lector que utilice el libro para liberarse de su burbuja y atravesar la estructura que le separa de la visión lúcida, para así, poder adentrarse a los senderos que de ella divergen: la bondad, la generosidad y el amor
Las verdades y las respuestas útiles sólo surgen de la propia experiencia, pero es de agradecer que los buscadores como Raúl compartan, de forma tan bella como él lo hace, parte del camino transitado¨.

Tres años de investigación en todo lo que envuelve la psicología y la mística del ser humano, se recopila en esta obra donde el lector podrá sumergirse en artículos esenciales como ¨La paciencia¨, ¨El sentimiento de culpa¨, o ¨La soledad¨.  En otros más reflexivos como ¨La muerte¨, ¨La amistad¨, o ¨La autoestima¨. Y también en artículos que tratan de atravesar la realidad aparente como ¨La despersonalización¨, ¨La desrealización¨, o ¨El destino¨.

Reflexiones que nacen de un sentimiento de búsqueda y de la propia experiencia, con el fin de arrojar luz y facilitar, en lo posible, el sendero a todo aquel que sienta una llamada hacia la indagación.



    ¿Deseas un ejemplar con dedicatoria personalizada?
    Ponte en contacto: raulyogos@gmail.com








jueves, 23 de abril de 2015

Los estrechos puntos de vista.

    Todos nos basamos en inclinarnos en opiniones, clasificar situaciones y hacer comparativas. Nuestra base de entendimiento y captación permite elaborar una demarcación ante lo que acontece y, desde ahí, elaborar un posicionamiento firme y determinado.

    Es entonces cuando nos aferramos a puntos de vista, preferencias o creamos distanciamiento mediante el rechazo. Pero a veces todo lo que consideramos creer, todo lo que damos por hecho, todo el conocimiento que damos por sentado, no es más que un margen que separa y llega a distanciarnos de un entendimiento más amplio y panorámico. Nuestro saber abarca hasta un punto y depende de nuestra actitud el querer ampliarlo. Para ello debemos estar en apertura, dispuestos a soltar todo aquello que creemos ser lo que nos sostiene y define. Es reciclar continuamente nuestros patrones de comprensión y lanzar unas miras que abarque hasta el infinito.

 Si no, de otro modo, se van coagulando y petrificando todo aquello que en su momento pudo haber tenido su validez. Pero todo es fenoménico y transitorio (no irreal), e incluso nuestro punto de vista en un momento determinado puede haber alcanzado su fecha de caducidad.

    También entran de lleno los contextos, pues ese decorado permite rellenarse con nuestras preferencias e ideologías. Y cómo no, nuestro estado de consciencia, pues es lo que determina la discriminación de los hechos y sus consecuencias.

    Discernir no es fácil, y menos cuando estamos apegados a estrechos puntos de vista. Son estos una parcela en la que nos sentimos familiarizado y seguros, y creemos coger en ella con nuestra personalidad configurada en sus creencias.

    Un punto de vista erróneo no tiene más consecuencias que la posibilidad de ser cambiado, pero su apego desmesurado es lo que hace sacar lo peor de una persona.

    Ideologías, creencias, dogmas, clichés, y un largo etcétera, han cambiado siempre la historia de la humanidad. No mirar más allá de un estrecho punto de vista, es estancarnos en un sitio que no ofrece una visión más ampliada, y con ello, la posibilidad de manejarnos con más variables que determinan razones, consecuencias o vislumbres.

    Nuestro grado de lucidez también repercutirá en ampliar la periferia de nuestros amasijos de conceptos, juicios y prejuicios. A veces se derretirán; otros, se solidificarán, porque se reafirma más su fuerza y hacemos todo lo posible por sustentarlo.

    No salir de los estrechos puntos de vista es como no actualizar nunca un reloj. El tiempo se queda detenido, la vida se mantiene en pause, y nuestra capacidad de entender se acoge y no se suelta de la solidificación en nuestra postura. Abrir la mente no significa perder nuestros valores, ni la ética, ni destruir nuestras consideraciones. Pero sí es dejar correr el río de las opiniones y fluir con ellas sin sujetarnos siempre a la misma rama, porque esta puede quebrar y el curso de los acontecimientos nos terminaría por arrastrar sin tener más alternativas donde sujetarse.

    Hagamos por ampliar el horizonte, humildemos nuestras opiniones, relevemos lo que creemos es fijo e inamovible. La vida abarca mucho más de lo bueno y malo, lo bonito y lo feo. La comprensión no tiene límites, no es raciocinio únicamente, es también existencial, y su lenguaje escapa de lo meramente racional.

    El punto de vista que solamente es estrecho, debe derrumbar sus barreras para oxigenar y dar paso a otro tipo de percepciones, pero nuestro desconocimiento que genera una ignorancia que además es atrevida, no intuye ni por asomo.

    A veces es la propia vida, la que con sus adversidades, nos otorga la lección. A veces son las contrariedades las que nos hacen descabalgar de nuestro ego "sabelotodo".

    No esperemos a que una situación cataclismal nos derrumbe para volver a edificar. Tengamos una actitud de buen anfitrión para recibir opciones y posibilidades que hasta ese momento obviábamos por completo. Es un gesto de grandeza, de sabiduría en potencia, de salud emocional y de psicología sana que se actualiza por sí misma.


    Examinemos lo que escapa a nuestras manos y también lo que podemos controlar, y con todo ello, expandamos nuestra consciencia para eliminar fronteras y que pueda abarcar dimensiones que no vemos por estrechez de miras, y sí en cambio, con apertura mental.
 

jueves, 26 de marzo de 2015

La autoobservación.

 
Existe una capacidad derivada de la atención, que nos permite desplegar en todo momento unas miras hacia nosotros mismos.
    Es la autoobservación una acción que permite direccionar una visión que redirige una y otra vez a nuestro mundo interior, psicológico, y a nuestras reacciones más íntimas y personales
    La aotoobservación es el mantenimiento de una mirada que nadie puede jamás captar, clavada en nuestro núcleo más profundo para revelar y detectar todo lo que se va generando sin que nos pase desapercibido o se produzca a espaldas de nuestro estado de consciencia. Autoobservarnos es una ejecución individual en la que nadie jamás nos puede reemplazar.
    Uno puede observar a otra persona, como puede también analizarla y estudiarla, y a través de todo ello, sacar una conclusión clara, pero aún no existe una radiografía que permita ver cómo realmente se siente una persona.
    Autoobservarnos es la herramienta práctica del autoconocimiento. Es conocer al conocedor, indagar en quien indaga. Sin la autoobservación no hay posibilidad de detectar todo el amasijo de emociones que nos toman o las distintas reacciones que nos sacan de nuestro eje. La aotoobservación no puede ser una acción mecánica, porque precisamente rompe el automatismo para observarnos, y de esa manera, comenzar a dejar cierta distancia con todo aquello que creemos que es sumamente esencial en nosotros, cuando en realidad son capas y capas de personalidad creada.

    Esa indagación en primera persona nos permite atestiguar para detectar y, con ello, modificar o enfriar actitudes o emociones que nos friccionan y entorpecen el crecimiento interior. Si damos la espalda a la posibilidad de autoconocernos, viviremos únicamente para un yo superficial, prestado, centrifugado y desinflado de una esencia que no advertimos. La aotoobservación no debe ser obsesiva ni que nos sirva para coercitarnos, autoreprocharnos o sumar más caos en nosotros. Tampoco para obsesionarnos ni convertir la observancia en un juez refractario de toda nuestra composición anímica y psicológica.
    La autoobservación debe ser como una flecha de dos lanzas; una que apunte hacia afuera, y otra, hacia los adentros. Su alcance nos debe situar en un puesto de testigo que mira pero no se implica. Ve, pero no reacciona. Modifica, pero no se violenta.
    Sin autoobservarnos, se alimenta la tendencia a ser más mecánicos, pues no se implica una atención que detecte los automatismos que nos condicionan. La importancia de autoconocernos es vital, y el primer inicio es la autoobservación. Es el  preliminar para extraer un conocimiento de primera mano de nuestra configuración albergada por deseos, temores, inclinaciones, rechazos, apegos... Es el primer paso para evaluar, corregir y transformarnos. Dará pie a ver un comportamiento espontáneo que muchas veces no sale a la superficie, pero que anida en lo más visceral de todos nosotros. Nos permitirá, una vez detectemos distintas reacciones, a comenzar a distanciarnos con una acción pasiva, sin luchar, sin sumar más conflicto a nuestro lado más destructivo, para ir accediendo a una fragancia solapada de personalidad, útil en muchos contextos, pero insuficiente para autodesarrollarnos.
 
Esto no significa luchar por no ser nosotros mismos, sino ser más conscientes, estar más alerta y comprendernos. La aotoobservación se convierte en una introspección sana, lejos de la egocéntrica, desplegando atención y aprendiendo a diferenciar la posible reacción que podamos tener, de lo que es una respuesta viva a lo acontecido. Al principio es una llama muy débil, pero con la práctica va ganando en intensidad. El ejercicio más directo es la meditación sentada, pero después se debe hacer extensible a cualquier escena de la vida diaria.
    La autoobservación da paso al autoconocimiento, y éste permite el autodesarrollo. A medida que captamos y comprendemos las leyes que rigen nuestro universo interior, estaremos más capacitados para entender todo el entramado exterior envuelto en su propia dinámica.
    El buscador sabe que para conocerse debe observarse previamente. Sin ese ejercicio directo vive de espaldas a sí mismo, dejando escapar toda una cantidad de información que sólo él mismo puede recopilar, y posteriormente transformar.


    El autoconocimiento no es dentro de unos años, ni los logros ni lo adquirido. Comienza ahora, en este instante, y el canal de transformación es la aotoobservancia, que derivará con ello un acercamiento más profundo a nuestra propia esencia.

















domingo, 8 de febrero de 2015

Ramiro Calle. Entrevista íntima y personal.

    Nombrar a Ramiro Calle es leer en subtítulos: Yoga.
    Pero hay mucho más...
    Fue pionero de dicha disciplina en este país y dirige un centro de yoga desde el año 1971 llamado ¨Shadak¨. Ha escrito más de doscientos libros, y fue en esta faceta donde tuve mi primer contacto con él y su transmisión de la enseñanza.
    Nos remontamos allá por el año 2007, donde comenzaba a sentir atracción por sus libros. Era una
época de mucha sed de autoconocimiento, pero también de mucha desorientación y de ir dando pasos sin saber a dónde. Al principio todo lo relacionado con el yoga me asustaba, quizás por los prejuicios o por miedo a toda esa relación que siempre carga con lo sectario. Pero al detectar un libro llamado ¨El arte de la paciencia¨ sentí esa especie de flechazo indescriptible. Me sorprendió que alguien escribiera un libro sobre una virtud que siempre valoro mucho, e impulsivamente me hice con un ejemplar. Cuando lo leí sentí cierta familiaridad en sus palabras, golpes de luz, cómo una pieza encajaba con otra... No si también, por aquel entonces, no disponer de cierta capacidad para comprender otras muchas cosas. Pero la semilla había caído en terreno fértil y debo reconocer que sentí una mezcla de alivio, esperanza, reencuentro y por qué no, felicidad.
    Era una sensación de: ¨O él me entiende a mí, o yo le entiendo a él¨. Y cuando uno está sumido en pleno rastreo siempre es reconfortante vislumbrar una luz por muy pequeña que sea.
    Seguí leyendo sus libros y de nuevo la tranquilizadora experiencia de sentirse comprendido ante una de las dimensiones más angosta y desertizante que un ser humano puede experimentar: la ansiedad. De nuevo un plano vacío volvía a convertirse en mapa, y ahí, en esa etapa o escalón, fue cuando empecé a observar todo lo relacionado con el yoga desde otra perspectiva.
    Para más casualidad, al tiempo, mientras ojeaba en una sección de libros de un comercio de Madrid, veo que a mí lado está él haciendo exactamente lo mismo. Visceral e impulsivamente le saludé, y él con una sonrisa me atendió. En ese encuentro fugaz y donde uno siente la ¨causalidad¨, decidí acudir a su centro para practicar yoga.
    Siete años a día de hoy llevo siendo alumno suyo. Ni qué decir tiene su influencia a la hora de despertar mi faceta de escritor. Han sido, son, y espero que haya muchas más, las preguntas que le realizo en clase.
    Le considero una persona lúcida y despierta, con una mirada profunda, mente abierta y en donde parece que al exponer su charla en clase, debido a que son panorámicas y extensibles, vayan dirigidas a uno, descomponiendo tus creencias y patrones, y dejándote con la responsabilidad de organizar de nuevo tus puntos de vista. Es un sabio en vida en el que todos deberíamos ¨aprovecharnos¨ sin caer en idolatrarle, pero sí poder exprimir su experiencia para facilitar el tránsito en el camino que deseamos recorrer.
    Se me ocurre entrevistarle y hacerle un reportaje para el blog, ya que se cumple el cuarto aniversario de ¨En busca del Ser¨, nombre ¨prestado¨ precisamente de uno de sus libros. Pero no quería hacerle las típicas preguntas, quería llegar más hondo, algo más íntimo y personal. Conocer a un Ramiro lejos de estereotipos y atravesar lo que ya todos conocemos de él.
    Por ello y mucho más, le propongo esta entrevista. Observo que reacciona con mucho contento, con la ilusión de un niño, cuando el verdaderamente agradecido debería ser yo. De nuevo me descoloca porque habrá concedido miles de entrevistas a lo largo de su vida y de nuevo, con esta, le consigo ilusionar.
    Es difícil recopilar las preguntas. Es difícil aglutinar la infinidad de curiosidades. No descarto preguntas en función de si le va a parecer bien o mal. Me atrevo a conservarlas.
    En la entrevista observo a un Ramiro muy curtido, contemplativo y mostrando una lúcida indiferencia por temas que, para otros, podían ser inquietantes. Le noto afincado en sí mismo pero sin salirse de la vida, sin dejarla de lado, sino zambulléndose de lleno con una actitud humilde y accesible que ya muchos otros quisieran. No es una pose ni el disfraz de un personaje creado, sino el resultado de un trabajo interior que nadie ha podido hacer por él.
    Por mi parte he logrado realizar lo que me propuse, es decir entrevistarle, como un tributo a su aportación y legado.
    Espero que este homenaje, tanto a él como a los seguidores del blog, guste tanto como a mí el proceso y desarrollo del mismo.
    De todo corazón, que lo disfruten...

Raúl Santos - ¿Cómo es un día en la vida de Ramiro Calle? ¿Cómo desarrollas tu sadhana?

Ramiro Calle -Mi vida es muy simple. Una vida muy normal. Escribo, atiendo personas que me necesitan, doy tres clases diarias de yoga, contesto correspondencia, y hago hatha-yoga y meditación. A veces veo a los amigos y charlamos sobre temas muy diversos. También conecto con gente de otros países que me piden consejos muy diversos. Llevo una vida de plácida rutina, pero la Búsqueda siempre está presente, siempre.

R S- ¿Cuánto tiempo le dedicas a tu meditación diaria?

R C-Trato de meditar todos los días, una hora o más, según las circunstancias, pero desde luego trato de estar meditativo en la vida diaria. En fines de semana o vacaciones, si puedo, intensifico. También trato de hacer hatha-yoga todos los días, todos.



R S- ¿Qué sería de Ramiro Calle si no existiese el yoga?

R C-  Siempre he dicho que si no hubiera sido por el yoga, a ver si no hubiera acabado en una clínica psiquiátrica. Yo era un niño con una psicología muy difícil y luego fui un adolescente y un joven muy atormentado. El yoga me llegó cuando yo tenía 16 años, de la mano de un gran buscador llamado Rafael Masciarelli. Fue mi salvación en muchos sentidos. Por eso trato de devolver lo que yo recibí.

R S- ¿Cómo fueron los comienzos del centro de yoga? Si a día de hoy todavía a quien lo ve como una secta, no quiero imaginar en plena dictadura. ¿Te pusieron muchas trabas?

R C-Iba a abrir una librería de orientalismo. Mi primera mujer, Almudena Hauríe, era otra gran buscadora y teníamos esa idea. Pero al final encontramos el piso en el que sigue estando el centro de yoga y emprendimos la gran aventura. Almudena siempre ha tenido unas dotes fabulosas para practicar las posturas del yoga, además de ser una gran meditadora. Empezamos en enero de 1971, sin saber cómo resultaría todo. Y aquí sigo, ya ves. Más de cuatro décadas y han pasado por el centro de yoga medio millón de personas. Eran tiempos muy difíciles para el yoga. No se podían conseguir libros y yo los pedía a Hispanoamérica, Francia e Inglaterra. Nadie sabía lo que era el yoga, solo poquísimas personas. Ahora está la yogomanía, y el yoga ha sido por muchos desvirtuado y falseado. El supermercado espiritual.

R S-¿Has pensado alguna vez escribir un libro sobre anécdotas de Shadak?

R C- Hay infinitas anécdotas, porque son cuarenta y cuatro años. Pero ¿quién lo iba a editar? La mejor anécdota, si lo queremos decir así, es que durante dos años tuvimos una sola persona en uno de los horarios. Y que luego habrían de pasar medio millón de personas por el centro. Hoy el yoga se ha extendido sobremanera, pero hay que tener cuidado con la yogomanía y los pseudoyogas.

R S - ¿Cómo haces para escribir tanto? ¿Cómo o en qué te inspiras? ¿Estructuras o te dejas llevar por la inspiración?

R C- No estructuro. Siempre he tenido una gran disciplina en este sentido. Ya sabes, como escritor que eres, cuando la inspiración baje, que te encuentre escribiendo. La inspiración cuenta, pero la disciplina aún más. Donde me dejo más llevar por la inspiración es en las novelas.

R S- ¿Escribes sólo frente al ordenador o eres de llevar papel y bolígrafo?

R C- No, solo frente al ordenador. Sin saber la mayoría de las veces qué va a salir.

R S-¿Cuántos libros puedes llegar a leer, por ejemplo, en un mes?

R C- Según qué libros, pero media docena al menos, seguro. Hay libros que los releo diez veces o más. Un buen libro es un maestro.

R S- Cuando uno se inicia en la búsqueda de autoconocimiento, a ojos de los demás, parece que pierde de un plumazo todo el derecho a enfadarse o mostrar signos de inconformismo. ¿Qué opinas de ello? ¿Te ocurre a menudo?


R C-He ido cambiando mucho. Pero la insatisfacción sigue asomándose, porque uno quiere que el alcance espiritual sea mayor. No suelo enfadarme, es un gasto de energía que no deberíamos permitirnos. La ira nos hace sus esclavos. Mal negocio.

R S- Aunque no quiero ni te voy a pedir que lo expreses, ¿tienes alguna ideología política o te mantienes al margen de todo ello?

R C- Krishnamurti decía que los políticos no son de fiar. Concuerdo. La mayoría no lo son. Solo ego, afán de poder y autoimportancia. Babaji Shivananda iba más allá y decía sobre ellos: "Caca de vaca".  No hay políticos por lo general, sino malversadores de la política, gente muy fatua e hipócrita. Hay honrosas excepciones, aunque nombro: Gandhi, Luther King y Mandela.

R S- ¿Cómo reconocer nuestro ser real estando tan inmersos en tanta productividad, competitividad, responsabilidades…?

R C- Hemos hecho de esta sociedad, como dijera Sri Anirvan, un erial y un estercolero. Donde hay competencia no puede haber compasión. ¡El gran prostíbulo! En el centro del tornado está el espacio de quietud, es decir, en la naturaleza profunda y quieta que yace en uno. Hay que desbaratar las estructuras del ego; dinamitar su espesa burocracia. Humildarse. No humillarse, pero sí humildarse.

 R S- ¿Cómo podemos adaptar un ejercitamiento espiritual (sadhana) en la actualidad contemporánea y urbanita, cuando muchas veces de lo que menos disponemos es de tiempo?

R C- Yo soy un yogui urbanita, básicamente, que trata de seguir aquello que recomendaba Buda: "Sosegado entre los desasosegados". La Búsqueda es siempre difícil, para los más activos y para los más contemplativos, para los que viven en sociedad o se aíslan. No hay atajos para llegar al cielo.

R S- ¿Cómo seguir siendo individuos aun perteneciendo a una sociedad en la que parece que está todo orquestado para que no pensemos por nosotros mismos?

R C- Aprendiendo a discernir y a salirse del circuito de los viejos patrones, condicionamientos, modelos y esquemas; desmantelando lo que no somos y es adquirido para recuperar lo que somos. Para eso se nos han propuesto las vías espirituales y los métodos o herramientas.

R S- ¿De qué manera puede servir el yoga, o la enseñanza, en casos tan extremos como ser víctima del terrorismo, de una violación, bullying en los niños…?

R C- Afrontar todo eso es un verdadero yoga, sin desmayar psíquicamente. La vida es la gran maestra, la mentora a veces que nos hace aprender con mucho dolor. La ecuanimidad es el secreto para muchas veces no enloquecer ante tanto espanto creado por el ser humano. Es que somos homoanimales y tenemos que seguir la senda para humanizarnos.

R S- ¿Cómo diferenciar integridad de ego?

R C- Lo mejor con respecto a lo que exacerba el ego es no creérselo. El gran falsario del ego sólo quiere afirmarse y desarrollar sus enfermizas tendencias narcisistas. Hay que quitarle el alimento que le permite engordar.

R S- ¿Alguna vez has querido arrojar la toalla en tu propia búsqueda?


R C- Bastantes, sobre todo cuando era un romántico de la Búsqueda y esperaba resultados más rápido o cuando uno comprueba con lucidez hiriente que va cometiendo error tras error. Pero aquí hay que recordar el adagio: "El mismo suelo que te hace caer es en el que tienes que apoyarte para levantarte". La larga marcha de la autorrealización a veces se hace insufrible e interminable, pero si uno ha sido llamado interiormente, si en uno se ha activado el mecanismo de la Búsqueda, nada se puede hacer.

R S- ¿Qué extraerías como aprendizaje más relevante después de tantos años de rastreo interior?

R C- Acabo de escribir un libro llamado ¨LO  QUE APRENDI EN CINCUENTA AÑOS¨. Claro que podría escribir otro diciendo lo que no aprendí. El sabueso no debe dejar de rastrear. Cada paso es la meta, cada momento es la inspiración. La compasión lúcida o la lucidez compasiva es lo más esencial. Y desde luego el sadhana, o sea la práctica.

R S- ¿Qué despierta en ti la muerte? ¿Miedo, aceptación…?

R C- Como escribí detalladamente en mi libro ¨EN EL LIMITE¨, ya estuve bastante cerca de ella. Ante la muerte todo palidece y ante la muerte los más intrépidos tiemblan. El apego está siempre de por medio y el maldito ego que se rebela y es un tirano. Pero a cada momento estamos muriendo. Hay que aceptar, rendir el ego, entregarse, dejarse ir.

R S- Sabes que eres una referencia para muchas personas. También eres muy amado o muy refractado. ¿Cómo llevas que te idolatren o te consideren un maestro?

R C- Raúl, soy como un muerto a halagos e insultos. Unos te halagan y esos mismos te pueden luego insultar, y al revés. Todo es carnaval y lo peor es creérselo. Ya no me creo ninguna de esas manifestaciones. Muchos me detestarán, seguro, sin conocerme siquiera, y otros me adoran sin saber casi nada de mí. La rueda de la vida que no cesa. Amores y odios, afectos y desafectos, pero hay que ponerse en el cubo de la rueda y saber estar en paz.  Inevitablemente soy un referente, eso no lo puedo negar, aunque a veces se paga un diezmo, pero fui uno de los pioneros del yoga y a veces uno entra en el terreno de ser controvertido. En fin, ojalá pueda decir un día como Buda: "Los demás me insultan, pero yo no recibo el insulto". Ser un yogui urbanita, con una vida más o menos normal, levanta suspicacias; pero por fortuna nunca me he dejado meter en el papel de gurú, que me produce alergia.

R S- ¿Qué tiene el momento de duermevela o desvelo en la madrugada que trae una manera tan directa de sentir la realidad, totalmente lejana a la que percibimos de manera común?

R C- Es un encuentro al desnudo con la realidad más profunda y con uno mismo. Nos desenmascaramos, nos damos cuenta de las bagatelas, lo banal, lo accesorio, lo superficial. Se produce un toque de consciencia y todo palidece ante el sentimiento de la finitud de este falsario que es el ego. No hay dónde asirse, donde agarrarse, dónde no sentirse en lo vacuo sin falsos asideros o amortiguadores.

R S- A veces, uno se siente que ha alcanzado la claridad mental, donde nada ni nadie le puede afectar, con mucho poder interior y capacidad para fluir. Pero de repente todo se desmorona y volvemos a nuestra parte más sufrible y neurótica. ¿Tiene explicación estas oscilaciones? ¿Por qué no nos quedamos anclados en ese estado de lucidez una vez lo hemos conseguido y retornamos tan fácilmente a nuestra fricción interior?

R C- La mente vieja siempre imponiéndose y frenando la mente nueva. Los condicionamientos y códigos, el bucle repetitivo del apego y la aversión. El ego velando el Yo, lo adquirido ocultando lo Real.

R S- ¿Son la insatisfacción y el descontento dos factores intrínsecos del buscador?

R C-Totalmente. Son una energía muy poderosa si sabemos encauzarla bien, son un motor, un empeño, un afán, una voluntad de ser lo que nunca hemos dejado de ser. Uno siente que no está completo y quiere completarse.

R S- Son muchos los libros que nos insisten en estar siempre positivos, pero ¿pueden llegar a convertirse en un autoengaño o un freno para autoconocernos?

R C- La mayoría son un autoengaño, un placebo, un analgésico espiritual. Lo que hay que estar es en la lucidez y la compasión, no en ideas, conceptos o incluso la obligación de ser feliz. No busco la felicidad, busco la paz interior.

R S- Cuando uno se siente a punto de desfallecer ¿puede ser necesario suspender intencionadamente el sadhana, tomándolo como un paréntesis y retomarlo más renovadamente?

R C- Bueno, si tienes sed, ¿puede ser necesario suspender la ingesta de agua? El sadhana es el soporte, el refugio, la dirección, el  apoyo. Se puede aflojar, sí, como el que sube por una empinada cuesta y se detiene para tomar resuello y proseguir.

R S- ¿Es necesario tocar fondo para nuestro crecimiento personal?

R C- No pocas veces se toca fondo. Caes y te levantas. Te despistas y regresas a la senda. Tropiezas, te caes, y te incorporas. Las dificultades juegan un gran papel, aunque no las queramos. El veneno hay que transformarlo en néctar. No es fácil. Hay que convertir el sufrimiento inevitable en consciente, como una pértiga para dar un salto más alto.

R S-¿Son la desrealización y la despersonalización atisbos de una realidad que se nos escapa y que nos ofrecen un ¨toque¨ para que vislumbremos algo que está tras lo aparente?

R C- Si no nos espantan o producen ansiedad pánica, pueden ser rendijas a otro tipo de percepción, a la captación de lo relativo y el vacío.

R S- Si pudieras elegir solamente a uno, ¿cuál sería el maestro espiritual que entrevistarías?

R C- Permíteme tres: Buda, Lao Tse, Jesús.

R S-¿Qué opinión te merece la ¨hipocresía espiritual¨ donde todo se soluciona diciendo que es por culpa de tu ego, o donde para ser espiritual hay que disponer de ciertos requisitos o alcanzar ciertas posturas? ¿Nunca pensaste en formar a profesores?

R C- No hay peor orgullo que el espiritual En el ámbito espiritual hay muchas personas que o alimentan, y alardean de sus conocimientos o van de iluminados, se envanecen, son solemnes y alardean. ¡Falsarios! Jamás pensé en formar otros profesores que no hayan sido los que dan clase en mi centro. La formación de profesores se ha vuelto un gran negocio en el supermercado espiritual y no se previene a los que se quieren formar, de que va a haber más profesores que alumnos, que no podrán ganarse así la vida (y muchos dejan su trabajo para ello), que habrá centros les explotarán pegándolos miserablemente y no les asegurarán. Yo no entro en ese juego perverso, como cuando me han querido nombrar presidente de una federación o cosas así. Politiquéos que no deberían estar en el yoga jamás.

R S- ¿Cómo afronta y ve el futuro Ramiro Calle? ¿Qué proyectos tienes entre manos?

R C- ¡Ah!, ¿pero hay futuro? Ya apenas escribo. Trato más ahora en estar que en hacer, en ser que en enredar. A veces, como sabes, llevamos la maleta encima en lugar de depositarla en el suelo del tren y que él la lleve. Menos pensar y más conectar con lo que es. Más indulgencia, más humildad, más mirar el transcurso de los acontecimientos con ecuanimidad.

R S- ¿Algo que quieras expresar libremente y con total libertad?

R C- Si a nadie le gusta sufrir, ¿por qué causamos tanto daño a los demás? Somos un yo-robótico y hay que hacerse consciente y virtuoso, saber amar, alimentar el propósito de no dañar a seres humanos ni animales. ¡Qué de atrocidades hace el homoanimal que somos, qué espanto, qué vergüenza, qué desdicha! Todo está dicho, pero nada está hecho. Sin el homoanimal este planeta sería un paraíso, por lo menos no se añadiría sufrimiento al sufrimiento. Todo se fagocita, pero por lo menos seamos más respetuosos y superemos la mezquina autoimportancia. No creo en ninguno de los "valores" que propone esta sociedad hipócrita y alienada. Soy un ácrata sin acrimonia. Soy un simple intermediario gnóstico que pasa a los demás enseñanzas que a él tanto le han ayudado.




    Muchas gracias Ramiro por dedicarnos tu tiempo. Siempre te estaré agradecido. Gracias por ser como eres y espero que hayan disfrutado todos los lectores de esta entrevista convertido en homenaje para ambos, es decir, tanto para Ramiro Calle, como para los propios seguidores. Espero que ya sepamos todos un poquito más de un Ramiro más íntimo y personal, y nos siga inspirando en la Búsqueda del Ser
    Creo que ha sido una muy buena manera de celebrar el cuarto aniversario del blog.
    Ahora sí que puedo decir que he cumplido una expectativa muy alta, y en la cual, creo haber sido portavoz de muchos a la hora de realizar las preguntas.
    Espero seguir disfrutando de tu experiencia y sabiduría.


                                                                 ¡¡Gracias Maestro!!













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