viernes, 25 de marzo de 2016

La respiración.

La respiración es el proceso por el cual, simplemente, estamos vivos. El hecho de respirar nos mantiene conectados con la vida, es el vínculo orgánico, el intercambio de oxígeno, la unión directa de dos realidades: la interna y la externa.

    Su acto puede ser voluntario, podemos intervenir en ella, podemos forzarla, suprimirla, extenderla, ampliarla en diversos ejercicios para obtener una serie de beneficios fisiológicos. Una buena oxigenación repercute positivamente en el organismo como en la calidad de la salud. Pero la respiración es mucho más...

    Al llegar al mundo nos recibe, al dejarlo nos despide, y durante todo el recorrido vivencial nos acompaña sin abandonarnos. Entonces la respiración es una aliada, un testigo fiel de todos los acontecimientos que atravesamos. Pero nuestra percepción olvida el fenómeno de la respiración dejándola como algo subterráneo a nuestra atención, quedando así enterrada ante los sucesos que se van presentando.

    Aun así la respiración no nos ignora. Ella puede estar sin nosotros, pero nosotros no seríamos sin ella. Al dormir nos vamos, pero se mantiene, nos sustenta. Al despertar y regresar continua sin reclamar méritos, sin exigir halagos. A veces irrumpe agitadamente cuando tenemos ansiedad, cuando se activa el miedo. Su ritmo se acentúa y caemos en la cuenta de por qué en ese momento la respiración no puede hacer más para mantener su compás natural.

    Pero la respiración sigue siendo mucho más.
    Es un puente, una aduana que enlaza y nos une con la existencia. Su ir y venir puede intervenir en el proceso mental, como el proceso mental recae sobre su equilibrio. Hay interrelación, hay una simultaneidad entre mente y respiración. A mayor calma mental, más serenidad en la respiración; a mayor control respiratorio, más sosiego y claridad mental.

    Entonces el soporte de la respiración ofrece distintos enfoques. La atención sobre ella puede generar relajación y tranquilidad, pero su observancia crea una gran transformación. ¿Cómo el simple hecho de respirar puede transformar nuestra consciencia? La transformación se genera cuando estamos presentes en la respiración, no sólo influyendo, sino observándola. Cuando percibimos este proceso tan cercano que es respirar, cuando tomamos consciencia de su mecanismo natural siguiendo el ritmo y aceptándolo, simplemente como espectadores arreactivos sin que nos arrastre, entonces surge una atestiguación.

    La respiración ofrece tras su observación captar el surgir y desvanecer, la impermanencia, el cambio constante. Porque no hay dos respiraciones iguales, porque cada respiración tiene su propia gloria y divinidad, porque si perdemos la atención en recordar otra, se verá implicada la mente en sus memorias; si fantaseamos en la respiración que está por llegar, se encontrará la mente enredada en sus ensoñaciones. Si la conciencia se unifica en la respiración de cada momento, la mente se retira, no puede operar a su manera porque todo es tan fugaz que apenas hay espacio para su charloteo.


    Pero observar con plena aceptación, con total relajación, sin enjuiciar, sin tensión, estando atentos a un proceso que nace en nosotros, desembocando en la existencia y viceversa, es desarrollar una visión pura. La respiración se torna soporte meditacional, un anclaje que permite enraizarnos con nuestro ser. Buda desarrolló este tipo de meditación vipassana para traspasar el velo de lo fenoménico. Sin embargo, es en la experiencia de su práctica lo que determina el poder transformativo, el cambio de perspectiva.

    En profundo silencio, la respiración comienza a ser tan sutil que apenas es perceptible. Entonces uno ya no respira, sino que es respirado. Sólo queda la observancia porque incluso ha desaparecido el observador. Entonces eclosiona un tipo de energía que emerge desde dentro.
    La respiración continúa, la vida externa sigue, pero la consciencia se ha esparcido en cada recoveco de nuestro ser. Observar el proceso respirante no es una idea, ni un parecer, es conectar con la línea divisoria que separa dos universos, y que al dejar a un lado la mente discursiva, se produce una comunión imposible de catalogar de manera intelectiva.

    Para la búsqueda del espíritu, la respiración es más que una herramienta para la introspección. Es la puerta entreabierta hacia un misterio que es la existencia en sí misma. Entonces respirar no sólo es un acto natural que se produce, sino el anclaje hacia una dimensión presente. Respirar se convierte en la rama a la que asirnos cuando el arroyo de las circunstancias empuja su fluidez. Respirar se vuelve en el proceso íntimo que entra y sale de nosotros trayendo consigo el mensaje de lo continuo, de lo transitorio que se vuelve todo.

    Sin la respiración sería difícil encontrar la rendija que nos lleva al instante, porque su presencia que detectamos conscientemente es la prueba fiable de que el momento es el que es, mostrándonos su cara, su rostro sin manipular por el pensamiento.

    La respiración siempre va a estar, siempre va a coexistir con la temporalidad, llevándonos paradójicamente y tras su observación, a un estado de consciencia transtemporal.

    Respirar no sólo es un proceso, sino la llave que abre la puerta de acceso hacia la dimensión espiritual de nuestro ser.









martes, 1 de marzo de 2016

La tristeza.

La tristeza es una emoción que se caracteriza por ir generalmente acompañada de melancolía. Cuando la tristeza embarga, ésta nos advierte de un desahogo, pues a veces hay una gran masa de energía concentrada que necesita salir de nuestro interior.

    La tristeza es un estado emocional más, pues al igual que la alegría y la ira, viene y va, nos toma y nos suelta, pero puede generar autoengaños como pensar que somos los que más sufrimos y que los demás deben estar a nuestra disposición para consolarnos. Puede teñir de blanco y negro cualquier evento, impidiendo la capacidad de disfrute y debilitando cierta vitalidad que se encuentra ausente en ese momento.

    Según la medicina tradicional china, el pericardio es la zona donde se reflejan las emociones, y de ahí que sintamos cierta presión en el pecho cuando sale la tristeza de su letargo. Entra dentro de los ciclos vitales; un día te levantas y te encuentras triste, escuchas una canción y te abraza la melancolía, lees una historia y te conmueve. La tristeza tiene su grado de importancia, nos invita al recogimiento y guarda una belleza intrínseca que jamás tendrá la alegría.

    Lo que sucede es que la tristeza está censurada. Es como un artículo de lujo que no nos podemos permitir porque se asocia a un descontento, a un inconformismo, a un abatimiento que nos ciega de ver las cosas buenas. Es como un invitado que apenas puede avanzar más allá de la entrada de la casa. Pero la tristeza es mucho más, siempre y cuando no sea crónica y acerque a estados depresivos, la tristeza guarda su propio embelesamiento.

    Un toque de tristeza puede despertar las miras a la generosidad, puede refinar el espíritu humano, puede ralentizar los pasos cuando el viaje es compulsivo sin saber a dónde. La tristeza tiene su propia cualidad, tiene distintas vías de canalizarse, por eso tiene a su disposición variedad de accesos, diversas antesalas que permiten que la emoción alcance un grado álgido de sentimiento. La música, la poesía, el arte... Todo ello puede despertar a través de la sensibilidad, la melancolía, el triste sentir sobre lo que se percibe, sobre lo que se transmite y logramos captar.


    La tristeza que no es neurótica, continua, que no está adherida al carácter de la persona y no condiciona su calidad de vida psíquica, tiene mucho que ofrecer en su indagación. Normalmente huimos, buscamos entretenimientos para escapar de ella, pero al igual que la soledad, son estados que se dan la mano en el sentido de ser dos dimensiones con puntos en común, siempre que  miremos hacia ellas con visión nítida sin condicionar. Pero al rechazar la tristeza también rechazamos una parte de nosotros que no consideramos digna de pertenecernos.

    Para sentirnos completos no podemos huir de las esferas emocionales que nos asaltan y que, incluso, es necesario profundizar en ellas con el fin de autoconocernos y aprender a relacionarnos con las mismas. La profundidad de la tristeza es una energía distinta a la que nos lleva otras emociones. La alegría, por ejemplo, es más centrífuga, la tristeza, más centrípeta. Por eso nos gira a la introversión, a cierta detención en uno, a un recogimiento hacia los adentros. Es como una resaca que nos arrastra, sin que queramos, de nuestra marea emocional.

    Quizá la tristeza sea un recordatorio puntual que al tomarnos nos recuerda que también hay que sentir a quien siente dentro, que también hay que expresar en lágrimas lo que otra forma de comunicación es insuficiente, y que dicha masa de sentimientos también requiere ser atendida. La tristeza riega la sequedad que a veces se enraíza en nosotros, derrite el frío con el que nos revestimos para protegernos, destruye la armadura en la que nos escondemos para representar una imagen de seguridad hacia el resto.

    Pero cuando la tristeza comienza a querer mantener su presencia, debemos atenta y amablemente despedirla, invitarla a que abandone nuestro hogar interior porque la velada no debe extenderse más. Su visita, o el acceso a ella, ha regado terrenos que parecían fértiles, ha dejado en el ambiente un aroma que tiene su propia fragancia. Una vez se retira la tristeza nos aborda cierta calma, cierta ausencia de impulso, nos embarga una serenidad más asentada porque la tristeza se ha llevado consigo una carga que nos oprimía, que constreñía nuestra alma y asfixiaba nuestro ser.

    La tristeza puede acercarnos hacia más seres, puede destruir barreras egocéntricas, puede traernos el mensaje de lo fútil en una relación inarmoniosa, puede dar sentido cuando no lo encontramos a un hecho. La tristeza es emisaria de que no dejemos las cosas hasta su final, de que el tiempo pasa y que en su ausencia no damos valor a lo que sí deberíamos.

    Abracemos la tristeza sin apegarnos, saboreemos su néctar sin querer eternizarlo, disfrutemos de su presencia sin confundirla con la nuestra. La tristeza es mucho más que un berrinche, es mucho más una aguda angustia melancólica. Es la capacidad de saber relacionarnos con una parte esencial del ser humano, es la belleza de un agudo sentimiento que rocía con sus gotas las hojas marchitadas de nuestro florecimiento.