lunes, 20 de junio de 2011

Los aparentes retrocesos.

    En toda senda se producen altos en el camino, que inesperadamente nos detienen y que apavorados por su brusquedad, nos desestabiliza del recorrido que nos habíamos marcado.

    A veces, el alto es debido a un cúmulo de acontecimientos que nos producen  una sensación de enemistad con todos los planos que nos configuran. Se produce una fisura entre lo acumulado y lo esperado por obtener. Un paréntesis que en muchos casos se vuelve abrumador, pues como en mitad de un túnel, uno pierde de vista los dos extremos que componen un recorrido.

    Nos asaltan las dudas, la desidia, la anergia. Se produce un cambio de sintonía, una distorsión en la frecuencia que teníamos ajustada. Se despiertan una multitud de yoes, que hasta ahora en latencia, terminan por desgarrar buscando una orientación o salida. Los yoes descontrolados nos asaltan dándonos perspectivas distintas y perdiéndose en elucubraciones, que no hacen más que entorpecer la fluidez en el estancamiento aparente.

    La mente se convierte en una pantalla donde se proyecta todos los estados de ánimo, convirtiendo al espectador en parte del espectáculo. La persona cuestiona hasta su propio aliento, pues inmerso en el desánimo, no encuentra un sentido a la marcha que había emprendido. Siente que ha abierto una puerta que no puede cerrar, una frase que no puede terminar, una palabra que no puede articular.

    La desazón hace de la existencia un escondite cósmico, donde sin objetos donde esconderse, el sujeto se encuentra expuesto ante sí mismo, y las reglas que hasta ahora les servía, pierden validez.

    El retroceso es en apariencia, pues incluso la detención forma parte del recorrido. El trabajo interior es observar los yoes y reconciliarlos. En algunos casos sobre la estima, en otros, empero, rendir el ego. Enfriar las emociones para quitar la densa bruma de ignorancia que no permite ver la realidad tal cual es.

   La persona trata de buscar orientación dentro de la desorientación, sendero en el barro, movimiento en lo estático, sentido en el despropósito. Asume con dolor el recordatorio de que nada se puede controlar excepto la actitud, y es ahí donde se produce un hervidero de dudas. El camino recorrido aparentaba cierta seguridad, pero de repente todo se desbarata, se descompone para volverse a componer. En nuestras manos están las piezas de un juego que debemos encajar. En ese momento nos cuesta correr la cortina de la ofuscación, y es ahí, donde debemos rendir lo que hasta ahora nos sostenía y emerger, como el intrépido Ave Fénix, de las cenizas.

    Una vez pasada la tempestad, el buscador se sitúa en un peldaño por encima. Ha mudado la piel como la más genuina de las serpientes. El camino se vuelve a despejar para recorrer la senda sin senda, como señalan los antiguos sabios. Se trata de recapitular lo extraído para, como de la más legendaria alquimia, transformar lo sucedido en aprendizaje vital y experiencial, sin quedarse en el mero conocimiento intelectivo.


    El buscador adquiere ¨algo¨ que no es prestado. Se ha rellenado de sí mismo, comprende que escapa a la lógica, y entiende de manera supraconsciente, que si vuelve a sentir vacío será para llenarse de nuevo.