domingo, 15 de enero de 2012

El sentimiento de culpa.

    Todos hemos sentido alguna vez ese juez interior que implacablemente dictaba sentencia.
    En ese momento la sensación de malestar nos invade, pues sentimos que no vamos acorde en pensamiento, palabra o actos, de nuestro patrón fijo determinado. La culpa cae ante nosotros quedándose fijamente adherida y embarrando cualquier situación que se presente.

         
    Nada tiene sentido de disfrute experimentado culpa, pues ésta tratará de interponerse, para con su presencia, recordarnos que su ausencia no será producida por el mero hecho del arrepentimiento. La culpa gana poder desde el inconsciente, pues en muchos casos es de donde emergen estos sentimientos.
    La culpa se impone en nosotros como la más adosada de las pieles, y se le añade la sensación de malestar y arrepentimiento que, mediante el canal del pensamiento, nos mortifica con su incesante condena. El enredo comienza al racionalizar -y no razonar- las justificaciones que provoquen remitir la magnitud del suceso.

    El sentimiento de culpa puede ser más duradero que una condena carcelaria, pues ésta nos hace prisioneros de la más difícil y deseadas de las libertades: la interior. La culpa tiñe toda atmósfera vivencial. Se llega a incorporar nada más despertar por la mañana, e incluso su impulso sigue interfiriendo a través de las imágenes oníricas que se producen en los sueños.
    La persona vive doblada con el peso de la culpa. Su carga cada vez se puede hacer más pesada e incluso acabar siendo incorporada a la rutina mental, ya que como un ruido de fondo, se mantiene a un lado de los procesos mentales. Su disolución puede ser provocada por el remiendo oportuno, por indiferencia, o por su propio desgaste.
Dependerá del grado de importancia que aportemos al sentimiento de culpa, y hasta qué punto el acto, palabra o pensamiento, llegan a tener un peso suficiente para provocar daños de inmensas magnitudes o resultados irreparables.

    La ecuanimidad, seguida de la reflexión lúcida y consciente, se convierten en herramientas para chequear el origen de la culpa, pues ésta a veces se camufla como una parte ya instalada de nosotros mismos. El sentimiento de culpa puede tener origen en creencias impuestas, ideales hacia nosotros, relaciones basadas en proyectar culpa para ser manipulados, o darnos cuenta también que hemos sido nosotros los que hemos manipulado. Otras, tienen un carácter más leve, como saltarse la dieta, no ir al gimnasio... Pero en cada uno de los casos, la sensación se basa en que nos hemos traicionado a nosotros mismos. Otras, podemos ser nosotros los que proyectemos culpa en los demás, pues nos permite en muchos casos prescindir de ciertas responsabilidades y acoplárselas a otros, saliendo airosos de una circunstancia.

    La culpa o arrepentimiento, produce una autoflagelación invisible hacia los demás. La consciencia se empaña y no ve más que la neblina de su sentimiento. La persona puede anhelar retroceder en el tiempo, pero empujado por el curso de la vida, siente que no queda otra alternativa que mirar hacia el frente.


    La culpa que no es instrumentalizada para reconocer el error y ejercitar el aprendizaje, sólo consigue robar paz y sosiego, pues solapado por la misma, estos estados no llegan a eclosionar en el sujeto. Las capas de culpa oscurecen cualquier florecimiento interior. Su fuerza compulsiva se va alimentando a medida que rumiamos con pensamientos repetitivos. Al no llegar a ser enfriado por la lucidez y la compasión hacia nosotros mismos, la culpa puede ir depositándose en el inconsciente, y en estado de letargo, esperar su activación a la mínima reacción que le despierte de su dormidera.
    Una culpa mal digerida se transforma en basura emocional y se convierte en un lastre que impide avanzar en la circunstancia vital.

    Una persona puede proyectar penitencias futuras que colmen la culpa interior. Otras veces se deja en manos de las casualidades, la señal o anticipo que afirme nuestra absolución, dejando la respuesta a calmar nuestro desasosiego en golpes de coincidencia que nos sirvan de orientación en la oscura inmensidad de la culpabilización.

    El sentimiento de culpa desgarra la paz interna, obnubila la consciencia y uno queda atrapado en la proyección de repercusiones anticipadas.
    El ser se sumerge y a veces queda cubierto por la presencia del ego. Éste se protege mediante autoengaños y justificaciones de todo tipo, quedándose respaldado en sus opiniones y protegido por sus afirmaciones.
    Sólo el anhelo de desinstalar la culpa nos puede hacer escarbar en nosotros mismos. Eso significa que iríamos profundizando hasta alcanzar el origen que promueve la culpa (siempre hablando de daños menores y sobre todo profundizando en el remordimiento; obviando los actos impunes o crueles, y menos aún, perversos), y descubriríamos el arsenal de miedos e inseguridades que hilan la culpa.

    La culpa en sí no es provechosa y desgasta la energía sin ningún fin en concreto que el de la autocompasión y la fricción con nosotros mismos. Sólo tiene sentido cuando se alquimiza con la firme resolución de querer modificar la actitud y las acciones en cuanto la vida nos vuelva a presentar la oportunidad de una repetida situación y, la afrontemos con consciencia resolutiva.

    Por no aceptar nuestros fallos evitamos que nos culpen; por no entender que los demás cometen fallos, buscamos culpables.

                                               
    El buscador comprende que la culpa desprende un hilo que, si lo sigue, le transporta hacia dentro. Trata de observar para no identificarse con ese proceso, entendiendo que sólo es una pequeña piedra dentro de un zapato y que a cada paso se manifiesta su molestia. Trata de analizar sus puntos de vista, inseguridades, miedos infundados y todo ese manantial de memorias instaladas que despiertan la incomodidad de la culpa. Trata de entender que el hecho de permanecer en este planeta va a distar de diversos intereses con el resto de personas y, que no por ello debe dejar de velar por los suyos, pero eso sí, tratando de no dañar a los demás. Comprende en su senda, que a medida que su personalidad se va desetiquetando, no hay lugar para culpas y reproches hacia uno, pues desarrollando la atención y la idoneidad, irá cubriendo sus circunstancias sin caer en negligencias y eligiendo con cordura, respuestas más conscientes y sabias.