domingo, 9 de octubre de 2011

La llamada de la Mística.

    Toda persona con inquietudes o sensibilidad mística ha experimentado en algún momento una llamada o toque de atención, que descolocándole por completo, ha removido algo en su interior.
    La razón queda doblegada ante la inmensidad de anhelo hacia aquello que no es visible en el plano ordinario. El por qué de que algunas personas dispongan de la capacidad para intuir algo que está más allá de lo que pueden de ver sus ojos, es un misterio. La persona, bombardeada por algo que no se explica, acaba suscitando cierta consciencia para descifrar sensaciones que se van presentando y procede a dejar de darle la espalda.
    A veces la llamada puede ser tan incesante que uno termina por rendirse hacia ella y emprende la larga búsqueda de sí, pues la llamada nunca proviene del exterior, sino del interior, y hacia ahí se dirigen todos los esfuerzos y poder acceder hacia la fuente que dispara la alarma.
    Unas veces hay quien experimenta la inclinación espiritual desde pequeño, otras empero, a la edad adulta. La mía experiencia es que desde pequeño tendía al ensimismamiento y a la necesidad de refugiarme en soledad. Era ya una sensación de incomprensión por parte del resto y la incapacidad de reflejar en palabras algo que se manifestaba en vislumbres muy fugaces. Quizás lo que realmente me desveló con los años de mi sonambulismo psíquico, era el recordad algo que en su momento inadvertí por completo, no queriendo dada mi edad, darle mayor peso específico. Entre los trece y catorce años tuve unos presentimientos muy fuertes hacia la extinción de un ser querido. No oía voces, nadie me decía nada, no se presentaba ante mí ninguna figura celestial a darme ningún mensaje. Simplemente estando en compañía del ser querido, experimentaba en lo más profundo de mí que debía aprovechar lo máximo que pudiera el tiempo con él, pues inevitablemente acabaría por desaparecer. Todo esto irrumpía en medio de lo cotidiano y dejándome perplejo por instantes, quedaba preso de un bloqueo que duraba segundos. A todos les pasaba inadvertidos, nadie caía en la cuenta de lo que sucedía en mi interior. Al no ser este un mensaje claro y conciso reducido a la lógica, no era capaz de darle significado alguno. Por ello y por aquél entonces trataba de ignorar esas sensaciones y seguir mi vida de aquellas edades. Al tiempo, se diagnosticó un cáncer en la persona intuida, pero inmerso en mi tsunami emocional no le daba ningún enlace a lo anteriormente presagiado. La enfermedad duró dos meses, y mi padre con tan solo cuarenta y cinco años de edad, murió inmerso en una sedación de morfina. En ese momento mi recorrido existencial quedo quebrado debido al terremoto que produce la extinción de un familiar. Sin ser consciente utilicé a lo largo de todos estos años en adelante, los cimientos del derrumbe para volver a construir. No hay nada peor que limpiar escombros, y mucho más los del interior. Necesité la adolescencia para incorporar la ausencia de mi padre a una vida en plena reconstrucción. Experimenté que el verdadero duelo es el que se lleva dentro y no el moral o religioso que trata de exponer hacia los demás un penar que dignifique y justifique. De ahí en adelante la vida dio giros muy bruscos que en mi mano estaba equilibrar.
    Las intuiciones o llamadas se sucedían con los años, pero igualmente me eran ajenas viviendo externalizado en el mundo exterior y dando por hecho que el interior se reorganizaba solo. Independientemente a las etapas o situaciones de vida, la llamada mística me asaltaba en cualquier instante, dejándome una fisura que me revelaba una realidad más allá de la meramente aparente. Era como si algo me susurrase que no me conformara con lo que se ve o se materializa, sino que algo oculto aguardaba y esperaba mi atención. ¿Por qué motivo? Aún no lo sé pero trato de ser yo quien le de sentido.
    Por otra parte, algo de mí recelaba con lo instituido o religiones petrificadas que caían en rituales estériles. Cada vez desconfiaba más de adoctrinamientos y creencias impuestas desde pequeño. No conseguía dar en la diana. Desorientado continuaba un camino de oscuridad que se juntaba con las adversidades de la vida cotidiana.
    Era mi fascinación por la figura de Jesús, cuando salía en las películas proyectadas de Semana Santa; pero no por ese Jesús que viene a salvarnos, no por ese Jesús que se proclama en dones, sino por el Jesús que ha conectado con una esencia que se me escurría de las manos. Más adelante serían las figuras de Buda, Lao-tsé, Sócrates…, las que me llamarían profundamente la atención.
   Años más tarde caigo en la cuenta de mis intuiciones de la adolescencia, que sumadas a otras de menor relieve, consigue avivar las llamas de la indagación. Me decido a expresarlo, convenciéndome a mí mismo de que si se toma como objeto de burla o escepticismo me sería de lo más indiferente. Había sido una experiencia vivencial que escapa a ideas o creencias, con lo cual esa huella perdurará hasta mi final del recorrido.
La suma de experiencias de este tipo más la convicción de que sufría más de lo necesario, me hizo caer en la cuenta de que necesitaba girar mi mirada hacia dentro y penetrar en lo más profundo de mí ser. No es fácil, no es sencillo. Había temporadas antes de mi decisión de indagar, que me sentía invadido por una mística inconmensurable, otras en cambio me inclinaba hacia el mayor de los tormentos debido a la confusión de mi mente, experimentando algo que me sirve de despertador: las crisis de ansiedad.
    Ese huracán ya era el determinante de que algo en mí no estaba bien, y no era cuestión de purificar el exterior ni de auto convencerse de que todo va bien, sino de limpiar todo lo almacenado y drenar la mente de sus condicionamientos. Aunque tocaba fondo constantemente, me iba dando cuenta de todo un mundo de aprendizaje por desplegar. Apuntaba a la mente como principal causa de sufrimiento innecesario, y no iba mal encaminado, pues las grandes sendas de autorrealización de todas las épocas se dirigen hacia ella en primer lugar. Era ver algo de luz en medio de una oscuridad en la que nada ni nadie me podía orientar.
    Comencé a leer libros que me mantuvieran ocupados, pero aún así nada se removía en mí. Fue en unas vacaciones en Punta Cana, cuando visitando la librería del hotel me llamó la atención uno titulado: ¨ Revolucione su calidad de vida ¨ del Dr. Augusto Cury. Lo ojeé pero su precio me hizo descartar su compra, ya lo compraré al llegar a España, pensaba para mis adentros. Me dirigí a la sala de espera donde nos iba a recoger un bus y llevarnos al aeropuerto para tomar el avión. Nuevamente experimenté la ensordecedora llamada que en este caso se manifestaba con la impulsividad de hacerme con el libro. No se acallaba la atracción y no tuve por menos que comprarlo dejándome indiferente el precio que momentos antes me promovió a descartarlo. Una vez en España me decidí a leerlo, faceta todavía no desarrollada y que por aquél entonces me exigía un gran esfuerzo. Ni que decir tiene que el libro despertó en mí el disfrute de la lectura, y que sus consejos sobre el cuidado de la emoción terminaron por despertar en mí una curiosidad inacabable. 
    Ese fue un salto de gigante, pues de alguna manera se acoplaba a mi intuición el deseo de mejora interior. Más adelante, en mi faceta de ojear libros en cualquier tienda o grandes almacenes, descubrí una gran cantidad procedentes de Ramiro Calle, pionero del yoga en España y mi actual maestro de dicha disciplina. Me sonaba de haberle visto en la televisión, pero me era un gran desconocido. Veía mucha relación con el yoga, y mis prejuicios y mi alergia a todo lo soteriológico hacia que de igual modo descartara su adjudicación. Pero un día un libro me llamó la atención, se titulaba: ¨ El arte de la paciencia ¨. Algo en mí se volvía a remover. Me preguntaba ¿cómo es que alguien se preocupa por la paciencia, que para mí es muy valiosa? Decidí comprarlo, y nuevamente algo se modificaba en mi mundo interior. Fue comenzar a leerlo, y aunque una gran cantidad de palabras me eran desconocidas, sentía una profundidad que me atravesaba. Me decía mi mismo que, o bien él me entiende o bien, yo le entiendo. Desde luego veía en palabras lo que ni por asomo yo era capaz de expresar. Sentía una verdad colosal y de alguna manera ya fui capaz de identificar la fuente que podía aplacar mi sed. La esperanza se abrió paso en mí. La sensación de dar con algo que realmente me sacara de mi dormidera emocional no me dejaba indiferente.
    Todo ello se fue ajustando hasta conocer la práctica del yoga, meditación, etc, que no antes de haber pasado por un riguroso sentido de experimentación, no fui capaz de incorporarlo a mi vida. Fue la indocilidad de la mente lo que me enganchó a su práctica para aquietarla. Todo ello me ha permitido por un lado, desarticular una mente fluctuante y aportar un sentido a la vida proveniente de lo más interno.
    Todavía queda mucho, muchísimo por recorrer… Pero jamás imaginaría, cuando estaba en profundas depresiones, que acabaría narrando lo que me ha empujado a indagar en lo más escondido de uno. Jamás imaginaría que utilizaría el medio de la escritura (yo que no había cogido un libro en mi vida)  para expulsar mis sensaciones y poder compartirlas. Lo que menos me imaginaría es que fuera capaz de compartirlo sin sentir los prejuicios del qué pensarán. Lo más gracioso es que una vez emprendí la senda de la búsqueda, esas llamadas han desaparecido. Es como estando inmersos en el agua, ésta no te puede salpicar.
    A veces me siento buscador, otras encontrador, porque de todo se aprende y el sentido místico (no soteriológico) hace que todo se vuelva instrumento y se convierta cada momento en un caudal de sabiduría. He perdido toda enemistad con la existencia, y ahora trato de profundizar en ella.
    El yoga te hace descubrir no solo una practica o una disciplina para agotar un tiempo, sino que el cuerpo o la mente, tan cercano a nosotros, se puede volver un laboratorio, y que la vida siendo tan misteriosa e imprevisible, puede ser una manantial de madurez y un banco de pruebas de lo  Uno. Todo es aprovechado, todo son planos a desarrollar, uno se desenvuelve disfrutando de una completud que no experimentaba con lo procedente del exterior (eso no significa que no se disfrute de lo proveniente de fuera), y una renovación de la mente que apropia energías sin derrochar.
    No sé lo que durara esta etapa, tampoco me importa. La vida no me ha cambiado, sino el enfoque y la actitud que tenía hacia la misma. Todo sigue su curso, su dinámica. No estoy excluido, también me asaltan las dudas, el miedo, la inseguridad, el sufrimiento… Pero al menos dejo en lo posible una distancia y sé que el hecho de querer llegar ya me empuja a ir. Ardua es la empresa de querer automejorarse, y más la de querer encontrar un significado último a todo lo existente. Sin caer en abstracciones que nos alejen los pies del suelo, debemos tratar de caer en la cuenta de aquello que nos pasaba por alto, no por el hecho de descifrarlo, sino porque su transformación nos aporta destellos de un conocimiento profundo y revelador. Una transformación que luego deberá ser aplicable a la vida de cada día, pues ahí, como reza el adagio zen: ¨ se esconde la verdad que unos ven y otros no ven ¨.
    Cada uno es su maestro y su discípulo. Me siento aprendiz en todo momento. El mecanismo lleva tiempo activado, lo que dure a durado. He conseguido guiñarle un ojo a la vida, ahora es cuestión de que ella me lo devuelva.

lunes, 3 de octubre de 2011

El contento interior.

    Toda persona desea hallar estados de dicha y felicidad, y por contra, alejar todo lo que se pueda el dolor y el sufrimiento.
    Al buscar la felicidad estamos proyectando hacia el futuro, y es más, posponiendo la que podríamos disfrutar ahora. La felicidad sería otro gran tema a tratar, pero sucintamente... ¿Qué es la felicidad? ¿Ausencia de sufrimiento? ¿Alegría eterna?

    Son cuestiones que parecen enfocadas a que llegarán más tarde o temprano, si hacemos esto o lo otro, o si alcanzamos estos objetivos o aquellos. La verdad es que, aun logrando lo que nos propongamos, algo en nosotros no varía. Todos los esfuerzos nos han permitido ir, pero no llegar.




    Habría entonces que diferenciar entre goce y gozo.

    El goce está influenciado por factores externos y su cambiante dinámica. Éste se verá coloreado en función de los acontecimientos externos,  y además,  de nuestra interpretación mental, ya que para lo que algunos no es preocupante , para otros es la mayor de las fatalidades. El goce, que también puede ser sensorial, llega a veces a ser muy exaltado, provocando un posterior decaimiento debido a un reequilibrio de opuestos. Entonces, lo que se torna como una felicidad perdurable se convierte en pasajera, ya que al igual que los acontecimientos, está sometida a la transitoriedad. Además de disolverse dicha felicidad, nos deja el anhelo de la misma, ya que se provoca un apego al disfrute y un rechazo de su ausencia .
    El gozo viene de dentro. No está sometido al exterior, aunque eso no impida que el sujeto experimente todo tipo de sensaciones. No es alegría desbordante, no es felicidad compulsiva por consecución de resultados. Es un estado de contento equilibrado que no oscila entre sus extremos, permitiendo disfrutar con claridad mental y sin crear resistencias a las influencias del exterior. Nace de lo más interno; por ello es necesario el cultivo interior y su armonización. Éste permanece como un poso mientras se van sucediendo las eventualidades que ya no nos arrastran ni nos colorean.

    Alcanzar el contento interior siempre se verá precedido por cultivar la ecuanimidad, el discernimiento y la visión clara. Es cuestión de actitud, de dar a la cosas su peso específico sin enredar más de la cuenta.
    Un discípulo siempre veía contento a su maestro y éste le preguntó:
    - Maestro, ¿cómo que siempre que te veo estás contento?
    El maestro sin perder la media sonrisa, contestó:
    - Cada mañana al despertar me propongo dos opciones para durante el día. Estar contento o no estar contento, y mira, siempre elijo estar contento.

    Para muchos de nosotros esta actitud se nos resiste constantemente, pues nos vemos arrastrados una y otra vez por lo que nos sucede y no terminamos de anclarnos en nuestro eje. El contento debe surgir tan espontáneamente como una flor exhala su aroma. Debemos drenar la mente de impurezas, descodificar condicionamientos y, algo muy importante, evitar reacciones que producen samskharas, es decir, latencias subliminales. Ésta definición en el yoga es muy importante, ya que dichas latencias o impresiones que se van depositando en el inconsciente son muy poderosas y roban paz interior. La huella queda a través de la reacción, precedida de una percepción y una sensación. Para erradicar dichas impresiones se necesita la herramienta de la meditación, ya que ésta que consiste en la observación sin reacción, permite ir resolviendo conflictos del inconsciente y no permitiendo su incorporación al consciente.

    La persona que intuye un mejoramiento vital se pregunta una y otra vez cómo alcanzar ese contento, pues de todo lo que ha experimentado, no consigue sentir la plenitud que dicha experiencia debe proporcionar. Todo lo que hasta ahora denominaba contento estaba basado en exaltaciones que después daban paso a decaimientos; otras, alegrías que eran muy fugaces y en su desgaste afloraba y daba paso a la implacable insatisfacción.
    A veces, el buscador,  accede a estados de ánimo renovado y de completud, y trata en las vicisitudes de mantener un talante sosegado y equilibrado. Esos estados los experimenta de manera intermitente y no consigue alcanzar la vía directa hacia aquello que no esta sujeto a condiciones y se le denomina incondicionado.
    Una esfera donde la pantalla se mantiene al margen de lo proyectado en ella. Se proyecta fuego pero ésta no se quema, se proyecta lluvia, pero nunca es salpicada por el agua.

    El trabajo espiritual germina la semilla del contento interior, pues no se alcanza, sino es el resultado de un florecimiento. Las emociones negativas se van enfriando y las reacciones, grandes causadoras de sufrimiento, se van debilitando. Todo ello permite el acceso de estados más ecuánimes que no dejan ser interferidos por aquellos que agitan y roban la paz interior. La ecuanimidad, deja a su vez, paso a la visión clara y la mente ubicada en el aquí y ahora. Todo ese desarrollo hace percibir en el sujeto que las vivencias pueden ser catalogadas desde otro prisma allende a ley sujeta de los opuestos.

    En definitiva, el contento interior hay que ganarlo, y a su vez, dejarse ganar por él. No es cuestión de idealizar un estado de dicha permanente, porque no hay nada que no esté sujeto al cambio, sino corregir actitudes para no inclinarse en extremos estados de ánimo y mantenerse en el centro de quietud. Ese puesto permite atestiguar todo aquello que surge y se desvanece, no dando mayor sustancia a lo insustancial, y no tomando por permanente aquello que se disolverá.
Así se gana menos distancia a la libertad interior, y permitimos que brote en nosotros mismos aquello que nos pertenece, que no es más que un estado pleno de contento y satisfacción interior.