lunes, 10 de noviembre de 2014

El error.

 
 El error es la parcela censurada del equívoco. Su sola pronunciación ya hace clasificar la palabra en una dimensión de fatalidad y prejuicios negativos.
    El ser humano, en su intencionalidad y quehacer, dispone de diversas vías para desarrollar y desarrollarse. Unas son más acordes y diestras, y otras, se alejan de ser acertadas.
    Se achaca el error a la fatalidad, lo injustificable y lo contrario a la eficiencia. Una vez cometido el error, se busca al responsable directo y, en muchos de los casos, se penaliza o reprime al sujeto. A veces, el error, ha llegado a ser tachado de pecado, generando con ello el exceso de culpa. Nos educan para evitar el error, cuando en el fondo, es principio de aprendizaje.
    El error repetitivo es negligencia, pero el ocasional y fortuito, oportunidad de crecimiento. Sin error no puede haber un reconocimiento para descartar. Saber todo de antemano sería un suicidio psicológico y alimentaría el enaltecimiento del ego. Si no existiera un margen para errar, nuestras acciones estarían predestinadas y sus conclusiones determinadas.
    Eso que en un principio parece liberador, no es más que la construcción de una burbuja invisible de seguridad, sustentada por nuestra creencia ciega de lo que consideramos perfección. Errar es de sabios, pero lo es más si se le incorpora nuestro grado de consciencia.

    El error produce rechazo, aversión, y precisamente por miedo nos preocupamos más de no caer en el error que de realizar algo bien. Desde pequeños nos inculcan lo que es erróneo, dejando en nosotros la huella de la reprimenda. La educación dada reprime el error, convirtiéndolo en un saco donde entra la falta de atino en la acción, la torpeza o los condicionantes en nuestras cualidades a desarrollar. Todo ello genera inseguridad en la persona, viendo el error como algo catastrófico sin intuir que es fundamental para el crecimiento y desarrollo.
    Si cuando debemos optar, todas las puertas fuesen válidas, caeríamos en un sueño psicológico lejos de acrecentar nuestra capacidad de elección basado en nuestra experiencia, el discernimiento, el descarte de lo que menos nos interesa, y el factor clave, reconocer la que ya hemos abierto en otras ocasiones y nos perjudica. El error, una vez convertido en factor transformativo, es el recordatorio, el historial que nos permite ir por delante para reconocer la acción negligente y menos diestra.
    Pero no podemos pensar que los errores se agotan. Si fuera así, deberíamos plantearnos si estamos arriesgando lo suficiente, viviendo con coraje -sin perder la prudencia-, o por contra, nos hemos estancado y cobijado en un punto por miedo al fracaso. A mayor valentía, mayor posibilidad de error, porque las posibilidades se configuran por lo acertado o lo erróneo, dependiendo de cómo lo interpretemos y cómo procedamos a la ejecución y desarrollo.

    Tener miedo al error es evitar la vida en su conjunto. En el momento en que demos un paso se abre la hipótesis de si es o no lo correcto. Por ello, también debemos ampliar nuestra visión para no tender a clasificar tan rápidamente y dejar fluir los acontecimientos para observar cómo se van resolviendo sin etiquetar tajantemente. Lo que puede parecer un error puede convertirse en una bendición, y viceversa.
    La sabiduría no es ausencia de error, sino lucidez para detectarlo cuando se produce, reconducirlo y transformarlo conscientemente. Eliminemos nuestros juicios y estemos en apertura con el error. Que se convierta en un huésped puntual que sabemos recibir. Veamos qué puerta ha quedado abierta para que pudiera colarse, y despidámoslo con la mayor de las amabilidades. Si fallamos cien veces, tendremos el conocimiento de cien maneras que no debemos volver a hacerlo. El acierto está sumergido en las profundidades de lo idóneo, y se accede atravesando las capas de errores, que tan sólo nos guían para escarbar más en profundidad.

    En la búsqueda interior, el rastreo de implica toparse con el error una y otra vez, desviarse de la senda en más de una ocasión, pero el buscador, con ánimo firme, amiga con su lado más inclinado a errar para darle las gracias por reorientarle de nuevo hacia su dirección de autoconocimiento