domingo, 9 de junio de 2013

Reseña de ¨El vecino de al lado¨. Blog ¨Un libro para leer¨.

OPINIÓN:

Hace unas semanas mantuve conversaciones con Raúl Santos, y decidí leer su novela para poder reseñarla. A continuación os dejo con mis sensaciones.

Conoceremos a Sergio, recién divorciado y que está pasando una difícil etapa. Ha decidido mudarse y se instala en un nuevo piso donde intentará recomponer su vida.

Pronto se dará a conocer Vicente, su vecino, un anciano entrañable que no duda en tender la mano a Sergio para reconducir su situación a través de la meditación y el yoga. A priori, esta presteza de Vicente por ayudarle a cambio de nada, le resultará un tanto singular a Sergio y recelará un poco de su vecino.

He de decir que la novela en mi opinión ha ido de menos a más. Las primeras decenas de páginas me han resultado narradas demasiado deprisa, un tanto repetitivas en cuanto a la continua relación entre los dos personajes, creo que motivado por relatar en seguida lo que Raúl quiere contar; se nota que conoce el tema y apabulla un tanto con la información.

La novela está escrita de forma clara y sencilla y es fácil de leer. He visto alguna falta ortográfica que podría corregirse en futuras ediciones. Los personajes están bien definidos, y puedes hacerte una buena idea de ellos, en especial de los dos principales.

Conforme avanzamos en sus páginas, Vicente conseguirá que Sergio confíe en él, y le irá mostrando las virtudes que la meditación y el yoga pueden producir en su confusa mente, e intentará cambiar la percepción que tiene del mundo.Hay frases que de forma individual el lector puede tomar como consejos aplicables al día a día. A veces parecerá que estamos leyendo un libro de autoayuda, por cómo se  narra la forma en que comienzan a meditar y las palabras sabias que le transmite en sus diálogos.

Me gustaría destacar la dificultad que debe suponer escribir sobre algo, cuya práctica es la única forma de llevarlo a cabo. Es decir, podemos teorizar sobre el yoga pero realmente será practicándolo cuando lo descubriremos en esencia.

Raúl nos enseñará también a conocer o distinguir lo más fundamental de Buda  o del Tao, pero será en la parte más avanzada del libro cuando he podido leer entre líneas al Raúl más escritor.  Las frases resultaban mejor estructuradas y las explicaciones mucho más desarrolladas. Los personajes que van apareciendo le dan mayor riqueza al conjunto, y así podemos conocer mejor su vida social, circunstancias…, en fin, algo que dota de  más cuerpo  a la novela.

En definitiva un libro que puede ayudarnos a recordar lo verdaderamente importante y descubrir quién es nuestro verdadero yo, así como reflexionar si verdaderamente estamos a gusto con nosotros mismos.

                                       

http://unlibroparaleer.com/2013/06/07/resena-el-vecino-de-al-lado-raul-santos-caballero/

sábado, 1 de junio de 2013

El sentimiento de urgencia.

    Todos de alguna u otra manera nos hemos sentido empujados por ese sentimiento afanoso de urgencia. El impulso cobra fuerza en nosotros y nos arrastra inexorablemente a ningún lado. Es éste un irrefrenable anhelo de movilizarnos pero bajo la sombra de la pulsión y no de la ejecución consciente.



    El sentimiento de urgencia viene aromatizado por el frenetismo interior, la compulsión desorbitada y la necesidad de dejarnos atrapar en la red de nuestras voliciones. El sentimiento de urgencia no debe ser confundido con el propósito noble, pues éste está supeditado y regido por afanes constructivos y encauzados, lejos de la diseminación de las energías disparadas.

    El sentimiento de urgencia está ensombrecido por un querer abarcarlo todo y un querer llegar a ninguna parte. Es un frenetismo, un momento culmen de querer desplazarnos, quizás maquillando una huida, pero sin la menor capacidad de planificación. Todo ello es fruto de huecos interiores, de un vacío que nos inquieta y que no nos permite mantenernos anclados en nuestro eje. El ansia juega un papel indiscutible, pues al no ser saciada, deposita después la fragancia de la insatisfacción, la amarga frustración y el ánimo derrotista, y de ese modo la persona siente más que nunca su propia soledad interior.

    Todos esos vacíos interiores o falta de integración en nosotros mismos propician un sentimiento de rechazo absoluto a la simplicidad del momento, no siendo suficiente para ajustarnos al mismo y friccionando con la humilde instantaniedad del instante. Es una energía que se dispara pero de manera centrifuga y dispersa. Cualquier lugar parece ser la meta, pero al fin y al cabo al arrastrar esa deficiente capacidad de disfrutar el momento, ningún sitio parece el idóneo.

    En el momento de la compulsión desmedida deberíamos hacer un alto introspectivo, una parada en el andén de nuestro yo. Desde ahí, aplicar cierto sosiego, cierto remanso. Poner los medios para permitir dejar que aparezca la claridad en nuestra visión y proceder a que emerja un equilibrio que se mantiene dentro, pero del que no intuimos ni siquiera su procedencia. Para ello debemos preparar nuestro terreno emocional, y así en la medida de lo posible fortificar nuestros deseos para no dejarlos alcanzar por el impulso visceral que reluce del transfondo de nuestra volición.

    Este sentimiento se puede dar en muchas facetas. Desde la amistad, en la que de repente nos dejamos llevar por un sentimiento de apego al comienzo, la obtención consecutiva de resultados, la excesiva necesidad de sentirnos seguros, y un largo etcétera. La urgencia desmedida diluye energías, pierde la capacidad de discriminar nuestros intereses más vitales y nos zarandea en la dimensión de la probabilidad. Nada más nos aleja tanto como el desertizante anhelo desmesurado que tanto puede llegarnos a invadir.

     En la senda de la autorrealización, este impulso de querer automejorar también se puede convertir en febril. El buscador se pierde en querer anticiparse a la naturaleza del tiempo, extraer cuanto antes lo que busca, y no dejar que el curso normal de los acontecimientos revelen las cosas por sí mismas. En las sendas que nos propongamos, como en el núcleo de la vida misma, debemos redireccionar constantemente los irrefrenables impulsos para alquimizarlos en constructivos senderos que nos lleven más acompasádamente a los fines propuestos.

    Sin calma no hay capacidad de disfrute consciente. Sin sosiego no existe la posibilidad de ver un reflejo sin que esté distorsionado. El poder interior comienza cuando uno es capaz de sujetarse a sí mismo, con la capacidad a su vez de disfrutar sin querer multiplicar el disfrute en sí. Desde esa ubicación lejos del afanismo, la movilización es más unidireccional y permite un transito más firme y seguro a los objetivos emprendidos.

    La urgencia sin sentido debe quedar a un lado. Se debe desplegar la acción sin agitación y aprender a movilizarnos sin perder nuestro punto de quietud.