miércoles, 26 de marzo de 2014

La actitud.

 


 La actitud es la inclinación o postura que adoptamos frente a una situación o estado de ánimo interior. La actitud tiene un poder inmenso, pues no sólo nos reviste, sino que nos condiciona y sujeta.
    La actitud es el resultado de cómo tomamos las cosas, cómo nos impactan y cómo queda su huella impresa en nosotros. La vida la encaramos, la enfrentamos y adoptamos puntos de vista dependiendo de nuestra actitud. Es la lente que se interpone entre el sujeto, y su mundo, tanto exterior como interior.

    La actitud es elección, una toma de impulso hacia dónde situarnos pudiéndose convertir en bálsamo o en fricción. Es el resultado de un posicionamiento que optamos bien, a través de la vía consciente o de manera inconsciente, jugando un papel indiscutible nuestros condicionamientos y pautas adquiridas.
    Las reacciones imposibilitan determinar una actitud consciente. Al ser muchas de ellas mecánicas y viscerales, nos sitúan en parámetros bajos de inconsciencia donde la actitud se convierte en una trinchera donde resguardarnos. Así la actitud no es saludable, no apunta a miras nobles, sino a retraernos para defender un ego, en la mayoría de los casos, inmaduro y suspicaz.
    No es tarea fácil detectar la actitud que más nos conviene en distintas situaciones, pero en esa capacidad de optar, tenemos que elevar la visión y anteponer nuestro bienestar interior. Otras veces, al ser la actitud algo tan arraigado, se querrá anteponer y abarcar como si fuera nuestra propia piel. En ese caso, la atención debe ser alerta y consciente para anticiparnos a una actitud condicionante y doliente.

    Por actitudes equivocadas se sufre, mutilamos momentos y desperdiciamos relaciones. Por actitudes correctas dejamos pasar para que algo no nos arrastre, y de esa manera experimentamos plenitud. En otras ocasiones tenemos que adoptar una postura o una firmeza para bregar con situaciones no deseadas, pero lo tenemos que tomar como el que se pone un traje para no mancharse, un quita y pon acorde a circunstancias donde no tiene por qué haber identificación con el posicionamiento. La vida así ofrece su interactuación, nosotros con nuestra actitud, decidimos nuestra ubicación.
    La actitud debe ser tomada muy en cuenta, pues nos colorea y puede salpicar el momento restante. Es como habitar en un disfraz que no nos pertenece, pero al adoptar ese papel debemos continuar con la interpretación. En esa elección nos veremos muchas veces defendiendo algo que verdaderamente no nos importa, porque por falta de intrepidez nos hemos ido colocando en una posición que realmente nos es indiferente. Por ello, la actitud no es sólo una manera de responder, sino de mantenernos con firmeza en nuestro punto o eje interior.

    A veces, la actitud puede parecer evasiva o representar algo que no es en realidad. Pero lo importante es el talante con el que lo llevemos a cabo y la convicción que determine esa toma de actitud.
    Los estados de ánimo reflejan una actitud, y por ende, las actitudes van construyendo estados de ánimo. Es por ello que vamos creando círculos que se van viciando si no ponemos los medios para frenar o romper ciertas actitudes. La actitud debe coger las riendas en cada momento, pero sin caer en optimismos irrealistas. A veces, va precedido de un ¨alto¨ introspectivo donde la experiencia en mismas situaciones nos señalan una toma de actitud. La actitud puede dar paso a una ejecución o actuación, o en cambio, una pausa o detención sumada a cierta prudencia. Es la bisagra de una puerta hacia nuestro bienestar y serenidad, que por orden de prioridades, deberíamos tener más en cuenta.
    La actitud va dando la mano a ciertos aspectos para permitirnos fluir en esta vida, como la motivación, el esfuerzo medido, los valores... La actitud se puede tambalear cuando se presentan decepciones, frustraciones, desequilibrios... Es por ello que la actitud se debe trabajar y desarrollar sobre un convencimiento de que es necesario, porque la actitud, en muchos casos, puede serlo todo.

 
Los diferentes planos en los que nos desarrollamos, como el familiar, el laboral, etcétera, deben rellenarse con una actitud acorde y ajustada a las diversas circunstancias que se puedan presentar. Si la actitud es catastrófica, veremos antes la catástrofe; si es desanimada, caeremos antes en el desánimo, si es cooperante, tendremos más tendencia a fluir.
    Es diferente elegir una actitud cuando nos vemos sobrepasados por las circunstancias, como lo es mantenerla por convicciones sin que se tambalee. La consciencia deja paso a la actitud, como la actitud nos permite desarrollar más consciencia.
    Sin una actitud resolutiva, las dudas no nos dejarían desarrollarnos interiormente. Sin una actitud de equilibrio y sosiego, difícilmente podemos encauzarnos a la conquista de nuestra paz interior.

    Todas las parcelas deben ser desarrolladas con la actitud correcta, y en el caso del trabajo espiritual, la actitud adecuada desempeña un papel fundamental. Una actitud yóguica no es la de ver y dejar pasar todo como si no fuera nada con nosotros, es la de penetrar en la corriente existencial y no dejarse arrastrar por ella pero siendo parte de ese todo. Hay mucha diferencia, muchos matices a tener en cuenta.

    El buscador ajusta una y otra vez su actitud para acoplarse a lo que determina su devenir. Sabe que a veces la actitud es difícil de mantener, pues son muchas las fuerzas que tiran para que caiga y puedan salir a flote aspectos negativos. Por ello, guardián de su mente, protector de su equilibrio psicomental, deja que quien reciba los acontecimientos y perciba sus estados de ánimo, sea una actitud que se ajuste como lo hace una mano a un guante.