domingo, 4 de octubre de 2015

La reflexión consciente.

El raciocinio ofrece la capacidad de generar un análisis intelectivo que, mediante su cultivo, posibilita la indagación racional. El pensamiento es una herramienta muy valiosa, y a la vez, misteriosa, porque su origen al crearse escapa la mayoría de las veces a nuestra voluntad.

    Es entonces cuando el proceso pensante se vuelve mecánico y repetitivo, torturante en muchos casos y termina por hastiar al sujeto que no lo controla. Pero cuando el pensamiento está bajo el yugo de la consciencia, éste adquiere otro potencial, posee la capacidad de ser lúcido y consciente, y entonces se torna un utensilio cognitivo de gran beneficio, se vuelve auxiliar a la hora de buscar razones intelectuales y traduce en palabras aquello que puede ser difícil de expresar. Nace entonces la reflexión consciente.

    El pensamiento así, bien encauzado, se sumerge en una fila que termina por ser reflexiones que pueden desembocar en sabias determinaciones.

    La consciencia permite estar presente en la racionalización y construcción de las cadenas pensantes. El pensamiento, al estar al amparo de nuestra voluntad, ya no es acosador ni mortificador, sino que pone su empeño en alcanzar grados de entendimiento que faciliten la comprensión profunda a nivel analítico.

    La reflexión es bajar el ritmo y ser selectivos cuando queremos indagar utilizando el pensamiento -porque la indagación no es sólo pensante, sino también intuitiva-. Permite aclarar diferenciaciones, discriminar bajo un sano juicio, esclarecer y vislumbrar. Toda una maquinaria se pone a nuestra disposición que, a través de su adiestramiento, logra evolucionar y mejorar.



    La reflexión consciente trata de profundizar, argumentar y llegar a esclarecer causas, situaciones, inquietudes o sensaciones. Es la capacidad de discernir, de diferenciar, de emerger en claridad y con palabras lo inexpresable. De ellas se da paso a acciones diestras, posicionamientos acertados o extracción de una sabiduría que parecía inexistente. Al ser esta una reflexión consciente, su utilidad es más considerable, lejos de ser más o menos acertada, pues lo importante es que la persona toma, y no es tomada, por el análisis reflexivo.

    Si la consciencia se extiende, la racionalización no se vuelve neurótica ni obsesiva, sino que con su peso específico sabe concluir sin esa inercia a desgastar el estímulo pensante. Es pues, una utilidad lícita e indispensable para alcanzar grados de entendimiento, y lograr así, conclusiones acertadas. Cuando las reflexiones son orquestadas por nuestra parte más destructiva o inconsciente, no hay soberanía de un yo lúcido y panorámico, sino de inclinaciones que se van repartiendo entre nuestros distintos puntos de vista. No hay una agrupación de voces, cada una tira a su terreno, y la reflexión, lejos de ser persistente y compacta, se vuelve camaleónica y va modificándose a su antojo. Sería ésta una reflexión en tela de juicio, embaucadora y carente de fiabilidad. No habría pasado por nuestro filtro más deliberado, ni reajustado ni actualizado. Es un barco a la deriva, sin ningún control sobre el timón. Una reflexión así es una trinchera de miedos, juicios, prejuicios y dudas.

    La reflexión consciente no es sólo un trabajo de categoría racional, pues puede caer en la trampa de tornarse repetitivo, estrecho en miras o ausente de lucidez. Por ello es importante que las reflexiones no sean ¨prestadas¨ y se originen de escarbar en una genuina investigación.

    Tras reflexiones más sabias, imparciales y moderadas, la visión se amplia y se logra salir de un tipo de entendimiento que, quizás, anule la capacidad de arrojar luz sobre diversas parcelas. La reflexión consciente promueve el pensamiento correcto, diestro y presto a reivindicar una resolución que elimine la inquietud de no captar algo que se nos escapa. Abre la puerta a la agudeza, la visión cabal y al atino intelectivo. Nos deja en bandeja las palabras para recargarlas de connotación y los argumentos para emplearlos a disposición de los diferentes contextos.

    Dedicar tiempo a una reflexión consciente es crear un análisis sorteando obstáculos que no vemos en un principio por falta de lucidez o visión clara. El recto y sano pensar se pone a nuestra disposición. Es la posibilidad de escudriñar sin ser poseídos, sabiéndolo tomar y sabiéndolo soltar, sin quedar asfixiados por los ríos de pensamientos inconclusos de los que somos abordados la mayoría de las veces.

    En el terreno de una búsqueda espiritual, la reflexión consciente es necesaria para desempañar un tipo de saber que logre acercarnos a otro más intuitivo y revelador. Sin la capacidad de reflexionar sabiamente, el buscador es tomado por impulsos o cree lo primero que escucha o no discrimina en las enseñanzas. Es su consciencia un lienzo en blanco donde todos pueden depositar su firma sin dejar espacio a su propio análisis personal.


    Una orquesta de pensamientos sin una batuta que guíe y oriente, se convierte en un estruendo ruidoso sin ningún compás. En cambio, si hay de fondo un director de orquesta (la consciencia) y un ritmo acompasado (la reflexión lúcida) se produce una acertada melodía donde cada instrumento aporta su utilidad, dando como resultado la armonía en la composición, de todas las partes que lo integran.