viernes, 9 de noviembre de 2012

La motivación.

    La motivación es el motivo de la acción. Es el empuje, el motor, la chispa que enciende un proceso.  Es la carga de sentido que aportamos a algo, el pistoletazo de salida, la materialización de un anhelo.


    La motivación permite movilizarnos, dar un recorrido a nuestros pasos, resaltar el colorido de lo que queremos. Es lo que nos motiva a persistir, a no desfallecer, a extraer un ápice remoto de energías para, en momentos difíciles, completar aquello que habíamos planificado.

    Sin motivo no hay un arranque. Sin acción no hay un recorrido transitado. La motivación unidireccionaliza nuestro impulso a alcanzar algo, nos despierta potencias que tenemos en latencia y desempeña el papel activo de nuestro ánimo.

    Sin motivación lo noblemente deseado se convierte en prosa, una imagen en blanco y negro, y un camino de barro en el que no tenemos fuerzas para dar el siguiente paso. La ausencia de motivación deja paso al tedio, a la inercia, la desidia, el desinterés y el abatimiento. Su poder es inmenso, pero también su fragilidad, porque en muchos casos, al igual que un hoja al merced del viento, ésta se tambalea perdiéndose en el confuso vendaval de las circunstancias.

    La motivación debe estar construida sobre los cimientos de cierta fortaleza, de cierto sentido de equilibrio ante las adversidades que puedan alcanzarla. La motivación no debe ser confundida por el entusiasmo febril o el impulso desorbitado, que suele ser lo más caracterizado cuando se comienzan a poner los medios si queremos alcanzar o conseguir algo. La motivación debe estar dosificada, presta y almacenada en nuestra idea consciente de lo propuesto, o en lo que estamos interesados. Sin una dosis de motivación nuestro interior puede estar rellenado de desgana, apatía, pereza y un estado de mecanicidad por falta de un cierto interés, en muchos casos más que necesario para comprender la necesidad de un cierto esfuerzo en todo aquello que hayamos emprendido.

    Se debe robustecer la motivación, rellenarlo de sentido y decorarlo con el anhelo de lo consecutivo. Ante la desmotivación debemos chequear nuestros estados anímicos, nuestras proyecciones si son o no ajustadas a la realidad, nuestras capacidades al margen de lo deseado, y cómo no, nuestro control interior para no hacer de la motivación un arma camuflada del ego. A veces, lo que creemos que es motivación no es más que un estado en el que nos embauca nuestro ego, para indicarnos un atajo y conseguir así su alimento. En ese canto de sirena vemos lo que queremos ver, en vez de mirar lo que de verdad hay que ver. El ego pierde  la capacidad de ir de la mano de la motivación en su camino presente, se pone por delante, anticipa notorios honores y reviste la meta de galardones que no son fiables. Entonces la motivación está al servicio de un crecimiento egocéntrico más que de un desarrollo saludable del ser.

    La diferencia estriba en la capacidad de disfrutar cada instante, con motivación, eso sí, con cierta visualización de lo que queremos e incluso de lo que esperamos, eso también, con consciencia de un anhelo que ha germinado en nosotros pero eliminando esa sed de alcanzar objetivos impulsivamente y, haciendo de los mismos, una identificación de nuestra verdadera identidad. Somos más que eso, somos más de lo que podamos llegar a tener o alcanzar, porque no somos en función de a dónde lleguemos, sino que somos en función de la capacidad de disfrutar en donde estamos, porque en esa plenitud se manifiesta nuestra esencia desnuda de ropajes meritorios.

    La motivación debe ser regada, con propósitos nobles, sin dañar a nadie, sin alcanzar algo a base de fricciones. El motivo de nuestra acción debe ser una llama que nos dé calidez a nuestro espíritu, comprensión y calma a nuestra mente. Porque con agitación y ansia nos perdemos la connotación de nuestros pasos, perdiéndonos sólo en la meta, cuando ésta es en sí el camino. En él está lo transformativo, lo que realmente es sustancioso. La meta sirve para no perder de vista adónde nos queremos aproximar, sólo eso. Es un punto que delimita un plan trazado, un punto que no tiene más carga de cualidad de lo que pueda tener el camino que nos acerque al mismo. La meta no debería ser lo que más nos motive, porque tan sólo cierra un tramo ubicándose en una demarcación. El camino en cambio es más rico, cada paso encierra una lección, cada tropiezo guarda un aprendizaje, cada caída nos recuerda de cerca que es lo que realmente nos posibilita sustentar nuestros pasos.

    No caigamos en triunfalismos respecto a la motivación. Vaciémonos por completo para que ésta nos inunde dejando atrás todo tipo de miedos y de inseguridades.

   Como dice una antigua frase: ¨ ¡Vayamos aunque no lleguemos!¨. Porque el simple hecho de querer ir, ya es una meta conquistada.