domingo, 9 de julio de 2017

La lucidez.

La mente ofrece zonas oscuras, opacas, pero también luminosas y esclarecedoras. La lucidez es la luz mental que se deposita sobre los objetos con los que chocamos constantemente. Es claridad, visión abarcante y vía de acceso a la comprensión.

    Las trabas mentales quedan por debajo del umbral de entendimiento que reporta la lucidez. Es luz arrojada sobre la masa de oscuridad en la que se desenvuelve la ignorancia, y no precisamente del tipo de ausencia de conocimientos, sino la más esencial en el desarrollo de nuestra existencialidad.

    La lucidez es la lámpara que se activa al encender el interruptor de la consciencia. Se apoya en la atención, atraviesa la neblina de la ofuscación y eleva el grado de la percepción.
    Sin lucidez el caos se adueña, la tela de confusión nos atrapa y la distorsión de la realidad se amplifica. Con lucidez las descripciones están a mano, el proceder se realiza en alerta perceptiva, y la mecanicidad se debilita.

    La lucidez no es un estado de superioridad, sino un estado de conciencia elevada. Al igual que la luz no destruye la oscuridad sino que la disipa, en su presencia, no hay espacio para lo oscuro, pues lo ominoso sólo aparece en el margen que deja su ausencia. Por ello, la lucidez, no representa lucha, sino una cualidad que acompaña la presencia delimitando un acceso restringido a todo lo que sea antagónico.

    Sin lucidez el instinto puede llegar a prevalecer creándose actos crueles e indelebles; con lucidez, el arropo de la consciencia sistematiza una ejecución sabia y responsable, ya que dicha luz debe ir acompañada de un corazón noble y no quedar al servicio de lo destructivo.

    La lucidez no es sólo argumento intelectivo, también es antesala a la intuición. No sólo es comprensión racional, sino trampolín hacia entendimientos lejos de la lógica. No es sólo encadenamiento aritmético, sino dilucidar a lo que escapa de lo aparente.

    Su vislumbre no es siempre un estado sostenido: a veces, la lucidez, se presenta por ráfagas, golpes de luz, o provocado por algún estímulo que lo refuerce. Esos destellos permiten que el sujeto, por instantes, alcance la cima más alta de la montaña. Permite que desde su posición vea con más nitidez el recorrido hacia el valle. Pero la lucidez sin más, puede convertir a la persona en una visionaria, en alguien adelantada a su tiempo y que, por ello, quede atrapada en la operatividad de su mente. Es una lucidez que le distancia de su corazón, que puede rozar el rango de erudito y le puede instalar en un peldaño por encima de los demás.

    Este tipo de lucidez puede tornarse fría, calculadora, asociada a fines personalistas. Este tipo de lucidez no alcanzará el rango de sabiduría porque no habrá florecido junto a la compasión. La lucidez que se desenvuelve entre mente y corazón es presta, cercana, cálida y asociada al bienestar de todos. Es una lucidez donde no gestiona el ego, y donde el ser se aproxima para alcanzar la comprensión final de todo lo fenoménico.

    Pero la lucidez también esconde su faz hiriente. Al ¨ver¨ también se asoma el dolor, el sufrimiento, lo detestable, ruin y mezquino que a veces acompaña al ser humano. Por ello, de nuevo, la lucidez no puede quedarse en manos únicamente de la parte intelectiva de la mente, porque tratará de diseccionar, racionalizar, buscar el porqué de los porqués, y al final se optará por regresar a una visión menos penetrativa por tal de no encarar las cosas como son.

    La lucidez debe mecerse en el equilibrio de ánimo, en la ecuanimidad, en la visión inafectada, para que así no se tambalee la claridad que permite esa mirada por encima que detecta una realidad elevada. De ese modo el estado de lucidez va más allá de ser inteligente, va más allá de un saber de conocimientos. Todo ello se reproduce en la mente, y la lucidez salta de la mente, asoma la cabeza lejos de sus parámetros y experimenta una vivencia única y personal.

    Cuando se logra la lucidez, o atisbos de ella, todo obtiene su cabida, no hay opuestos, nada sobra, nada falta. La lucidez no es selectiva; o se ve, o no se ve, pero se puede caer en la trampa de parecer ver. Entonces uno puede quedar atrapado en la creencia de que es lúcido, dejando de ver paradójicamente la verdadera lucidez.

    Conquistar la lucidez no es tarea fácil, porque su conquista no es acumular lo sabido, sino exprimir lo experimentado.


    En el desarrollo vivencial, la lucidez, es un apartado bello por el cual merece la pena indagar, pero sin convertirlo en algo que nos separe del resto, sino que nos acerque y aproxime a la verdadera sensación de sentirnos parte de un todo.