sábado, 20 de julio de 2013

Las expectativas.

    La expectativa es la proyección que reviste un anhelo. Es el decorado que otorgamos a las cosas, una suma de cualidades a alguien o un final de etapa para un esfuerzo.
    La expectativa seduce, fascina y embelesa. Despierta una proyección y sobre la misma se retroalimenta. Aparta cualidades o bien las descarta; dibuja sobre el lienzo de la realidad un cuadro paralelo.
    La expectativa es la pieza en el aire a la espera de ser encajada.

    Otras, despiertan pavor, temor y anticipación temérica. Es la expectativa lo que insufla un futuro no alcanzado. Son las miras depositadas en cómo pueden, o deben ser las cosas. La expectativa despierta interés, y ese exceso de atención en muchos casos nos aleja de cada paso en el presente. Puede servir como un reajuste sobre lo que buscamos, un final perfecto de nuestro capítulo personal.
    La expectativa se puede vivir con o sin consciencia. Con consciencia la expectativa se convierte en un deseo que puede ser alcanzado si ponemos los medios de los que dispongamos; sin consciencia, la expectativa se transforma en compulsión, deseo de acelerar el paso del tiempo y una necesidad imperiosa de que el contenido de la expectativa se cumpla bajo pronóstico.

    Una expectativa incierta o alejada de parámetros reales, no hace más que codificar la realidad y manipularla a nuestro antojo. Así entonces se deteriora la capacidad de manejarnos con los planos imprevisibles de las circunstancias, ya que la expectativa se convierte en un petrificado ¨algo por llegar¨. Es sana aquella que se va reajustando sin ningún tipo de parche. Nos sirve para diferenciar los distintos tipos de frutos que vamos recogiendo en los senderos que nos propongamos.
    Vivir la expectativa es dejar cierta distancia con la misma, sabiendo que se pueda cumplir o no, pero que se mantenga en nuestra visión para no distanciarnos del rumbo. Crear una expectativa para rellenar algún vacío interior es caer en la mayor de las frustraciones, aparte de acarrear disgustos, fricciones y malestar. La expectativa malentendida puede llegar a incrustarnos la idea de nuestro destino, excluyendo completamente la ley del cambio y los procesos transitorios.
    Una expectativa alumbrada por la luz de la consciencia, hace del espacio/tiempo una doblez en la esquina de la página que queremos alcanzar. Se convierte en un punto en el que se dirigirá nuestra expectación, uno de nuestros mayores impulsos de movilización. Sin expectativa correcta el impulso puede quedar en el aire, porque la dirección se diluye a cada paso.

    Las expectativas también alcanzan el revestimiento de las personas, pues creamos en ellas un personaje que se ajusta a nuestros deseos y los aleja de nuestros miedos. Ahí es cuando idolatramos y creamos toda una esfera brillante que envuelve al sujeto. No vemos pues a la persona en sí, con sus virtudes y defectos, sino una proyección creada a un antojo que busca la recompensa si consigue ser acertada. En ese caso nuestro ego se siente fuerte, pues de alguna manera anticipó cómo debía ajustarse la persona sin más criterio que el propuesto por nosotros.
    Otras veces ese revestimiento es a la contra, es decir, dotamos de negatividad y falsas especulaciones dejando inerme la propia valía de la persona. Entonces, a nuestros ojos, las personas quedan estancadas sin capacidad de avance ni desarrollo. Quedan sembradas en una proyección que impide su crecimiento, aunque se produzca igualmente a un lado de este estrecho punto de vista.
    La expectativa nos debe servir, pero no obsesionar ni confundir. Debe estar para situarnos, no para alienarnos a simplemente alcanzarla. Debemos entender que lo que en un momento pudo ser expectación, quizás se elimine con el tiempo, como cambian también nuestros deseos y anhelos.
    En la senda espiritual y de Búsqueda, la expectativa debe estar muy detectada y arropada de consciencia. Aunque el objetivo puede ser muy noble, como es el de la libertad interior, desarrollar compasión o alcanzar la iluminación, debemos tener cuidado con quedar enredados en la expectativa (más con lo último nombrado). Si no alcanzamos la expectativa deseada quizás aflore cierto desagrado, cierto arrepentimiento por embaucarnos a un desarrollo espiritual que es paulatino y sin aceleraciones imprevistas. Podemos sentir desfallecimiento, sensación truncada en el objetivo y resentimiento incluso al deseo noble de automejorarnos.


    Un buscador dejar espacio entre su esencia y la expectativa que se recrea en su mente. Sabe que es más que lo que la expectativa le empuja a alcanzar, aunque sea grato alcanzarlo. El buscador noble trata de no caer en la ciega identificación de su anhelo, prefiere instrumentalizarlo como el que juega con fuego pero no se quema. Entiende que a lo mejor alcanzar no es más que retornar y reconocerse.
    Hagamos de la expectación algo más que un querer llegar a ningún sitio. Que nos sirva pero no nos engatuse, pues al final lo que llegue llegará, y será nuestra predisposición y actitud lo que permita recibir y transformar el alcance de nuestros esfuerzos y la constancia en el resultado.