domingo, 24 de noviembre de 2013

Espiritualidad & Asertividad.

 
  Estando inmersos en sendas de búsqueda espiritual o de autoconocimiento, podemos caer en la trampa de creer que es incompatible el derecho de defender nuestros intereses por no salirnos de ese ¨ideal¨ que hemos creado.
    La vía de búsqueda interior es una opción que decide cada uno para aportar o rastrear un sentido último. Ello permite desplegar cualidades nobles como la compasión, la comprensión, la ayuda desinteresada y otras actitudes que sirven de bálsamo para nuestro espíritu. En ese plano de búsqueda entendemos que las reacciones desorbitadas nos arrastran, el rencor nos envenena y el odio nos sepulcra. Entonces el trabajo sobre uno mismo consiste en enfriar emociones negativas y catapultar las positivas. Hasta ahí, dirigimos las miras hacia ese plano íntimo de cada uno en el que nadie puede trabajar por nadie.
    Pero, ¿eso significa que no podamos reclamar lo que nos parece injusto?, ¿significa que debemos enterrar una firmeza consciente con la arena del silencio?
    Viviendo en sociedad, y más en esta tan competitiva, cuesta estar inmerso en un papel de solemnidad constante. No debemos confundir términos. La espiritualidad que podamos trabajar todos los días, cual sea su disciplina, nos debe invitar primero a desarrollar amor y compasión hacia lo más cercano: nosotros mismos.
    Ello nos desarrolla una integridad como seres humanos que no tiene por qué alimentar el ego haciéndonos sentir diferenciados del resto. Una cosa es sentir el orgullo herido constantemente o dañar a los demás, y otra muy diferente saber dilucidar que nuestros derechos están siendo dinamitados por manipulaciones, acosos y afán de posesividad hacia nosotros, entre otros.
    Esa falta de firmeza también es ego encubierto, porque el miedo nos impide situarnos en una confrontación donde debemos velar y defender lo que creemos. ¿Debe estar reñida la espiritualidad con la asertividad?

    Creo rotundamente que no, y de hecho cuando más nos servimos del autoconocimiento más capacidad tenemos para saber decir no, por ejemplo. Lo inteligente puede ser estar al margen, dejar espacio siempre que podamos, pero insistiendo en que estamos interactuando en sociedad, no estamos fuera de despotismos, insultos o adulaciones, a los cuales debemos dar la misma importancia.
    Pero lo que se plantea va más allá de un mero desprecio. De lo que se trata es de cómo proceder a cierta contundencia cuando las circunstancias lo requieren sin salirnos de nuestra esfera de trabajo interior.
    Ante esta cuestión se nos presenta una dualidad que conciliar: la espiritualidad como adiestramiento interno y la suma de una psicología práctica aplicada. De nada nos puede servir estar horas y horas en ejercicios de meditación si después nos dejamos manipular o anular. Otra cosa es que debido a ese trabajo no nos afecte, pero aun así se debe delimitar todo aquello que sea un abuso, tanto burdo como sutil.
    El trabajo interior es incuestionable, porque además de que termina por derivar en facilitar las relaciones, también debe propiciar un sentimiento de cariño y respeto hacia uno. Podemos preguntarnos cómo se desenvolvería un sabio, o cómo mostraría firmeza un jivanmukta (liberado en vida). Primero tendríamos que encontrar a uno y observarlo. Quizás descubriéramos que no está encapsulado en una actitud siempre pasiva y permisiva dejándose pisar constantemente. Seguramente su núcleo de quietud no se viera afectado, quizás su grado de consciencia le permita ver más allá y no se identifique con los fenómenos cambiantes, pero seguramente también, por integridad, por estima, por un mínimo de amor propio sin que ronde el ego, quizás porque no se produce la agitación interior, por todo ello y más, su contundencia sea clara y transparente sin la reacción anómala que después nos arrastra y condiciona.


    El sabio, al considerar las situaciones efímeras y transitorias, se desprende de las mismas sin albergar odio, ira o tribulación. Defiende sus derechos desde el ser y no el personalismo, respondiendo al momento requerido y al cual sea empujado a vivir. Ello no inquieta su lago sereno del que goza interiormente, pero externamente al igual que la dinámica en la que se encuentra inmerso, se moviliza para ajustarse a sus intereses, lejos en ningún momento de dañar o herir a nadie.
    Podemos imaginar a un liberado viviente en un halo o burbuja en donde todo le es indiferente, pero quizás porque su intuición o evolución le permite captar más lo que es injusto, pueda llegar a sentir indignación o impotencia pero sin contaminarse por esas emociones que percibe y obrando en consecuencia en lo que esté en su mano. No se resigna, acepta. No se detiene a lamentarse, continúa su camino fluyendo. Concilia su trabajo espiritual sin dejar de lado su asertividad. No tiene por qué ser un blanco fácil ni un ingenuo o inocentón permanente.
 
  Lo que nos puede diferenciar de un sabio es que su respuesta o acción no nace del personalismo, ya que no hay un ego herido, sino que emerge de una clara comprensión. Tampoco se le debe atribuir sentimientos de venganza, porque no le acompaña el resentimiento. Su respuesta, que no es reacción mecánica o anómala, es el ajuste a una determinada situación en la que su ubicación en la circunstancia, y aun teniendo una visión panorámica, le permite defender y argumentar su posicionamiento abogando por ciertos derechos legítimos y humanitarios.

    La ofuscación de las mentes no tiene por qué campar a sus anchas. La determinación y el respeto debe de estar seguido de una manera de relacionarnos sin dejar de lado nuestros intereses, y entendiendo que no podemos estar a la altura de muchas exigencias de los demás.
    Seamos asertivos, decidámonos a decir no, sepamos velar por lo que realmente queremos, aprendamos a confrontar diversas actitudes que se puedan servir de nuestra buena fe. La espiritualidad que trabajemos estará ahí, como soporte, como manera de integrar la mejor parte de nosotros que debemos desplegar.


    Con práctica y autoobservación aprenderemos a no dejarnos tanto afectar y a saber ver más allá de la neblina que otros proponen que debemos cruzar.