domingo, 14 de septiembre de 2014

El perdón consciente.

    Perdonar puede ser un gesto noble, pero incluido en un formalismo, el acto queda en un trámite burocrático superficial.
    Así entonces, el perdón se desliza por el barniz de las situaciones y, las emociones, quedan marcadas a lo largo de nuestra vida. Un perdón así es estéril, franqueable, vulnerable, y tan sólo parchea lo que verdaderamente sentimos o pensamos.
    Este tipo de perdón es, en apariencia, sin peso específico, teniendo el mismo valor que hacer una firma en el agua -desaparece mientras se hace-.
    Perdonar no significa olvidar, pero nos libera de arrastrar. Perdonar porque sí, no transforma en nada, y se requiere de mucho poder interior para soltar todo ese nudo de sensaciones que nos mantiene enredados anímicamente.
    El perdón consciente no es justificar ni empatizar, ni relativizar al máximo hasta disolver el hecho que consideremos injusto. Tampoco es ofrecer impunidad ni quedar al alcance para que nos vuelvan a hacer daño. No es significado de acallar ni ser sumisos ante abusos, ni está reñido con una asertividad sana. Es soltar la brasa que mantenemos en puño cerrado y mirar de frente para sentir de nuevo la brisa fresca en el rostro.

    Si el perdón no va acompañado de consciencia, no hay verdadera alquimia, es como realizar un acto desde la somnolencia. El perdón mecánico es un placebo que nos aleja de la realidad y alimenta nuestro autoengaño. Es lanzar un boomerang que nos es devuelto por la espalda.
    El perdón comienza en uno. Algo antagónico a lo que realmente pasa, pues a veces somos nuestro principal torturador. El latigazo viene con nuestros pensamientos obsesivos, nuestra demanda de cómo deben ser las cosas, y así un largo etcétera. El conflicto que anida en nuestro interior se retroalimenta con nuestra manera de roer las cosas, y esa fricción impide desarrollar la capacidad de perdonar.
    El perdón no nace de un desinterés, sino de una capacidad muy profunda de comprensión ligada a la fluidez. Guardar rencor es un veneno que fluye por nuestras células, encapota nuestra visión y nos estanca en un suceso. Odiar sólo daña al que lo siente, pues la persona odiada se mantiene al margen de cómo nos sintamos. Lo justo e injusto se debate en nuestro juicio interior, donde a veces somos víctima y acusado. Parece que perdonar beneficia a todos menos a nosotros, pero es una ilusión que nos atrapa, pues el lastre nos mantiene anclado.
    Es muy difícil soltar aquello por lo que nos sentimos heridos, pero ejercitar un perdón consciente nos libera de un sufrimiento inútil. Esto es muy debatible, porque en este mundo se cometen actos muy atroces donde es imposible quedarse indiferente. Ahí el perdón queda en utópico, en un acto que jamás puede llegar a consumarse. Pero en un nivel más cotidiano, más ordinario, el ejercicio del perdón consciente nos puede liberar de nuestra cárcel emocional.
    Arrojar consciencia al hecho en sí, lejos de pares de opuestos, no es tarea fácil, pero debemos atestiguar para no implicarnos en un círculo vicioso de emociones negativas. Proceder a un perdón interior es cerrar, de algún modo, capítulo. El hecho de querernos lo suficiente nos debe motivar para proceder a esta liberación que sólo podemos hacer nosotros.
    ¿Y, entonces todo el daño cómo se repara?
    Extrayendo el aprendizaje y haciendo lectura de qué aspectos podemos cambiar, o aceptar lo que es inmodificable rindiendo el ego que reclama venganza.

    No es fácil, ni algo que se aprenda de la noche a la mañana, pero si queremos paz interior, debemos reparar el daño emocional que interpretamos que nos han hecho. Hay que ser realistas, ya que la impotencia que sentimos ante la impunidad de ciertas personas parece que no nos va a dejar desarrollar esta parcela de autoconocimiento.
    El perdón consciente es fortaleza psíquica, sabiduría y un bálsamo para el espíritu. El buscador sabe que lo debe desarrollar, pues es un obstáculo no debilitar sus crispaciones dadas, e impide recorrer el camino hacia dentro que luego debe conciliar con el plano exterior.
    La carga de odio procura una ausencia de aroma en nuestro ser, se agotan nuestras mejores energías y se merma la capacidad de disfrutar con lo que uno es. Las personas aviesas que carguen con lo que son, pero que no deterioren nuestro florecimiento interior.
    De ese modo, el perdón que se produce con consciencia, es el mayor aliado para esquivar el propósito de aquel, o aquello, que quiso hacernos daño.