sábado, 20 de abril de 2013

La despersonalización.

    La despersonalización junto con la desrealización, son sin duda alguna, los estados más álgidos de la ansiedad. Alcanzan el grado de delirium tremends, y se escenifica el estado ansiógeno en su versión más fantasmagórica.
    Si en la desrealización es el exterior lo que pierde consistencia, en la despersonalización es el propio cuerpo, la persona, el yo, la envoltura corpórea en la que estamos inmersos lo que se insustanciabiliza, o bien, lo aprisiona dejando al sujeto preso de su estructura psicofísica. En ese culmen derivado por factores de ansiedad, la percepción de nuestro yo alcanza otro relieve sintiendo cómo se fracciona desgarrando un malestar indescriptible.
    La persona se despersonaliza, se trocea todo su ser y pierde la capacidad de asirse a sí mismo. Se produce un sentimiento de, por unos momentos, dejar de reconocerse en uno adquiriendo una sensación de desintegración, de nulo control de desbordamiento que produce una crisis de estas características.
    Las sensaciones son de las más variadas. A veces son unos segundos, pero de una carga de intensidad que parece interminable. Explicarlo no es fácil, pues parece sacado de una película de ciencia ficción. La palabra pierde alcance, no está capacitada para transportar el significado que sólo es reproducible en el interior de uno.
    La emoción es arroyada, los razonamientos fuera de contexto, la percepción no diferencia lo percibido, no ajusta lo que es vivido a los patrones establecidos. La persona siente una desorientación descomunal, pues no se siente perdido en un lugar, sino dentro de sí mismo. Quiere escapar pero no puede, pues es su sí mismo lo que se convierte en su peor prisión. La angustiosa sensación de por instantes sentir cómo se disuelve el cuerpo, o bien cómo nos aprisiona, crea una conmoción de parálisis temérica, ya que se retroalimenta el miedo a que vuelva a producirse. El reajuste a la realidad no deja indiferente al sujeto. Ha transitado por las calles del infierno. Ha conocido de primera mano la angustia más radical.

    Ese extremo abrupto de desrealidad produce desconcierto y dubitativas sensaciones sobre lo experimentado. La despersonalización cala en lo más profundo de un ser. El yo se siente vulnerable, frágil, zarandeado sin previo aviso, diluido.
El pavor, el pánico, el sentimiento de huida..., son características comunes de este tsunami invisible hacia los ojos de los demás. La experiencia vivida sobrecoge, atrinchera y trata de predecir constantemente el suceso. Se despierta una predisposición de alerta rígida, una suposición anticipativa alimentada por la imaginación descontrolada, donde toda situación vivida despierta sospechas inherentes a una conclusión fatalista.
    Definir este estado no es sencillo, porque en ese momento el que observa ve un cataclismo que derrumba la cognición habitual. Se puede sentir una separatividad y un desreconcocimiento de uno mismo. Es como si uno se hallara de súbito inmerso en un cuerpo-mente que no le corresponde y que desconoce por completo. Atestigua sobrecogido como sus extremidades -por ejemplo- operan sin ningún control, pues es como si le hubieran retirado de su control de sí.
    El yo parece inmolarse. Es como si la estructura corpórea de la persona quedara translucida. La huella, la impronta, quedan registradas de una manera muy profunda y vivencial. Cambia el enfoque, el prisma, la manera de ver la existencia, pues nos hemos zambullido en un laberinto que no parece tener fin. Algo se transforma en quien lo vive. Ha topado con una crudeza de la que nadie le puede salvar. Puede llegar a sentirse marginado, excluido de la normalidad de lo que él consideraba que era vivir. Esa noche oscura del alma no deja indiferente. Es un shock de saberse vivo, una fiebre que delata un espíritu fragmentado.
    La despersonalización aborda cuando menos lo esperamos. Se produce una contradicción entre lo que creemos ver y lo que percibimos o sentimos. Vemos el cuerpo, pero parece desintegrarse, desmenuzarse. La agitación parece eternizarse. Se puede llegar a proyectar una sensación de locura pasajera, un atisbo de muerte inminente. Pero nada de ello ocurre, ni ha ocurrido jamás. Nadie ha traspasado el umbral de la locura ni menos aún ha muerto por experimentar crisis de angustia pánica.
    ¿Entonces, qué sentido tiene experimentar algo tan atroz? Dependerá de la persona y de su manera de arrojar sentido a lo vivido. Habrá quien lo quiera derivar a factores exclusivamente ansiógenos o predepresivos, u otras querrán incluirlas al saco de los interrogantes existenciales y con ello despertar una búsqueda en sí mismo. Dependerá de la sensibilidad o de los anhelos de carácter místico-espiritual, lo que determinará el origen de estos factores el hecho de tomarlo como una llamada a la autorrealización. De esta manera, lo experimentado de manera tan angustiosa toma un relieve distinto, se emplea para despertar interiormente a un rastreo de sentido fuera de lo ya adquirido.
    No hay adónde acudir, dónde resguardarse. De uno emerge todo y en uno debe solucionarse. Aunque lo que lo provoque pueda venir de afuera, la crisis de despersonalización se produce dentro y se vive dentro, dejando inerme la capacidad para evadirlo. Es por ello que las miras se deben dirigir al interior, a las brasas que aún no se han enfriado. Ese trabajo urge, pues lo que se experimenta no es un plato de buen gusto, y con ello, si las crisis persisten, tomarlo como un termómetro que nos alerta cada vez que se disparan las mismas.


    A nivel personal he de decir, que estas crisis angustiosas, junto con otras sensaciones, son las que me hicieron determinar el emprender senderos de búsqueda interior. Solía acabar en urgencias con veinte años, y me iba del hospital igual que como entre, sin ninguna respuesta. Las preguntas engordaban dentro de mí. Me preguntaba qué era lo que me pasaba, si eran rasgos de locura que nadie podía catalogar por mí. Llegaban a sacudirme de tal manera, que llegué a convencerme de que no iba a ser capaz de hacer vida normal como yo la entendía. Era tal su brusquedad que me petrificaba en el momento en que realizaba cualquier tarea, cualquier función. Cuando menos quería, más me daba, porque mi mente hacía de aliado anticipando lo que pudiera ocurrir.
    Es un sufrimiento innecesario. Solo conduce a una agitación desmesurada en el que el cuerpo físico también paga un coste elevado. Por ello, ahora, puedo decir que puede ser controlable, que hay esperanza, que no es la maldición de la vida haciéndonos vudú.
    Hay que movilizarse y apuntar a la mente para que se convierta en aliada nuestra y no quede en manos de la ansiedad. Hay métodos. Hay yoga, tanto físico como mental, ejercicios de control respiratorio -estos son con los que he notado bastante mejoría-, realizar ejercicio físico, cambio de actitudes y de tomar las cosas, y una larga enseñanza que nos va transformando y realizando. También, cuando a veces me asalta este tipo de crisis, trato de vivirla -que es muy difícil- o de recordar a la mente que si hace tan sólo cinco minutos me encontraba bien, ¿por qué no ahora? Es un truquillo que de alguna manera me vuelve a reajustar a mi realidad presente. Después trato de olvidarlo y simplemente recordarme que debo intensificar mis prácticas porque aún quedan residuos.
    Si estás leyendo este artículo y todo esto te sucede, no te sientas víctima, al contrario, tienes ante ti la mayor excusa para comenzar a conocerte e investigarte. No veas a la existencia como un teatro en el que no representas nada, quizás te lance pistas para integrarte en un camino.
    Yo quise llevar estas experiencias al marco de la espiritualidad, del autoconocimiento, de realizar una realidad que aún se me escapa... Jamás pensé siquiera que lo reconociera, pero es algo que ha conformado mi personalidad y mis anhelos, mis prioridades y mis afanes.
    ¿Y tú? ¿Qué sentido piensas darle?







jueves, 28 de marzo de 2013

La intrepidez del buscador.

    Cuando en la vida de una persona se despierta la interrogante existencial, ésta queda subyugada bajo el mecanismo misterioso de la búsqueda. El sin fin de motivos que pueden desencadenar esta movilización de querer hallar pistas que revelen otro modo de vivenciar las cosas, se mantiene descifrado en la dimensión de lo ignoto.
    La persona no puede seguir traicionándose a sí misma, y menos aún desviar la mirada ante los signos que se le presentan y le invitan a rastrear ¨algo¨ que no reposa en el marco de las apariencias. Todas las energías comienzan a encauzarse para obtener y aclarar respuestas a todo aquello que se mantiene ocultado y por desvelar.
    El primer enigma que se le plantea es el más esencial: ¨¿Quién soy yo?¨. Se da cuenta que la respuesta nunca provendrá del exterior, y es ahí donde hasta ese momento a depositado todos sus afanes. Se siente obligado a girar, pero para tomar esa determinación debe aún seguir tropezando en la externalización. Fuera de uno existe un nombre, una posición, un empleo, un status... Quizás seamos mayores, o jóvenes, pero todo ello pertenecerá a la ubicación que nos sitúe la demarcación en la existencia.
    La persona comienza a desarrollar la intuición, esa parte operable de nuestra mente al margen de los razonamientos, la lógica y la dualidad. Cuando la posibilidad de rastrear afuera es fallido es cuando se despierta el afán de viajar hacia adentro. Esa decisión en sí ya es intrépida, pero puede llegar a ser solo el comienzo, pues una pregunta lleva a otra, y lejos del raciocinio de la especulación se produce un sentimiento desgarrador: la insatisfacción.

    La insatisfacción es la sensación desgarradora de ¨falta de...¨ y que golpea fuertemente en nosotros, dejándonos inermes ante la inmensidad de la existencia. La insatisfacción puede pasar de ser una fuerte carga de dolor a una toma de redirección que nos sirva de trampolín para alcanzar otros niveles de perspectiva. La insatisfacción viene muy edulcorada del sentimiento de soledad que en sus grados más ulteriores alcanza el rango de separatividad cósmica.

  La soledad cósmica va más allá de una soledad por ausencia de personas o entretenimientos. La soledad profunda de estas características deja huérfano al ser, privándole del reconocimiento de su propia naturaleza. Esto produce un sentimiento de marginación, de exclusión del Todo. Ese atisbo tan profundo revela o deja entrever salpicaduras de lo efimero, lo finito, de la contingencia.
    Todo ello se va desplegando bajo la atónita mirada de quien lo padece y le alcanza. Todo entremezclándose en el escenario vital, donde parece que la ausencia de sentido invite a que lo obtengamos por nosotros mismos. El sujeto embaucado en la búsqueda de su ser -porque intuye que en ese establecimiento de su yo real le permitirá desplegar otra óptica-, decide transitar por las sendas que se presentan y que va descubriendo a sabiendas de que tropezará una y otra vez, sentirá el retroceso, caerá, y volverá a retomar los pasos para descifrar la dirección en mitad de la neblina. Todo ello golpea con dureza como lo hace el frío en un rostro. Se producen amagos de abandono, frustraciones, desvío en el camino. Pero la vida vuelve ha hacer palpitable la necesidad de reconciliarnos con nosotros mismos.

    Se retoma el camino, un camino que propicia el asfalto cuando ya hemos depositado el paso. El avance será paulatino y en base a cómo nos manejemos en la vida de cada día, nos veremos en cierta progresión o no. En ella saldrá a relucir toda nuestra parte más conflictiva y es donde utilizaremos las enseñanzas para su posterior drenaje. Irán cayendo gran parte de nuestras expectativas alejadas de la realidad, las que son adornadas con fantasías proyectadas. Miedos, traumas y un gran ropaje se irá al menos detectando y enfriando en el transcurso del viaje interior. Iremos viendo una parte de nosotros que no queremos ver, pero necesaria para ampliar un conocimiento más global y acaparador.
    Buscar ya es encontrar, y encontrar, una invitación a rastrear. Entonces de ese modo, la persona queda marcada por el sello de la búsqueda, el autoconocimiento y el desarrollo de sus mejores potenciales. Todo ello sin salirse de su vida, sino todo lo contrario, abarrotándola de un sentido que le permite renovar un ánimo anteriormente inimaginable.
    El camino que muchos ya han transitado, ahora se convierte en el nuestro. Muchas huellas nos podrán orientar, pero son nuestros pasos los que nos llevarán de un lado hacia otro. Las enseñanzas están ahí, las técnicas y la práctica de distintas modalidades que nos servirán para ajustarlas a nuestra manera de ser también.
    El buscador ya no puede ignorar lo que se ha activado. Ya no puede traicionarse a sí mismo ni darse la espalda. Ahora se tiene de frente y necesita silenciar su mente. Así, de esa manera, se rebelará su esencia que no es más que la que nunca dejó de ser.





domingo, 10 de febrero de 2013

El duelo.

    La vida, en sus múltiples variables, ofrece una de las más desgarradoras: perder a un ser querido. La muerte alcanza a todo ser sintiente, y hasta que llegue a nosotros, nos tocará vivenciar cómo interviene en los seres más allegados.


    La muerte nos arrebata, se lleva y nos deja la brisa del desconsuelo y la tristeza más profunda. La muerte de un ser querido, o cercano, es un tremendo shock envuelto de desconcierto. Ante una noticia de fatal pérdida, la conmoción queda palpable en el ambiente. Es la fricción que refleja el lado más amargo de la vida, el golpe más duro, la huella que nunca se borra.

    Ante lo que desbarata la muerte se produce algo consistente y duradero: el duelo. Vivir el duelo es permitir que la propia vida siga su curso con un pasajero menos, es continuar hacia otro andén a sabiendas de que la persona duelada no está entre los viajeros. El duelo convierte la existencia en un momento que se repite sin color.
    En el comienzo aún uno no ha recaído en creer en el suceso tal y como ha sido. Se mantiene cierta esperanza inconsciente de que quizás se produzca el encuentro. Es en la crudeza del tiempo que va pasando, cuando se va tomando consciencia de la falta, y es en el sobresalto de la realidad en donde se va incorporando esa ausencia de la persona desencarnada.  Esos choques de recordatorio van terminando por encajar una pieza invisible inmersa en la cotidianiedad.


   No sólo embarga la tristeza y el penar, también la indignación y la resignación. La falta de aceptación en comprender la conclusión final del devenir, pone en marcha el mecanismo del dolor profundo y sentido de la pérdida. El desánimo y la falta de energía insuflan el duelo con su manto acaparador.

    El duelo puede ser vivenciado de muchas maneras. Desde el duelo convencional, tradicional, duelo multitudinario, y luego está el duelo individual de cada uno y donde nadie puede vivenciarlo por otro.

    Cuando se vivencia un duelo se puede percibir el roce del aroma que deja al pasar la cercanía de la muerte. Por momentos nos recuerda la futilidad de nuestras preocupaciones, lo insustancial de nuestras cuitas. Pero todo ello se diluye cuando nos sumergimos de nuevo en el afán diario. Entonces el recuerdo se convierte en nuestro fiel acompañante.

    El duelo trae consigo diversos mensajes. Desde el que hemos mencionado de sentir de cerca la presencia de lo contigente y recordarnos que todo trayecto alcanzará su fin, y también, el valorar las cosas en vida y no esperar a que alguien no esté para engrandecerle. La muerte con su duelo nos previene de que no serán las cosas para siempre y, aunque nunca hay que caer en la hipocondría ni mucho menos, sí al menos extraer el aprendizaje de dar valor a la vida.

    El duelo va más allá de una despedida. Es la reconstrucción de un tsunami tanto exterior como interior. Dependerá de la demarcación en la que estemos con la persona extinguida lo que nos llevará a un tipo de dolor u otro, además, cómo no, del cariño o afinidades que tengamos. El duelo convierte el sendero de la vida en un camino de barro. Es difícil hacer algo sin el recordatorio presente, y difícil aún más no caer en la lamentación de que el tiempo que transcurre, y del que disfrutamos, ha dejado excluido al ser que añoramos.

    La sensación de lo injusto, de impotencia, entre otras, no es más que el hecho incontrovertible de que la vida ofrece giros, descolocaciones. La muerte atraviesa eliminando expectativas, desarticulando ilusiones. Pero también nos recuerda nuestra fragilidad, nuestra finitud, y nos debe servir hasta su encuentro para querer mejorarnos y desarrollarnos. El duelo debe ser vivido con consciencia -que es lo más difícil- y por sí mismo hará que el paso del tiempo permita recuperar su cotidianiedad incorporándola en el día a día por añadidura.

    El recuerdo doloroso debe, poco a poco, dejar paso a la memoria imborrable de la persona. Su recuerdo será perdurable en nuestros corazones. Su historia finalizada pasará a formar parte de la nuestra. Su ejemplo, sus valores, su ser..., todo ello debe prevalecer en nuestra memoria.
    Su huella no será borrada por la marea. Simbolizará su paso en este plano de vida; habrá dejado su firma. De ese modo el duelo alquimiza la muerte convirtiéndola en orgánica, dejando entonces que la esencia del ser querido o cercano, se esparza en cada recoveco de la existencia.
 









lunes, 7 de enero de 2013

Presentación ¨El vecino de al lado¨ sala Gea.



    El pasado sábado 29 de diciembre de 2012, se realizó la presentación de la novela ¨ El vecino de al lado¨ de la editorial Círculo rojo.


    La presentación estuvo a cargo de su autor Raúl Santos, y acompañado del profesor de yoga Jorge Santos. Ambos grandes amigos y << como hermanos >> , broma que suelen emplear por la coincidencia de sus apellidos.

    El acto se realizó en la sala Gea, muy cerca de la zona del rastro de Madrid, y siendo ésta una sala cálida y acogedora. En la misma acudieron como unas treinta personas, la mayoría pertenecientes al círculo más cercano del autor, y pudieron escuchar de primera mano la exposición sobre el proceso que le llevó a decidirse por escribir la novela.

    Antes de todo ello, Jorge Santos del Burgo realizó una intervención que encantó a todos los asistentes. Jorge habló de su experiencia con el yoga, práctica que lleva realizando durante veinte años y que descubrió a través de su padre y abuelo. Jorge nos insistió en la necesidad de conectar con nuestra respiración, para poco a poco interiorizarnos y recogernos en nosotros mismos. También nos detalló la importancia de dar la bienvenida a las ansiedades para desde ahí descubrir nuevos puntos de apoyo. Sobre ello dio pie a la relación con el argumento principal de la novela y como el personaje protagonista va descubriendo nuevos puntos de vista.


    Tocó el turno a la intervención del autor Raúl Santos, donde tras agradecer la asistencia y dar la bienvenida quiso propiciar un clima familiar invitando a que en el final de la charla preguntaran sobre todo lo que quisieran y se realizara un coloquio. Raúl Santos abrió su exposición afirmando que el sentido de la misma era el de compartir el proceso. Según él, el libro ya estaba hecho, materializado, pero lo bonito, lo que realmente quería compartir, era el proceso realizado que fue empujado por una necesidad de expresar que le permitiera a su vez ordenar su mundo interior. En ese mundo interior, el autor revelaba las vivencias en primera persona de la insatisfacción, la ansiedad, las crisis de despersonalización, etc. Esas sensaciones angustiosas y de la mano de lo que él describe como ¨llamada mística¨ (alejada de instituciones o dogmas) le hacen inclinarse en lecturas de todo tipo, y en ellas va descubriendo el yoga, la mística y la autorrealización. En ese punto, Raúl Santos declaraba abiertamente su excepticismo hacia dichas sendas, pero donde al final la fuerte insatisfacción que le embargaba, -independientemente de tener cubiertas sus necesidades básicas- y esa ¨llamada¨ tan abrupta, hicieron que decidiera optar a conocer vías de indagación y autoconocimiento. En ese proceso de redescubrimiento se da cuenta de la dificultad de centrar su mente, siendo ésta una fuente inagotable de sufrimiento extra. Decide probar métodos de manera autodidacta ( vía que emplea para la gran mayoría de sus facetas), entre ellas la meditación, y descubre despavorido la imposibilidad de mantenerse tan sólo un minuto manteniendo la atención a la respiración sin que sea arrastrado por ningún pensamiento. Todo ello le hace decidirse a apuntarse a clases de yoga, en este caso con el autor que le ha inspirado a través de muchos de sus libros: Ramiro Calle.



    Comienza entonces una vía de aprendizaje y exploración contínua. Inmerso en ese proceso siente con mucha fuerza la necesidad de expresar, de contar, de compartir, y por qué no, de ayudar. Entonces un día se decide a sentarse frente al ordenador para ¨a ver qué sale...¨, y en ese momento comenzó la gran aventura. Una aventura que fue espontánea, sin estructurar, donde al principio de la novela se nota la ingenuidad y que el autor ha querido mantener y respetar. Le inspiró la idea de que a pocos metros alguien te puede ayudar, de que la persona más cotidiana, la que te encuentras yendo a comprar el pan, esconde en sí misma una sabiduría extraída en todo momento de su propia experiencia, lejos de acumular conceptos y conocimientos prestados y sin pasarlos por el filtro de su discernimiento. Raúl explicaba que la novela se ve a través de los ojos de Sergio, y que por ello, por estar en primera persona, iba a ser difícil para quien le conoce no crear una relación paralela entre el autor y el personaje, pero no obstante Raúl invitaba a leer la novela evitando el familiarizar al personaje y tratando de observar la historia sin juicios de valor y alejándolo de quien lo ha escrito.

    En la novela se plasma lo cotidiano, sensaciones, angustías, excepticismo. Se habla de la mente, del aquí y ahora, de lo transitorio, de la necesidad de observarnos y de no culpar tanto a lo exterior de nuestra propias deficiencias. Se habla de celos, asombros, encuentros, desencuentros...

   La novela se centra en el poder de la conversación. En la fuerza de las palabras que pueden derribar los más duros conceptos. Que pueden destrozar por completo los cimientos de una vieja psicología para dejar en el sujeto,  la tarea de reconstruir a través de nuevos enfoques y percepciones. Todo ello conglomerado en la vida diaria, de la de cualquier persona, y donde hay cabida para salpicar de cierta espiritualidad lo más cotidiano de un individuo.

    Raúl Santos quiso por último hacer participe a todos del libro, porque quien más, quien menos, ha ¨sufrido¨en primera persona sus ensoñaciones, sus proyectos, su repetitiva inclinación a acercar a todos lo que a él en un momento le ha podido servir. Con el libro, según él, se hace más fácil, porque un trocito de esa difusión la tienes en tus manos, porque en sus páginas nos podemos identificar tanto con Sergio como en Vicente, porque en algún momento todos somos discípulos y maestros de nuestra propia vida.





                                                ¨El vecino de al lado¨ Editorial Círculo rojo.





Raúl Santos Caballero.  Nacido en Madrid, difícil de catalogar por extraer su aprendizaje lejos del academicismo, ya de pequeño intuía y sentía esa llamada que hoy día le permite evolucionar en múltiples facetas.
Raúl Santos se desarrolla, por un lado, como profesor de peluquería, y por otro, como practicante y estudioso del Yoga, disciplina que trata de acercar y compartir a sus más allegados y a todo aquel que así lo desee. Raúl Santos no sólo se considera ¨buscador¨ espiritual, sino también ¨encontrador¨, porque según él de todo se puede extraer alguna revelación que ayude a transitar el camino del autoconocimiento. Para ello se sirve de lo cotidiano, viajar, leer, tocar el piano de manera autodidacta, escribir y experimentar la vida por sí misma.
   ¨El vecino de al lado¨ se convierte en su primera obra, fruto de una necesidad de expresar lejos de lo que pueda representar una palabra. 
   raulyogos@gmail.com



Jorge Santos del Burgo.Practica Yoga 

desde hace 20 años, cuando su 

padre y su abuelo comenzaron a practicarlo. Formado y federado

por la Federación Nacional de Yoga Sadhana y por Universal Yoga

 Center (Power Yoga) en India.


En sus cursos y clases combina Asanas (posturas y ejercicio
 físico), Pranayama (Ejercicios respiratorios) y Dhyana (meditación), con juegos y ejercicios de 
psicomotricidad, así como danzas y meditaciones activas y dinámicas, creando una conexión mágica 
en el grupo.
Actualmente preside la Asociación de Yoga para el Bienestar y la Conciencia y es tutor de la 
formación de profesores de Yoga de la Federación Nacional de Yoga Sadhana.

jorgeyogui@gmail.com













         Agradecer a Círculo rojo por su gran trabajo. A la sala Gea por su amabilidad. A Jorge Santos por su disponibilidad, y a todos los que hicieron posible el encuentro.










viernes, 14 de diciembre de 2012

El vecino de al lado. (Próximamente a la venta)

    Queridos amigos/buscadores....

    Os queremos anunciar que en muy poco tiempo saldrá a la venta el primer trabajo publicado del mismo autor que realiza este blog.

    Ya os informaremos la manera de obtenerlo, ya que al ser una autoedición, posiblemente no se encuentre disponible en el cien por cien de las librerías.

    Os dejamos la sinopsis. También animaros a que hagáis todo tipo de comentarios para dar vida a este espacio para la indagación. También dar un fuerte saludo a todo México, ya que es junto con América del Sur, los que mayor indice de visitas realizan.


SINOPSIS:

Sergio, de cuarenta años y recién separado, decide mudarse a
vivir a un nuevo piso para así cambiar de aires y disfrutar de
una nueva vida.

En esta nueva etapa sale a relucir todas sus ansiedades, y descubre
despavorido que algo en él no funciona bien, y que aun
cubiertas todas sus necesidades del exterior, la insatisfacción
le embarga por momentos.

Las circunstancias le acercarán a Vicente, su vecino de al lado.
Vicente, siendo éste un hombre inusual, viudo y dueño de un
gato siamés, guarda en sí mismo una sabiduría extraída en todo
momento de su propia experiencia.

Sergio descubrirá en la persona que vive a pocos metros de él,
la enseñanza de que no sólo es el exterior lo que debe organizar,
sino su mundo interior el que ordenar.

A través de la disciplina del autoconocimiento y conversaciones
con su vecino que sacuden su propia mente, Sergio se verá
con la tarea de reconstruir sus cimientos, pues los que le sostenían
fueron obligados a derrumbarse para dar paso a nuevos
enfoques y percepciones.

Editorial Círculo Rojo




Raúl Santos Caballero.
raulyogos@gmail.com




martes, 4 de diciembre de 2012

La amistad.

    La amistad es un florecimiento que todos debemos aprender a regar. La amistad es puro aroma, fragancia  que verdaderamente envuelve y acapara, y todo un bálsamo para el alma. La amistad es el resultado tangible de reprocidad sin límites, empatía y comprensión.



    La verdadera amistad es la que traspasa y atraviesa las capas de la persona para instalarse en una relación más allá de la convencional. Es la que no mide ni compara la posición social ni la etiqueta visible hacia los demás; es la que enlaza de ser a ser y permite un vínculo más allá del establecido. Una amistad genuina nace de aceptar a la otra persona tal y como es; no trata de cambiarla o modificarla hacia nuestros intereses. Ver a la persona como es, aceptarla con todo su contenido y conciliar sus intereses con los nuestros, es no únicamente valorarla por los beneficios que nos puedan reportar. Si no, el amigo queda reducido a un objeto, un instrumento musical que debe amoldarse a nuestro compás.


    La amistad genuina va más allá de las apariencias que en un momento dado se puedan dar. En muchas ocasiones esas muestras escaparatistas que se pueden presenciar, están lejos de la verdadera semilla de la amistad, pues los intermediarios que son el yo social del que disponemos y empecinados en querer resaltar, maquillan la escena con flamantes decorados. Una amistad puede ser mucho más profunda sin la necesidad de hacerse notar, aunque no hay que confundirlo con cierta exaltación que se pueda sentir al encontrarse con ciertas personas. De un modo más sofisticado es el ego quien da el abrazo, y no permite que sean los seres quienes salgan al encuentro. Con este tipo de óptica habría que discriminar lo que son ciertas relaciones que se puedan dar, de la verdadera amistad. Tratar de etiquetar de ¨amistad¨ lo que son meras interrelaciones con los demás, es como poner una fecha de caducidad impresa en la misma.


    La genuina amistad va creando su propio historial, sin forzar, sin edulcorar. Va instalando palabras a las páginas que configuran la novela amistosa, va dando pies a otros capítulos, y hace que su lectura sea más poética en vez de en prosa. La amistad se convierte en un encuentro común en el camino individual que cada uno transita. Se convierte en un compartir las vivencias en cada paso que damos. Se vuelve en una compañía que desprende calidez en el recorrido de nuestras vidas.

    El nacimiento de la amistad se vuelve en un lienzo en el que vamos depositando toda una gama de colores. A veces comienza con una impulsividad desmedida, otras con un sentimiento de reencuentro aun no conociendo a la persona, y otras con cierto recelo basado en prejuicios y falsas creencias. La llama puede comenzar álgida, pero el viento de las circunstancias puede aminorar la fuerza y desgastarla.

    Si una amistad no está sustentada en el respeto, la aceptación y la tolerancia, entonces ésta se convierte en un cuenco en el que vamos depositando dosis de nuestra parte más conflictiva. En él vamos depositando excesivas dependencias, impositivismos, intolerancias, afán de manipular, imposición de normas, instalación de determinados guiones, implantación de encorsetamientos psicológicos hacia la otra persona y un largo etcétera. De esta manera la amistad está condenada al desgaste, pues a perdido esa ingenuidad que la mantenía, ha traspasado los límites de la integración de las personas. La amistad se puede convertir en una excusa para extraer intereses, un arma para someter y un negocio para rentabilizar.

    Reconocer al verdadero amigo es dejar de lado a nuestro ego para ver sin filtros ni patrones fijos. Es verse en el otro sin necesidad de espejo. Es ver el ánimo renovado a través del encuentro, es entonar la alegría y poner el acento en las circunstancias. La verdadera amistad es la que resalta en medio de la oscuridad; no es la que te halaga constantemente, sino que a veces, por muy doloroso que sea, te describe con autenticidad. La verdadera amistad es la que permite compartir un mismo cielo desplegando las alas, cada uno a su ritmo, a su altura. No hay jerarquías, no hay status. Es el desprendimiento de cualquier actitud personalista para el acercamiento mutuo.


    Cuando se ha echado una amistad a perder, hay que analizar sus posibles causas. La principal puede ser la falta de comunicación, otras, el descuido, otras, las heridas acumuladas y no digeridas del pasado y que hacen de fisura continua en la relación, otras, la envidia, celos, etc. También lo que provoca que la amistad se deteriore es una ley que envuelve todos los planos en el que nos desenvolvemos: la transitoriedad. Nada se mueve en una diapositiva fija, todo muta, todo cambia... La amistad también está sujeta a esta ley, pues también se ve sometida al desgaste, a su deterioro. Nosotros vamos cambiando con el tiempo, la amistad también queda salpicada. Es una ley inexorable en la que se puede poner los medios a nuestro alcance, o por contra, saber aceptar con consciencia que en nuestra mano no está el curso de los acontecimientos, y que si se producen distanciamientos o choques de enfoques, lo mejor es incorporar estas circunstancias no deseables a nuestro aprendizaje vital. Las personas vienen y las personas van. Los amigos entran y los amigos salen. Los decorados van cambiando y con ello nuestra representación en escena. La amistad se puede convertir en una verdadera prueba de fuego, porque en ella se nos pasa examen de la gran asignatura de saber ¨soltar ¨. También nos servirá para valorar nuestra dignidad individual y no caer en chantajes emocionales o diversas manipulaciones que se producen por el curioso fenómeno de que ciertas personas se arrogan derechos hacia nosotros, reduciendo nuestro margen de autonomía e integridad psicológica.

    La amistad pasa de ser un bloque de mármol a una frágil rosa. Pasa de ser una petrificada y segura fotografía a una interrogante incesante. Es por ello que la amistad debe ser aprovechada, valorada y ajustada
a una buena calidad de vida emocional. Sin las semillas de la amistad, nuestro suelo interior se convertiría en árido, estéril y sin posibilidad de enverdecer. La amistad se debe ir construyendo con vigilancia y consciencia, que son sus verdaderos cimientos, no apresuradamente y con urgencia.

    Hay que agradecer a todos aquello que han compartido pasos con nosotros, a todos aquellos que están por llegar, y a todos los que ahora avanzan en nuestro sendero.


    Porque también la verdadera amistad comienza en uno mismo, en su reconciliación, en amigar con todos nuestros lados, porque si no... ¿Qué tipo de amistad podemos ofrecer?













viernes, 9 de noviembre de 2012

La motivación.

    La motivación es el motivo de la acción. Es el empuje, el motor, la chispa que enciende un proceso.  Es la carga de sentido que aportamos a algo, el pistoletazo de salida, la materialización de un anhelo.


    La motivación permite movilizarnos, dar un recorrido a nuestros pasos, resaltar el colorido de lo que queremos. Es lo que nos motiva a persistir, a no desfallecer, a extraer un ápice remoto de energías para, en momentos difíciles, completar aquello que habíamos planificado.

    Sin motivo no hay un arranque. Sin acción no hay un recorrido transitado. La motivación unidireccionaliza nuestro impulso a alcanzar algo, nos despierta potencias que tenemos en latencia y desempeña el papel activo de nuestro ánimo.

    Sin motivación lo noblemente deseado se convierte en prosa, una imagen en blanco y negro, y un camino de barro en el que no tenemos fuerzas para dar el siguiente paso. La ausencia de motivación deja paso al tedio, a la inercia, la desidia, el desinterés y el abatimiento. Su poder es inmenso, pero también su fragilidad, porque en muchos casos, al igual que un hoja al merced del viento, ésta se tambalea perdiéndose en el confuso vendaval de las circunstancias.

    La motivación debe estar construida sobre los cimientos de cierta fortaleza, de cierto sentido de equilibrio ante las adversidades que puedan alcanzarla. La motivación no debe ser confundida por el entusiasmo febril o el impulso desorbitado, que suele ser lo más caracterizado cuando se comienzan a poner los medios si queremos alcanzar o conseguir algo. La motivación debe estar dosificada, presta y almacenada en nuestra idea consciente de lo propuesto, o en lo que estamos interesados. Sin una dosis de motivación nuestro interior puede estar rellenado de desgana, apatía, pereza y un estado de mecanicidad por falta de un cierto interés, en muchos casos más que necesario para comprender la necesidad de un cierto esfuerzo en todo aquello que hayamos emprendido.

    Se debe robustecer la motivación, rellenarlo de sentido y decorarlo con el anhelo de lo consecutivo. Ante la desmotivación debemos chequear nuestros estados anímicos, nuestras proyecciones si son o no ajustadas a la realidad, nuestras capacidades al margen de lo deseado, y cómo no, nuestro control interior para no hacer de la motivación un arma camuflada del ego. A veces, lo que creemos que es motivación no es más que un estado en el que nos embauca nuestro ego, para indicarnos un atajo y conseguir así su alimento. En ese canto de sirena vemos lo que queremos ver, en vez de mirar lo que de verdad hay que ver. El ego pierde  la capacidad de ir de la mano de la motivación en su camino presente, se pone por delante, anticipa notorios honores y reviste la meta de galardones que no son fiables. Entonces la motivación está al servicio de un crecimiento egocéntrico más que de un desarrollo saludable del ser.

    La diferencia estriba en la capacidad de disfrutar cada instante, con motivación, eso sí, con cierta visualización de lo que queremos e incluso de lo que esperamos, eso también, con consciencia de un anhelo que ha germinado en nosotros pero eliminando esa sed de alcanzar objetivos impulsivamente y, haciendo de los mismos, una identificación de nuestra verdadera identidad. Somos más que eso, somos más de lo que podamos llegar a tener o alcanzar, porque no somos en función de a dónde lleguemos, sino que somos en función de la capacidad de disfrutar en donde estamos, porque en esa plenitud se manifiesta nuestra esencia desnuda de ropajes meritorios.

    La motivación debe ser regada, con propósitos nobles, sin dañar a nadie, sin alcanzar algo a base de fricciones. El motivo de nuestra acción debe ser una llama que nos dé calidez a nuestro espíritu, comprensión y calma a nuestra mente. Porque con agitación y ansia nos perdemos la connotación de nuestros pasos, perdiéndonos sólo en la meta, cuando ésta es en sí el camino. En él está lo transformativo, lo que realmente es sustancioso. La meta sirve para no perder de vista adónde nos queremos aproximar, sólo eso. Es un punto que delimita un plan trazado, un punto que no tiene más carga de cualidad de lo que pueda tener el camino que nos acerque al mismo. La meta no debería ser lo que más nos motive, porque tan sólo cierra un tramo ubicándose en una demarcación. El camino en cambio es más rico, cada paso encierra una lección, cada tropiezo guarda un aprendizaje, cada caída nos recuerda de cerca que es lo que realmente nos posibilita sustentar nuestros pasos.

    No caigamos en triunfalismos respecto a la motivación. Vaciémonos por completo para que ésta nos inunde dejando atrás todo tipo de miedos y de inseguridades.

   Como dice una antigua frase: ¨ ¡Vayamos aunque no lleguemos!¨. Porque el simple hecho de querer ir, ya es una meta conquistada.