La sensibilidad es un alto grado de percepción, donde las barreras personalistas son derribadas para dar paso a un enfoque distinto de vivenciar y vivenciarnos.
Se sensible no es ser ñoño, ni dramático, suspicaz, o tener facilidad para caer en el lamento o la sensiblería pusilánime, ni tampoco el tener lágrima fácil. Alcanzar la sensibilidad es una comprensión muy profunda donde no anteponemos el ego, y las miras van más allá, alcanzando a todos los seres y penetrando en los misterios que ofrece la vida.
La sensibilidad derrite la lógica, transciende las razones y desclasifica lo establecido. Es un acceso a captar la belleza que se esconde en las apariencias, la melodía en la naturaleza, el compás en el ritmo existencial. Es detectar los márgenes que encapsula la realidad aparente y desplegar una intuición que los transcienda.
La sensibilidad no es un escaparate ante los demás, ni debe servirnos para crearnos toda una envoltura de engaños. Es un florecimiento en nuestro interior que rocía a los demás con su fragancia. Es ponerse en la piel del otro ser, ver desde su óptica, pisar sus huellas con sus sandalias. Es eliminar juicios y prejuicios, ajusticiadas condenas, deliberados veredictos. Es apreciar lo pequeño como inmenso, lo sencillo como grandioso, lo fugaz como eterno. Es atravesar la vida aceptando el misterio, bailar con el desafío, arriesgar en lo desconocido. Es coger de la mano a la existencia y dejarse llevar por ella, sin resistencias, sin oponencias. Es regresar a cierta inocencia -que no ignorancia-, y desde ahí, transitar disfrutando pisar el barro, saltar en los charcos.
La sensibilidad funde armaduras, fraterna a los hermanos, humaniza a las criaturas. Es el bálsamo que desprende hacia la compasión, a la ayuda desinteresada, al amor incondicional.
Sin sensibilidad no puede haber vislumbres, golpes de intuición, porque no hay el suficiente suelo germinado. La sensibilidad es la semilla eclosionada.
Si nos eliminan la sensibilidad somos más manejables, porque sin ese rasgo de carácter nos unimos al pensamiento en masa, y desde esa perspectiva colectiva, la sensibilidad individual no tiene cabida. Reivindicar nuestra sensibilidad, o hacer por desarrollarla, es salirnos de una somnolencia establecida y mirar con unos ojos distintos.
La sensibilidad no debe servirnos como un traje de quita y pon, ni como una tarjeta de visita. Es mucho más de lo que uno sienta, sino también, de cómo ejecute sus acciones. No escuchar a la otra persona puede ser un acto de poca sensibilidad; no dejar un asiento en el metro a una mujer embarazada, también. La falta de sensibilidad enfría los corazones, petrifica las opiniones, nos hace esclavos de la rigidez más constreñida.
El camino debe ser engrasado para que no se produzca fricciones, y nada mejor que apostar por una sensibilidad sana, cooperante y donde la ternura consciente dé paso a un autoconocimiento más profundo e integral, y salpique todo ello a todo ser y criatura sintiente.
Sara tu ex alumna de ponfe,fan tuya y de tus libros : )
ResponderEliminarComo vas Raulillo? espero que todo bien,impresionante texto!! cuidate muchooo muchos besiitos
Muchas gracias!! Me alegro que te haya gustado. Muchos besos!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este post Raúl! un beso!! ;)
ResponderEliminarMuchas gracias Ana! No pierdas nunca tu sensibilidad!
ResponderEliminarGran post. Muy orientado a la mentalidad budista que poco a poco debe ir ganando a la occidental para alcanzar una mayor comprensión de la vida y la compasión por los seres sintientes. Un saludo ;)
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