martes, 1 de noviembre de 2011

La actitud del líder.



   A lo largo de la historia de la humanidad siempre se ha reconocido la necesidad de pertenecer o convivir en un sistema grupal. A partir de ahí,  se derivan posiciones y grados dentro de ese orden jerárquico, que siempre eran medidos por el que más fuerte fuese de todos los demás. Esa fortaleza le posibilitaba a la persona que lideraba un grupo a  imponer sus normas al resto, y los demás debían acatarlas. Así ha perdurado la humanidad, en una escala de fortaleza donde la ley era la del más fuerte.
    Los tiempos han cambiado. Ahora la fortaleza no sólo es medida por la que proviene de la capacidad física, sino por muchas más cualidades que deben estar integradas en la persona que se desenvuelve en el liderazgo de personas. Ahora la supervivencia no se basa en la lucha a vida o muerte, ya no se necesitan ese tipo de destrezas. Ahora sobrevivir es salir a flote del cúmulo de situaciones que se van presentando incesantemente.
    Cabría preguntarse qué es un líder. Diríamos que es la persona que se encarga de llevar a un equipo, grupo de personas, etc, no a lo más alto, sino a dar lo mejor de sí mismos. Esto conlleva a que el primer grado de liderazgo comienza en liderarse a uno mismo. Para ello hay que entender que un líder representa un status, pero no es un status, sino un complejo cuerpo/mente en el que se conglomera una serie de factores que le configuran. La principal función del líder es reservar un espacio para auto observarse, porque de él emanarán una serie de decisiones que afectarán a muchas personas.
    Vamos a analizar diversos puntos para resumir los distintos factores que pueden afectar el liderazgo. Vamos a hacer hincapié en las actitudes, pues al fin y al cabo, a diferencia de la fuerza que antes prevalecía, ahora es la mejor arma para ser reconocido como líder dentro de un entramado grupal.



    Liderarse a sí mismo.

    Vivimos tan externalizados que nos cuesta tomar un tiempo para nosotros mismos. Aunque decidamos detener el cuerpo, nuestra mente sigue enredada en pasado y futuros que en la mayoría de los casos desgastan nuestras más valiosas energías. ¿Cómo puede pretender una persona liderar un equipo si no se lidera a uno mismo? Sería como tratar de tapar la boca de un volcán. Tarde o temprano éste estalla y verte su lava en los demás. Liderarse no es implantarse correctores o autoexigencias. Es chequear nuestros estados anímicos, entre otros, y tratar de relacionarnos con ellos sin que obstaculicen la comunicación con los demás. Liderarse es no estar a la deriva de las corrientes externas y saber encontrar un equilibrio en medio de las eventualidades. Amigar con uno mismo es reconocer sus limitaciones y evitar imponer sus criterios, sino concienciar de la validez de los mismos. El líder se maneja con la frustración y lo enfría tratando de no engordarlo con pensamientos repetitivos. Evita que sea un detonante para reprochar o hacer oportunismo del mismo. Halla consuelo en su libertad de conciencia, chequeando que haya dado lo máximo que podía dar y entendiendo que no por ello los resultados están a la vuelta de la esquina. Trata internamente de mantener la alerta en sus pensamientos, palabras y obras. Evita la preocupación y canaliza más la acción. Observa como todo surge y se desvanece y a medida que lidera va captando enigmas vivenciales. Aparta el ego inmaduro por el resolutivo. Se quiere pero no se idolatra. Sabe que ha ganado ese puesto por su esfuerzo, no por orden divina. Entiende que es humano, sabe poner limitaciones y dosifica sus energías en la diferenciación de lo que es urgente de lo importante, porque a veces lo importante no es urgente y viceversa. No aparenta más de lo que es. No trata de justificar su valía ante los demás. Instrumentaliza su puesto como una vía de desarrollo y aprendizaje, y dándose la oportunidad de hacer crecer a los demás, incluso con el riesgo de ser sobrepasado. No hay heridas de orgullo, sabe llenarse de sí mismo y no necesita la consideración constante. Está satisfecho con lo que hace y disfruta de su camino.


    Actitudes válidas para liderar.

    El líder trata de crear una atmósfera, en el cual sus actos, sean un sistema de ejemplo. Aquí no sirve: ¨ Yo predico pero no practico ¨. Del mismo modo que una fragancia perdura allá por donde pasa, las acciones del líder dejan una estela, que aunque invisible en su materialización, el componente de un equipo tratará de emular para así, por su parte, tener la certeza de que sus pasos son fiables. Otras veces no hace tan visibles sus actos, pues deja un espacio reservado y apartado de los ojos del equipo. Para muchas personas que componen un equipo, el líder es su meta personalizada, por ello tienen que ver una relación muy estrecha en lo que se dice con lo que se hace. También dichas personas se vuelven muy vulnerables hacia el líder, y por eso el tacto y la manera de liderarle debe ser con total humildad y empatía. Si no, el liderazgo se convierte en una caricatura que acaba deshaciendo la máscara que todos ignoraban.
    El líder entiende que la acción no es agitación, y trata de mantener en todo momento la calma y la serenidad. También comprende que la disciplina no es rigidez y sabe dar su peso específico a cada momento. Los rasgos de carácter deben ser comedidos y aunque en muchos casos hay que sacar los dientes, esto será el fruto de una respuesta viva dada las circunstancias, pero alejada de la respuesta reactiva que acarrea nocivos estados mentales y condicionamientos de humor en la persona que lo padece.
    Miedos, inseguridades, codicia… Todo ello debe ser contrapuesto por empatía, entendimiento correcto, comprensión, ecuanimidad… Si un líder no aprende a relacionarse con sus miedos (porque todo el mundo los tiene), estos se impondrán en cualquier actividad o situación que se produzca. El miedo o la inseguridad hace ver lo que no es, todo es una amenaza constante. La persona se vuelve susceptible, todo le hiere, todo le salpica. Se convierte en el ¨ gran ojo ¨ que todo lo ve. Ve rivalidades donde no las hay. Acaba siendo presa de una atmósfera extraña, rozando lo paranoide y donde todo confabula en contra suya. Un líder que cargue con una mente así sólo producirá desdicha y desvirtuará cada acontecimiento que se presente.
    En cambio, la serenidad deberá ser integrada. Del mismo modo que las calmas aguas de un lago permiten verse reflejados en él, la calma de la mente permitirá visualizar mejores respuestas y decisiones. El líder tratará de saber ponerse en el lugar de los demás. Comprenderá y será compasivo sin caer en la debilidad o en el altruismo inservible. Desarrollará una de las cualidades más difícil: la paciencia. Ésta a su vez le permitirá desarrollar la sabiduría del proceder, cuando actuar y cuando no; cuando intervenir y cuando dejar que se desarrolle el curso de los acontecimientos. Todo sigue su dinámica y con paciencia se vivencia de otra manera. Se siembra, pero no se estira de la planta para que ésta crezca antes. Se permite el desarrollo natural de los acontecimientos. El líder con paciencia regará con sus cualidades positivas, sabiendo que todo ello también germinará en sí mismo.


    Visión de futuro sin obviar el presente.

    El líder debe planificar, no controlar. Volviendo al símil del campesino, éste hace todo lo posible, pero una vez hecho ya poco queda en su mano. Aprender a manejarse con lo imprevisible es fundamental porque permite adquirir una visión panorámica de los hechos. El líder adquiere la capacidad para desarrollar propuestas de futuro, sabiendo que este vendrá en forma de presente, y es por ello que no lo obvia y vive las circunstancias actuales intensamente. Invita a los componentes a disfrutar de cada situación porque en muchos rangos existe la creencia ciega de que serán más plenos cuando alcancen otro posicionamiento en la integración grupal. El líder señala una meta pero insiste en disfrutar del camino, porque en sí ya es la meta. La meta es un objetivo fijado, una dirección a seguir, pero la meta también es aquí y ahora, y en esa ubicación se vivencian las cosas de otro modo. El futuro sirve como recreación de un presente no vivenciado, por eso se puede proyectar en él como manera de visualizar de lo que ahora no disponemos, pero no debemos caer ni hacer caer en la trampa de tener las vistas exclusivamente puestas en el alejamiento de la realidad. Hay un arma de doble filo en la proyección del futuro, pues al ansiarlo se cae más fácilmente en la frustración y el desánimo. Se debe proceder a dar una visión al resto del equipo, pero partiendo del ahora y valorando lo que ya se es.
    Las variables están ahí y nadie las puede frenar. El futuro debe ser realista y acorde a la realidad sin caer en expectativas inciertas o infantiles. Recordemos que un integrante del equipo, al igual que un niño, recuerda cada una de las promesas dadas. Por ello el líder no se debe perder en promesas que ni él mismo cree.
    El futuro debe servir como un recipiente hueco donde se mezclaran cada esfuerzo aplicado. Eso permite ir más allá de los méritos personalistas y en el caso del líder, no caer en triunfalismos ni derrotismos. Todo se auna para un fin común, y el liderazgo permite que se desarrolle.


    Relaciones de liderazgo.

    Un conjunto de personas componen un equipo, y un equipo sostiene la posibilidad de haber un líder, con lo que inevitablemente, su figura será más resaltada. Eso no debe empañar la visión de que los demás siempre estarán ahí para sostenerle, porque cada persona cuenta con su propia historia. Lo que el líder debe valorar es la extracción que se le puede a hacer a cada una de las personas que sostienen su liderazgo. Del mismo modo que sostienen a un líder, es fácil que se proceda a derribarle. Por ello tiene que haber un compromiso, sino la carga puede hacerse muy pesada y que la persona integrante de un equipo tienda a recortar esfuerzos. De esa manera se produce un paralelismo entre las indicaciones de un manager a las acciones que se realizan, pues con desajuste de sintonía, es imposible encontrar la frecuencia.
    El líder debe desarrollar la habilidad de detectar perfiles con sus connotaciones. Cada persona es un mundo, y al igual que el líder, está compuesto por miedos, angustias, ilusiones y todo un arsenal de particularidades que lo sostienen. Para poder haber una buena relación, el líder, no debe quedar atrapado en su liderazgo, pues como recalcamos, es una posición y no un don. Endiosarse cuesta un gran diezmo, pues acaba derrumbando toda posibilidad de crecimiento. Un líder recubierto de una armadura sólo termina por asfixiarse, pues al final está tan rígido que no dispone de la apertura para relacionarse con los demás. Eso genera una distancia más lejana que la puramente física, pues esa cualidad de inaccesibilidad enquista lazos afectivos sanos. Todo ello no debe confundirse con saber dejar las distancias oportunas y no caer en excesivas confianzas que al final pueden ser utilizadas para desprenderse, por parte del equipo, de sus obligaciones.
    Una clave importantísima de aprender en cualquier parcela de la vida es la impermanencia. Nada es para siempre, todo pasa, todo transita. Las personas buscan su propia evolución y el líder debe tratar de enfocar sus esfuerzos en que se produzca dicho avance. El manager debe ser imparcial a la hora de relacionarse con los demás. Tener afinidades es lógico, pero debe equilibrar para no caer en inclinaciones. Es de todos y de nadie. Para todos tiene tiempo, y a nadie se lo da en exclusiva. Trata de no caer en proyecciones que le alejen de ver a la persona tal cual es y vea sólo los beneficios que pueden repercutir en su liderazgo. No exige obediencia ciega y permite que se produzca la equivocación como un instrumento más de aprendizaje, pues después no lo recrimina, sino les despierta la consciencia mediante el error y después lo resume en una conclusión. El manager entiende que siempre será motivo de halago o de crítica, por ello no se deja rebozar en elogios para no acabar siendo mendigo de los mismos. De ese modo tomaría la costumbre de ajustar aprobaciones a cualquier acto que realice y encadenando las acciones a un reconocimiento. Tampoco se identifica con las críticas destructivas, pues muchas son proyecciones de las personas que las realizan, dejando al descubierto sus propias deficiencias anímicas.
    En todo ese huracán de interrelaciones, el líder parte de un entendimiento holístico que abarca todas sus relaciones.




    Tipos de liderazgo.

    Al igual que los componentes de un equipo, el líder tiene su propio carácter y naturaleza, además de circunstancias que lo insuflan. La diferencia es que si solamente el equipo se amolda a las cualidades del manager, se pueden producir beneficios a corto plazo, porque el margen es mínimo para la fructífera evolución individual. El espacio quedaría reducido a un solo compás. Si el manager tiene la capacidad de profundizar en cada una de las personas, el beneficio se puede extender a medio y largo plazo, pues recordemos que estaría abonando y el tiempo permitiría florecer lo ya sembrado. Tiene que haber un ritmo sincrónico entre, por un lado, el compás que manda el manager, y las habilidades que cada uno puede alcanzar. Por ello, el líder, basa su liderazgo de una manera camaleónica, para así adaptarse a los distintos perfiles que lidera. Sobreentiende que no todos disponen de la misma capacidad, pero que igualmente todos tienes alguna cualidad que al integrarlas con el resto, producen más resultados que el puramente personal. Ahí reside su principal función. Orquestar y a la vez aportar el mejor instrumento para cada uno. Sólo así se produce el mejor ritmo y la mejor melodía.
    Para ello, el líder, basa su entrenamiento en ajustarlo al perfil, y a la vez, a las situaciones personales de cada uno. En cambio para otros aspectos si se basa en generalizar, pero el trabajo individual provocará una toma de consciencia de la persona en desarrollar sus potenciales ocultos. Hay muchos tipos de liderazgo: flexible, controlador, carismático… El líder comprende que si utiliza sólo un tipo, no podrá abarcar a otra parte.
    Por ejemplo, el liderazgo controlador tiene su eficacia en un determinado perfil. Si un componente empieza, siente la necesidad de sentirse controlado, pues su mayor inquietud es hacer algo mal. El control se basaría en determinar las pautas que debe realizar, y después se deja un marco de actuación seguida de un seguimiento de los resultados. Esto da a la persona una sensación de arropamiento, que con el tiempo se irá aflojando para ganar en autonomía en sus funciones. Este tipo de liderazgo controlador se basa en pautas y correcciones, no en ¨ hazlo porque yo lo digo ¨. Este liderazgo no sirve siempre, pues una persona experimentada no necesita un orden controlado de pautas, sino que su libertad de acción y su opinión de las cosas sean tomadas en cuenta e integradas a la evolución. Si a una persona eficiente y que ha demostrado su responsabilidad se le procede con actitudes controladoras, no estará siendo beneficioso, sino más bien desmotivador, pues la persona no enlaza sus esfuerzos anteriores con las exigencias actuales. Pierde la sensación de aval de todo lo anteriormente recorrido. Por ello es importantísimo el tacto y la empatía.
     El liderazgo flexible sería acceder a la opinión de los demás para hacerles partícipe en las decisiones. Implica que la verdad no es absoluta, y que aunque  la decisión final será tomada por una persona, se ha escuchado y tenido en cuenta al resto. Liderar con flexibilidad es muchas veces esperar a que el entorno se enfríe para rectificar algo. En los momentos de mayor tensión, el líder puede caer en utilizar modos agresivos o palabras acres que posteriormente son más difícil de sanar que el hecho en cuestión a reconducir. Ser flexible es tratar de buscar soluciones y no culpables. La flexibilidad no es debilidad ni falta de firmeza, sino saber en determinados momentos plegarse como un lirio en mitad de una tempestad y no quebrar como el más robusto de los árboles.
    El liderazgo carismático esconde un doble filo. El líder provoca atracción al resto de forma innata, pero puede caer en la trampa de engordar su ego, y si el componente cae en la dependencia de su manager, paradójicamente también engorda su ego. Nada provechoso emerge de este tipo de relaciones, pues se basa en dependencias, tanto del que idolatra, como del idolatrado. Por parte del que idolatra porque vive en base a un ideal dependiente y pierde toda capacidad de crecer por sí mismo. Por parte del idolatrado porque cae en el velo ilusorio de que los demás orbitan a su alrededor. Se necesita mucha visión clara y discernimiento para no quedar atrapado en la neblina de las adoraciones. Lo peor es que tanto para uno como para otro, atrapados en sus roles, no desarrollan la capacidad de impermanencia, y de ahí la desilusión cuando se rompe este tipo de vínculos dependientes.
    Hay muchos más tipos, pero lo importante es detectar cual puede ser necesario en un momento dado. Los perfiles deben ser detectados para su desarrollo y la táctica derivará a un liderazgo determinado.


    La actitud mental incorrecta.

    Puesto que hablamos de actitudes, cómo no apuntar hacía la procedencia de las mismas. La actitud emana de lo más profundo de nosotros mismos, incluso de lo más subliminal. A veces la procedencia parte del impulso del inconsciente, que basados en condicionamientos generan respuestas automáticas (o robóticas podríamos decir) ante estímulos tanto externos como internos. Todo parte de la mente y hacia ella se dirige todo. Impresiones, reacciones, sensaciones… Todo un bombardeo que va dejando huella según nuestra capacidad de absorber y desenvolvernos con las circunstancias.
La actitud mental incorrecta es la que se basa en interferir en las situaciones produciendo confusión, torpeza en las decisiones y sumando en todo ello la ausencia de  paz mental. A veces la inclinación a este tipo de actitudes produce que la persona se familiarice tanto con ellas que las tenga dentro de un marco de normalidad. Lo que no sospecha es que hay medios y herramientas para corregir ciertas carencias emocionales y ganar en plenitud y calma. Todo ello deriva en una acción más diestra y más eficiente para la persona que asume el cargo de líder.
Todo lo contrario a una actitud mental correcta son los estrechamientos mentales y de miras, que no van más allá de los propios puntos de vista. La persona queda atrapada en sus conceptos dándoles la oportunidad, una y otra vez, hasta que al fin consigue darles una carga de efectividad. Se basa también en reacciones que se alejan de la meramente funcional. Es la que se repite una y otra vez hasta extinguirse en el desgaste. Eso provoca que una parte de la atención desemboque en alimentar dicha reacción, dejando de lado las verdaderas ocupaciones y cayendo en descuidos de lo más absurdo. Es una actitud que desconfía constantemente y no consiente aquello que le contradiga. Sólo utiliza la indulgencia consigo mismo cayendo en justificaciones que todo el mundo debe comprender. Es la actitud que juzga, mide y compara y no da margen a las variables. Todo debe estar en base a ser considerado y ni por asomo se pone en el lugar del otro. Una mente así sólo genera conflicto y desdicha, tanto a sí mismo como a los demás. Una actitud que proviene de este tipo de mente consigue todo, pero a corto plazo. No siembra en terreno fértil. Se derrochan las semillas como si hubiera en abundancia. Después la actitud se convierte en queja y autocompasión, pues ante los demás es víctima de las peores circunstancias.
El antídoto ante este tipo de actitudes es chequear la mente que la emana. Rectificar en lo posible, enfriar emociones. Tratar de contraponer otras actitudes, que aunque al principio son forzadas, terminan por convertirse en conductas habituales. La humildad es el gran bálsamo, aunque a veces queda olvidada como una actitud dispensable ante el posicionamiento de liderazgo, lo que nos recuerda que somos una pequeña ola en medio del inmenso océano.


    La actitud entusiasta.

    El manager debe impregnar a los demás un clima de ganas de consecución de resultados, que no hay que confundirlo con la obsesión de los mismos, pues estos encadenan y ligan.  El entusiasmo no es exaltación febril, sino una dosis de energía extra que se le añade a la actitud de ecuanimidad. La ecuanimidad es equilibrio de ánimo y sobre ese equilibrio se deposita dosis entusiastas.
    Un entusiasmo equilibrado es un empuje realista sin caer en triunfalismos. El equipo se alimenta de esas ganas, pues sería una similitud a regar un jardín. Pero ¿cómo regarse uno mismo? Si esperamos a que todos los factores estén dispuestos para motivarnos, la espera se puede hacer eterna. Si esperamos cuando alcanzamos un objetivo que éste nos proporcione una satisfacción permanente, estamos alimentando algo ilusorio. Es cuestión de elección.
Le preguntaron a un maestro:
-         Maestro ¿por qué siempre está contento?
Y el maestro respondió:
-    Cada mañana al despertar tengo dos elecciones, estar contento o no estarlo, y siempre elijo lo primero.
No hay que confundir la actitud entusiasta con ese afán de verlo todo y ser siempre positivo, pues nuestros estados de ánimo también fluctúan y proyectar un positivismo permanente puede derivar a la frustración. Se trata de ejercitar la fuerza que impulsa el arranque. Imaginemos un carruaje, el carro nos lleva a todos (equipo) hacia un lugar, el caballo es la fuerza entusiasta que empuja del carruaje, y el cochero  (líder) dirige con sus riendas (actitudes/aptitudes) la dirección y la precisión de la impulsividad del caballo.
     La actitud entusiasta no debe dejar paso a estados de ánimo de abatimiento cuando se produce un resultado negativo, porque de la misma manera el ambiente se torna apesadumbrado. Por ello insistimos en el equilibrio aderezado de entusiasmo, para así no caer en extremos oscilantes y mantener los ánimos en su propio centro.


    Saber escuchar. De dentro afuera y de afuera a dentro.

     Todos en un momento dado hemos bajado el volumen del televisor para escuchar a la persona que nos hablaba. Si la atención no está focalizada es muy difícil que las palabras del interlocutor entren dentro de nosotros. Un factor decisivo es la calma mental. Saber escuchar no es fácil, no por perversidad, sino por la costumbre que tenemos de atender a cada uno de los pensamientos que van interfiriendo.
    Saber escuchar implica que uno deje de serlo para ser el otro. No es utilizar el turno de silencio para preparar lo siguiente en decir, sino para absorber todo aquello que entra por los oídos y crear el estado de comprender. Si una persona no se siente escuchada mucho menos se sentirá comprendida, y sino se siente comprendida se creará una herida abierta difícil de cerrar.


    Escuchar es dejar espacio abierto para explayarse, sin restricciones, sin culpabilizaciones y que propicie un clima de confianza y la expulsión por parte del interlocutor de todo lo que en un momento dado puede o ha podido cargar. Una vez se ha producido la escucha se debe reflexionar conscientemente en todo aquello que se va a decir, pues una vez expulsadas las palabras no ofrecen ningún retorno.
    Saber escuchar hacia dentro es desarrollar la capacidad de que una parte de nosotros no esté externalizada. Esa parte debe girar hacia dentro y mantener una observancia de todo aquello que va surgiendo, para así, en el caso de emociones negativas, saber dejar distancia y no implicarnos. Escuchar hacia dentro exige remitir el ego, desbloquearse y estar en apertura hacia uno mismo y hacia los demás. Observarse en propiciar estados laudables positivos, desde la amabilidad hasta la alegría compartida.


    Brindarse una oportunidad.

    Aprender a liderar es una carrera de por vida. Es, al igual que la autorrealización, una senda que comienza pero no finaliza.
    Saber delegar, dar responsabilidades, predicar con el ejemplo… Todas son factores del liderazgo que como decíamos al principio, comienza liderándose a uno mismo.
    A veces el líder se enfrenta a una cierta soledad difícil de explicar. No entra en el marco de lo razonable, pero la sensación inunda a la persona. Es la principal cabeza visible pero se siente excluido; hace por todos pero siente que nadie hace por él. Esa soledad abarca la emoción de la persona, pues tiene que desprenderse de la misma para continuar su camino. Un camino en el que afectará a muchas personas, y él, como principal líder, deberá endurecer un camino de barro para que los demás transiten.
    Muchos son los obstáculos, muchas las frustraciones, pero el deseo de hacer mejorar a los demás será lo que haga mejorar al líder. ¨ El mismo suelo que te hace caer te permite levantarte ¨ reza el Tantra. Por ello hay que ser también flexible con uno mismo y no sólo con el equipo. Brindarse una oportunidad, no sólo de cuando en cuando, sino a cada momento, a cada instante. Evitar que la vieja psicología no interfiera con sus recuerdos petrificados. Que la mirada sea hacia futuro pero anclada en el presente.
Que la meta sea el disfrute de ir hacia ella. Que la obsesión sea desprenderse de todo lo obsesivo y con fluidez atajar el camino.
 Que el equipo recuerde a su líder como alguien que le inspiró y le alentó a creer en sí mismo. Que le devolvió la mirada hacia dentro para no desperdiciar lo mejor que podía dar. Que le dio a entender que no era cuestión de victorias lo que engrandecían, sino que las derrotas nos recuerdan que nuestras fragilidades pueden ser superadas.




   Que el líder recuerde al equipo como esas personas, que aun dándole quebraderos de cabeza, fueron capaces de despertar sus más valiosas potencias gracias al despertador del compromiso. Que pueda recordar el líder cómo su equipo luchó en las vicisitudes, que lo acompañó en los malos momentos y que lo zarandeó en los buenos.

    En definitiva, que cada cual aprenda desde su posición. Que el líder se base en un liderazgo genuino y pueda permitir que los demás, no sólo florezcan, sino que además, exhalen su propio aroma.







          NOTA: artículo publicado el 9/10/11 en http://www.modernsoccer.net/

2 comentarios:

  1. Cada vez escribes mejor, Raulito.
    Pero donde esta ese líder "jefe", yo he currado en muchisimos sitios distintos y nunca he visto un Líder casi, nos sale lo humano. Solo pensamos en nosotros mismos y en el puto dinero/poder. Muy bonito pero un poco demagogia.

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  2. Por eso el artículo insiste primero en la necesidad de liderarse a uno mismo.
    Un saludo.

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