domingo, 14 de agosto de 2011

El destino.

    ¿Qué es el destino? ¿Es un camino ya instalado que sólo consiste en recorrerlo, o un camino que creamos a cada paso? ¿Libre albedrío o determinismo?
    Todos estamos inmersos en una corriente empujada hacia una dirección, pero ésta a veces ofrece alternativas o desvíos que escapan a nuestra comprensión. Querer profundizar en ello es afinar la agudeza de la atención, para no dejar escapar ninguna pista que deje al descubierto, el posible mecanismo que permita orientarnos hacia lo que consideramos que es bueno para nosotros. En ese momento, todo puede tener sentido, o quizás tendrá el que le demos nosotros.

    Si todo está determinado, en cierto modo es una imposición, pues no hay posibilidad de elección, ya que todo está supeditado a un orden superior. Si fuera así, habría que desarticular cuáles son las reglas del juego y predecir cuál es el sendero ya marcado, para adelantarnos a los sucesos que puedan producirse.
 ¿Qué o quién regiría esas pautas? La respuesta está oculta en el mundo de lo ignoto; lo cierto es que tendríamos que manejarnos con esas reglas para sincronizar más con las pruebas que se van presentando, y así no perder la sintonía que nos hace fluir con los acontecimientos. Habría que detectar cuáles son verdaderamente nuestros objetivos y nuestros potenciales, pues como en un juego, éstas serían nuestras cartas, y deberíamos elegir con certeza en que momento arrojarlas.
    Si todo está ya organizado, queda poca capacidad de acción, pues incluso la que realizáramos ya estaría predestinada. Y si aun descubriendo la manera de acoplarnos a ese ritmo, desistiéramos de hacerlo, también entraría dentro del marco de lo determinado.

    Otra posibilidad es el libre albedrío. Sería no estar sujeto a ninguna ley invisible, y desenvolvernos de una manera individual en un escenario que no esté compuesto de una observación que dicte nuestras conductas.
    Todo cabe en el libre albedrío, no hay represalias futuras que evidencien nuestras faltas, no hay un equilibrio aparente que pretenda corregir una y otra vez hasta dejarnos situados en nuestro sendero correspondiente. El libre albedrío representa la individualidad de cada ser dentro de un colectivo, y el manejarse con esa libertad, implica un miedo inherente que, a través de los siglos, se ha visto solapado por toda clase de inclinaciones soteriológicas.
    El libre albedrío puede producir indignación, pues lo que muchas veces consuela en un mundo despiadado es que al final la persona malevolente purgue sus faltas en presencia de un régimen superior y, en cambio, la persona de acciones nobles, estará condicionada por la retribución de sus buenos actos. En el libre albedrío se debe potenciar la responsabilidad, porque sin ella, la libertad se convierte en libertinaje.

En el libre albedrío también hay cabida para la evolución, porque por ejemplo, si venimos al mundo con ciertos rasgos de carácter que imposibilitan nuestra relación con los demás, eso estaría determinado, pero si lo modificamos a través de nuestras conductas, estaríamos manejándonos en el libre espacio para nuestro favor y el de los demás.

    De ahí que para muchos sabios, yoguis y gente realizada, el destino sea como un río que fluye y en el que estamos inmersos. El río empuja hacia adelante, eso está determinado y no tenemos elección. Luego inmersos en la corriente podemos optar y decidir nuestro avance, fluir a la velocidad de la corriente, o sin embargo, resistirnos en la misma. De ahí que en la vida cotidiana experimentemos ir a contracorriente y perdamos la sensación de rumbo. A veces, la fluidez es más lenta, otras, mucha más acaudalada; de ahí que nos pille por sorpresa y sintamos el agua hasta el cuello. Nosotros optamos a veces por bucear, sumergirnos en lo más profundo, ver sobre qué se mantiene todo, de ahí que por instantes nos separemos del resto. Otras, nos impulsamos hacia arriba para ver hacia dónde nos dirigimos y captar una visión más panorámica de todo el asunto, ahí estaríamos sacando pecho. Todo un mundo de opciones que se van abriendo a cada instante y que se van entrelazando entre sí, para con su consecuencia, deliberar un resultado a nuestro favor o en contra.
    Pistas que se van presentando y a lo que Jung llamó ¨Casualidades significativas¨, y que se funden en el inconsciente colectivo.



    Cabría observar dentro de la particularidad del destino, la gran necesidad que experimentamos de exigir seguridad en un mundo donde nada es seguro, excepto la inseguridad. Esa demanda puede anestesiar el desarrollo de la intuición y el manejo con la misma, perdiendo el potencial de desenvolvimiento en el plano vivencial de cada instante.
    Hay que aprender a manejarse con la imprevisibilidad, pues siendo el destino determinado o no, se ejecutará sin previo aviso y nuestra capacidad de elasticidad en los acontecimientos hará que no quebremos frente a ellos.
                                         
    En la vía de la búsqueda y realización de sí, el destino abruma por su capacidad de ser escurridizo y sentirnos siempre con las manos vacías, dejando a veces entrever destellos de orientaciones, y otras, sin embargo, sumiéndonos en una oscuridad absoluta en la que nos sentimos absorbidos por completo. Sea como fuere, no debería ser: ¨¿por qué estamos aquí?¨, sino ¨ya que estamos aquí¨, y hacer del destino un inquebrantable aliado, pues aun con sus caprichos, siempre nos tiende algún recoveco para no estancarnos.




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