
Existen acciones muy sutiles como puede ser pensar, observar; otras más burdas, como puede ser empujar un coche. Pero en ambas nos identificamos con el ¨hacedor¨. En ese ¨hacer¨ hay voluntad, intención, volición y deseo noble, pero también puede esconder soberbia, codicia, ambición y egoísmo. Con lo cual no sólo interviene la acción y todo lo que lo catapulta, sino la actitud con la que lo realizamos.
¿Qué diferencia, pues, puede existir entre la actitud y la acción por hacer?
Que nos pueden esclavizar, o no, sus resultados.

Es el afán de dar un sentido al acto lo que nos arrastra obsesivamente al resultado. Sería demagogia expresar que cuando realizamos algo no buscamos una obtención, es decir, si bebemos agua queremos eliminar la sed, pero de lo que se trata es de investigar en cómo aflora y repercuten ciertas tendencias individualistas, ególatras y personalistas, referente a lo que nos incita a la hora de realizar una acción.
Por ello, la acción desinteresada es un gran ejercicio para romper las cadenas del sentimiento de control y posesión. Permite ir derritiendo el mecanismo de ¨hacer¨ por y para algo, y convertir el acto de la acción en una recompensa por sí misma. Pero nuestro lado acumulativo y voraz no termina de entender este término, de hecho, buscará en esta actitud otro tipo de recompensa, quizás el futuro reconocimiento por parte de los demás de desprenderse de los resultados.

Pero mucha parte de ese sentimiento interior de falta de estar completados surge cuando hemos alcanzado una meta, o se crea el miedo a perder algo cuando lo hemos obtenido, por falta de consciencia en su desarrollo y tener en todo momento las miras puestas en la conclusión final del acto. Entonces el ¨hacer¨ es una negociación, pierde su totalidad y entorpece la transformación de la persona. Sólo consigue acumular y acumular actos sin penetrar en una verdadera riqueza que no es la que puede estar por llegar, sino la que viene ligada por el simple placer y disfrute de hacerlo.
En el yoga esta vía de emplear los actos como entrenamiento y acrecentamiento de la consciencia se le denomina ¨Karma yoga¨. Entonces no sólo hay que retirarse a contemplar o refugiarnos en la soledad del silencio, sino que la vida de cada día, lo cotidiano, todo ello, es un banco en movimiento de meditación.
La acción y el hacedor se vuelven uno; la expectativa y la conclusión final se funden sin oscilar en extremos de pérdida o ganancia. Por lo tanto, cualquier acto de la vida diaria puede convertirse en soporte meditacional, en transformación espiritual, porque abocados a actuar ¿qué mejor que convertirlo en néctar para nuestra evolución personal?
En el camino de la búsqueda el desapego hacia los resultados no es significado de que no nos importen o no deseemos que sean favorables, sino que aun sabiendo que hemos hecho todo lo que estaba en nuestro alcance, no disponemos del absoluto control sobre los mismos. Por ello, la acción desinteresada es un noble ejercitamiento de la falta de personalismo en la ejecución de las acciones, y el recibimiento en ausencia de ego como anfitrión de los resultados.