La persona no puede seguir traicionándose a sí misma, y menos aún desviar la mirada ante los signos que se le presentan y le invitan a rastrear ¨algo¨ que no reposa en el marco de las apariencias. Todas las energías comienzan a encauzarse para obtener y aclarar respuestas a todo aquello que se mantiene ocultado y por desvelar.
El primer enigma que se le plantea es el más esencial: ¨¿Quién soy yo?¨. Se da cuenta que la respuesta nunca provendrá del exterior, y es ahí donde hasta ese momento a depositado todos sus afanes. Se siente obligado a girar, pero para tomar esa determinación debe aún seguir tropezando en la externalización. Fuera de uno existe un nombre, una posición, un empleo, un status... Quizás seamos mayores, o jóvenes, pero todo ello pertenecerá a la ubicación que nos sitúe la demarcación en la existencia.
La persona comienza a desarrollar la intuición, esa parte operable de nuestra mente al margen de los razonamientos, la lógica y la dualidad. Cuando la posibilidad de rastrear afuera es fallido es cuando se despierta el afán de viajar hacia adentro. Esa decisión en sí ya es intrépida, pero puede llegar a ser solo el comienzo, pues una pregunta lleva a otra, y lejos del raciocinio de la especulación se produce un sentimiento desgarrador: la insatisfacción.

La soledad cósmica va más allá de una soledad por ausencia de personas o entretenimientos. La soledad profunda de estas características deja huérfano al ser, privándole del reconocimiento de su propia naturaleza. Esto produce un sentimiento de marginación, de exclusión del Todo. Ese atisbo tan profundo revela o deja entrever salpicaduras de lo efimero, lo finito, de la contingencia.
Todo ello se va desplegando bajo la atónita mirada de quien lo padece y le alcanza. Todo entremezclándose en el escenario vital, donde parece que la ausencia de sentido invite a que lo obtengamos por nosotros mismos. El sujeto embaucado en la búsqueda de su ser -porque intuye que en ese establecimiento de su yo real le permitirá desplegar otra óptica-, decide transitar por las sendas que se presentan y que va descubriendo a sabiendas de que tropezará una y otra vez, sentirá el retroceso, caerá, y volverá a retomar los pasos para descifrar la dirección en mitad de la neblina. Todo ello golpea con dureza como lo hace el frío en un rostro. Se producen amagos de abandono, frustraciones, desvío en el camino. Pero la vida vuelve ha hacer palpitable la necesidad de reconciliarnos con nosotros mismos.

Buscar ya es encontrar, y encontrar, una invitación a rastrear. Entonces de ese modo, la persona queda marcada por el sello de la búsqueda, el autoconocimiento y el desarrollo de sus mejores potenciales. Todo ello sin salirse de su vida, sino todo lo contrario, abarrotándola de un sentido que le permite renovar un ánimo anteriormente inimaginable.
El camino que muchos ya han transitado, ahora se convierte en el nuestro. Muchas huellas nos podrán orientar, pero son nuestros pasos los que nos llevarán de un lado hacia otro. Las enseñanzas están ahí, las técnicas y la práctica de distintas modalidades que nos servirán para ajustarlas a nuestra manera de ser también.
El buscador ya no puede ignorar lo que se ha activado. Ya no puede traicionarse a sí mismo ni darse la espalda. Ahora se tiene de frente y necesita silenciar su mente. Así, de esa manera, se rebelará su esencia que no es más que la que nunca dejó de ser.