Existe una capacidad derivada de la atención, que nos permite desplegar en todo momento unas miras hacia nosotros mismos.
Es la autoobservación una acción que permite direccionar una visión que redirige una y otra vez a nuestro mundo interior, psicológico, y a nuestras reacciones más íntimas y personales
La aotoobservación es el mantenimiento de una mirada que nadie puede jamás captar, clavada en nuestro núcleo más profundo para revelar y detectar todo lo que se va generando sin que nos pase desapercibido o se produzca a espaldas de nuestro estado de consciencia. Autoobservarnos es una ejecución individual en la que nadie jamás nos puede reemplazar.
Uno puede observar a otra persona, como puede también analizarla y estudiarla, y a través de todo ello, sacar una conclusión clara, pero aún no existe una radiografía que permita ver cómo realmente se siente una persona.
Autoobservarnos es la herramienta práctica del autoconocimiento. Es conocer al conocedor, indagar en quien indaga. Sin la autoobservación no hay posibilidad de detectar todo el amasijo de emociones que nos toman o las distintas reacciones que nos sacan de nuestro eje. La aotoobservación no puede ser una acción mecánica, porque precisamente rompe el automatismo para observarnos, y de esa manera, comenzar a dejar cierta distancia con todo aquello que creemos que es sumamente esencial en nosotros, cuando en realidad son capas y capas de personalidad creada.
Esa indagación en primera persona nos permite atestiguar para detectar y, con ello, modificar o enfriar actitudes o emociones que nos friccionan y entorpecen el crecimiento interior. Si damos la espalda a la posibilidad de autoconocernos, viviremos únicamente para un yo superficial, prestado, centrifugado y desinflado de una esencia que no advertimos. La aotoobservación no debe ser obsesiva ni que nos sirva para coercitarnos, autoreprocharnos o sumar más caos en nosotros. Tampoco para obsesionarnos ni convertir la observancia en un juez refractario de toda nuestra composición anímica y psicológica.
La autoobservación debe ser como una flecha de dos lanzas; una que apunte hacia afuera, y otra, hacia los adentros. Su alcance nos debe situar en un puesto de testigo que mira pero no se implica. Ve, pero no reacciona. Modifica, pero no se violenta.
Sin autoobservarnos, se alimenta la tendencia a ser más mecánicos, pues no se implica una atención que detecte los automatismos que nos condicionan. La importancia de autoconocernos es vital, y el primer inicio es la autoobservación. Es el preliminar para extraer un conocimiento de primera mano de nuestra configuración albergada por deseos, temores, inclinaciones, rechazos, apegos... Es el primer paso para evaluar, corregir y transformarnos. Dará pie a ver un comportamiento espontáneo que muchas veces no sale a la superficie, pero que anida en lo más visceral de todos nosotros. Nos permitirá, una vez detectemos distintas reacciones, a comenzar a distanciarnos con una acción pasiva, sin luchar, sin sumar más conflicto a nuestro lado más destructivo, para ir accediendo a una fragancia solapada de personalidad, útil en muchos contextos, pero insuficiente para autodesarrollarnos.
Esto no significa luchar por no ser nosotros mismos, sino ser más conscientes, estar más alerta y comprendernos. La aotoobservación se convierte en una introspección sana, lejos de la egocéntrica, desplegando atención y aprendiendo a diferenciar la posible reacción que podamos tener, de lo que es una respuesta viva a lo acontecido. Al principio es una llama muy débil, pero con la práctica va ganando en intensidad. El ejercicio más directo es la meditación sentada, pero después se debe hacer extensible a cualquier escena de la vida diaria.
La autoobservación da paso al autoconocimiento, y éste permite el autodesarrollo. A medida que captamos y comprendemos las leyes que rigen nuestro universo interior, estaremos más capacitados para entender todo el entramado exterior envuelto en su propia dinámica.
El buscador sabe que para conocerse debe observarse previamente. Sin ese ejercicio directo vive de espaldas a sí mismo, dejando escapar toda una cantidad de información que sólo él mismo puede recopilar, y posteriormente transformar.
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