Nos envuelve un ensimismamiento que nos hace paralizar la corriente de pensamientos, que hasta ese momento, nos arrastraba de una lado hacia otro. En ese instante, la persona queda absorta en sí misma, completamente ajena al exterior y experimentando una presencia hasta ahora desconocida. Esos accesos a la quietud interior son más provechosos cuando la persona quiere acceder a ellos de forma consciente y lúcida.
Acceder al silencio es cavar en uno mismo hasta que todas las capas que nos configuran quedan por encima. Es regresar al origen de sí. Conectar con las raíces de la existencia, reconciliarse con la fuente. Es llegar a un plano intemporal donde uno se afinca siendo espectador de todo lo que le orbita a su alrededor.
Se necesita esos baños de silencio interior, observando así la cesación del pensamiento y dejando paso a otro tipo de revelación. Se revela algo que no puede ser analizado, racionalizado; simplemente es experimentado. La mente y su discurso pierde su eficacia ante la inmensidad de un regocijo interno.
Hasta ahora, el consuelo se hallaba ante el plano externo y sus logros, pero éste, ineficiente en una parte, obliga a la persona a sondear en aquello que hace posible su propio sondeo. Profundiza en el origen que todo lo sustenta y halla refugio en su propio hogar interior, crea lazos consigo mismo, ha eliminado cualquier tipo de enemistad y emerge al plano fenoménico con ánimo renovado y con firmeza de mente.
Toma consciencia de forma supraconsciente del espacio que habita entre un pensamiento y otro, alargándolo en lo posible mientras se instala en un puesto en el que observa a los mismos, pero no juzga ni etiqueta, debilitándolos de tal manera que el hueco entre un pensamiento y otro se amplia, creando una esfera omniabarcante que todo lo impregna. Esa experiencia se instala en el sujeto, pues ha sido capaz de ver la pantalla en la que se proyecta la película existencial.
A partir de ahí, el silencio se torna locuaz, revelando en sí todo lo que puede ser revelado. El aspirante espiritual comprende de manera vivencial, que el silencio nunca ha dejado de estar y que llegar a él es cuestión de asiduidad. El ejemplo que se pone es el de una habitación llena de gente hablando toda a la vez. Si por un momento, un segundo o un instante todo el mundo se callara, el silencio que hasta ahora se ignoraba, se manifestaría en toda su totalidad.
Al principio, el silencio crea incomodidad, insatisfacción. Acostumbrados al griterío no sabemos desenvolvernos con espacios de interiorización. La mente pierde su charloteo, con lo cual no tiene donde apoyarse. El ego pierde su herramienta que es el pensamiento, con lo que en ausencia de tanto figurante solo queda el verdadero actor.
Como se dice en el yoga: ¨ Cuando cesa el pensamiento, se revela la luz del ser ¨.
Los espacios en blanco (por llamarlo de algún modo) que se producen en la mente sirve para drenar todo tipo de samskaras ( impresiones subliminales) y condicionamientos del subconsciente. Es como el ejemplo que pone Ramiro Calle del radiocassette, que cada vez que queremos eliminar algo lo hacemos regrabando en silencio.
En silencio todo se vive de manera menos juzgada, como dicen los maestros Zen: ¨ El color adquiere más color, el sonido más sonido¨. Si tú observas una flor, su sola presencia te bastará, su frescura, su viveza. Pero cuando el silencio es sucumbido por una corriente de pensamientos, se añadirán etiquetas y se coloreará en función de el informe que nos redacte nuestra mente. Así se mata el instante, pues no lo vivimos tal cual es, sino a través de filtros mentales.
El silencio puede llegar a ser un punto de reflexión, pues como diría Buda: ¨Cuando no tengas nada más relevante que decir, guarda el noble silencio¨. Dando a entender que un discurso sin ser reflexivo no ejendra nada provechoso, y en cambio, proceder a un silencio externo conlleva un acercamiento al silencio interno, éste mucho más sabio sin imponer ningún criterio.
En su larga marcha hacia dentro debe reconciliarse con su silencio interno, pero sin volverse adicto a él, pues sabe que es en lo cotidiano donde se pone a prueba su experiencia liberadora.
Excelente gracias
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Joaquín Gorreta Martínez 62 años