jueves, 8 de enero de 2015

El consuelo social.

    ¨El consuelo social¨ es el nombre que le he acuñado a esa respuesta curiosa que recibimos en un entorno social, lejos de convertir una comunicación, en una genuina empatía.
    En sociedad pueden suceder dos cosas: que bien entremos en un círculo de queja continua social y se retroalimente la conducta; o bien, que el derecho a expresar una disconformidad o la necesidad de ser comprendidos y escuchados se nos deniegue y se nos imponga una visión de gratitud, lejos de un verdadero sentimiento de agradecer analizado en frío y supeditado por un balance equilibrado de nuestras circunstancias.
    EL consuelo social es aquella respuesta que no ha filtrado la disconformidad del otro, no ha penetrado en la cuita en sí, y mucho menos, su interlocutor se ha puesto en la piel de la persona. No se trata de alimentar la pena ni mucho menos, ni de entrar en un círculo vicioso dando poder a una persona victimista, pero de lo que sí se trata es de no dejar en un plano tan secundario la necesidad de ser comprendido relevándolo por un consuelo, en ese momento innecesario, pero que tiene que cubrir lo suficiente como para que no se genere ese sentimiento de malestar.


    Se convierte en un tipo de respuesta ya configurada, propulsada antes de que el otro termine de sentenciar su -vamos a decir- desdicha. Es a modo de hacer ver lo que ya se tiene en vez de lo que no, pero en este artículo no cuestionamos el lúcido y sabio asesoramiento, sino el parcheante y estéril consejo.
    La persona se siente aún más incomprendida, pues ve que cae en un saco roto, y que no es digna de expresar una discriminativa reclamación porque goza de privilegios que no valora tanto como el que sí se lo hace ver. Es un pulso entre lo que se siente y lo que se debe, entre bajar la cabeza y negarse el derecho a reclamar algo por el simple hecho de disponer de esto otro.
    ¿Por qué es un consuelo social? Porque donde más se sucede es en actos sociales, reuniones, etc... Más grave puede ser aún cuando quien se expresar roza algún tipo de depresión, o no digamos la famosa ansiedad que tanto prejuicio crea. Es a modo de ¨No te quejes por tus lágrimas que al menos tienes un pañuelo donde secarte¨.
    Insistimos de nuevo en saber diferenciar las cosas con coherencia. Sí

que es cierto que muchas personas necesitan una activación para salir de ese estado de queja continua y autolamento, pero muchas son otras que se encuentran con un muro rudo y rígido que no es capaz de ablandarse para ofrecer un verdadero consuelo, un reconfortamiento, o un cálido abrazo, necesario en ese momento y no una lógica aplastante retirada de una verdadera empatía.

    Era Buda quien decía: ¨Si no tienes nada mejor que decir, guarda el noble silencio¨. Y mejor puede ser en muchas ocasiones compartir un silencio cómplice, que rellenar el mismo de frases comodín, o de argumentaciones inconsistentes.
    La persona que se sirve de ello no ha captado una esencia a la hora de comunicarse, no están al mismo nivel de entendimiento, pues su respuesta es automática y carente de visión amplia y panorámica. Trata de quitarse de en medio la responsabilidad de ponerse unos zapatos que no son los suyos, y todavía más, tratar de dar algún paso con los mismos.
    Tratemos de ser equilibrados a la hora de restar importancia a los problemas ajenos. A veces, si estuvieran sobrepuestos sobre nuestros hombros es cuando entenderíamos su verdadero peso. Hagamos por ver algo más que el problema en sí, sino todo lo que le envuelve, porque será entonces cuando nos podamos colocar en el sitio del que se expresa.


    No hagamos de la sociedad un gran diván que mire hacia una pared. Miremos de frente, a los ojos, sintamos la profundidad a la hora de aportar algo más que un consuelo frívolo y calculado. Convirtamos la comunicación en algo más que un intercambio de parecer, sino en un acercamiento donde todos los sentimientos tengan, por derecho propio, margen para expresarse y, más importante aún, cabida dentro de un intercambio de opiniones.