viernes, 17 de agosto de 2012

El vecino de al lado (novela en fase de producción)






                           A empezar de nuevo


   Vuelta a empezar. Parecía que el círculo de la vida no parase y que la estabilidad estaba más lejos que nunca. Recién cumplido los cuarenta, me sentía igual que un adolescente sin saber lo que quería, y más aún, sin saber si por lo que hasta ahora había luchado me beneficiaba o había sido en vano. Lo único que sabia era que el decorado de la vida volvía nuevamente a cambiar, pero el actor seguía siendo el mismo. Me preguntaba si era capaz de leer bien el guión o si sólo improvisaba en cada una de las escenas, lo cierto es que mi sensación de abatimiento se incrementaba más y más. Recién separado, la sensación de perdida era atroz, me invadía una melancolía que no era capaz de disfrazar con cualquier tipo de ocio o disfrute. Todas las expectativas que tenía se habían desvanecido como el humo, con lo cual el futuro se teñía de un gran interrogante. Nada había confabulado a mi favor, o al menos con lo que yo creía que era bueno para mi o debía de tener, quedándome huérfano de mi mismo. Se supone que con esta edad ya tendría que disponer de una madurez innata, pero seguía con estados anímicos fluctuantes, reacciones desorbitadas y quebraderos de cabeza que no se solventaban hasta pasados unos días.
      El cambio de casa me iba a venir bien. Cambiar un poco de aires era como maquillar el profundo sentimiento de vacío que me embargaba. La novedad aliviaba el pesar y al menos algo de ilusión se generaba en mí. La decisión de vivir solo me asustaba, pero también despertaba un interés en mí, ya que del hogar de mi madre pasé a la convivencia de pareja sin hacer escala en la soledad de mí mismo, y despertaba un profundo desconocimiento y a la par, un terror pasajero.
     Parecía que ella seguía ahí. Cualquier cosa que hacía o pensaba era cuestionado por el pensamiento de ella, a la que me venía sus críticas y modos de pensar, que en muchas ocasionas eran el detonante de grandes discusiones. Ella estaba lejos,  pero mi memoria me la traía cerca como si ya fuera parte de mí. Una y otra vez me preguntaba: ¿cuándo me la quitaré de la cabeza? La respuesta no llegaba, y suponía que el paso del tiempo lo fuese disecando hasta su extinción.
     El trabajo si se mantenía igual. Llegué a un puesto directivo de un departamento de compras a través de mucho esfuerzo y sacrificio, tanto si cabe que sacrifiqué mi relación con Yolanda. Las reuniones interminables, los quebraderos de cabeza, las preocupaciones… todo en suma, provocaba una distancia en mi relación que costaba conciliar, ya que era mucho lo invertido en mi trabajo como para echarlo por la borda. Ella no se metía, pero se quejaba continuamente de la poca atención que le prestaba, achacado como siempre, a mi obsesión por el trabajo. Ella también trabajaba, y mucho, en una oficina, pero parecía que al finalizar su jornada laboral era capaz de desprenderse como el que se quita una chaqueta. Yo no valía. El traje se adhería a mi piel de tal manera que era imposible de desechar.
     Mi oficio me realizaba, era mi centro. Me implicaba, y a la par, me realizaba. Me daba una satisfacción que ninguna otra cosa me podía ofrecer, pero también escondía su lado oscuro, ya que se apoderaba de mi la frustración por lo aquello no conseguido o el desconsuelo por lo no alcanzado. Lo cierto es que era más importante el trabajo que el trabajador.
     La relación con Yolanda era muy diversa, ella tranquila y contemplativa, yo nervioso y racional. Para ella nada tenía más valor que los instantes plenamente vividos; para mí los momentos verdaderamente productivos. Yolanda disponía de una belleza innata, un cuerpo muy sensual y una gracilidad que rebosaba. Nos amábamos profundamente, y los primeros años de convivencia fueron verdaderamente emotivos. Nos acompañaba una complicidad que muchas parejas quisieran tener. Todo se fue sometiendo a la rutina y al desgaste. Ella fue perdiendo muchas amistades y su círculo se fue deteriorando por diversas razones; yo en cambio fui agrandando mis amistades, sobre todo relacionadas con mi profesión. Eso hacía que ella se sintiera fuera de mi esfera, como una desconocida en mi alcoba. Ni mucho menos quería hacerla sentir así, era su sensación a la que en un principio no le di importancia, pero que al igual que un vaso, se fue colmando. Llegó un momento que colmado de mis afanes me daba igual estar que no estar con ella, una indiferencia que ahora me produce una sensación de culpa y de carga difícil de remediar. Un día tomó la determinación de dejarlo, esta vez iba en serio, ni me inmuté. Pensé que era otro de sus berrinches. Cuando la decisión se transformó en acción, todo comenzó a cambiar. Mi suelo se derrumbaba, mi pasado se desvanecía, el futuro se volvía amplio y a la vez aterrador. Pero mi orgullo camuflaba a sus ojos lo que sentía. Endurecí la personalidad hasta tal punto que parecía no afectarme en absoluto; pero esa torre de marfil se deshacía en el momento en que la puerta se cerraba y su ausencia impregnaba el entorno, las lágrimas era lo único que rellenaba ese ambiente, frío y gris, producido por la bifurcación de dos camino que antes eran uno.
     Por otro lado, a veces, experimentaba cierto éxtasis cuando pensaba en las posibilidades que me ofrecía nuevamente la soltería. Era volver a la juventud donde abocado al disfrute, volvería a deleitarme con sus posibilidades. Todo eran extremos, o bien me sentía pletórico o bien abatido; había perdido mi centro (si es que alguna vez lo tuve).
     Ahora la soledad iba a ser mi implacable compañera. Ahora no había escape ni subterfugios. La realidad se presentaba seca y sin miramientos hacia lo que yo pensaba que merecía. Sentía como si a la existencia no le importase en absoluto mi presencia, como si pasara ante mí con indiferencia, mirándome por encima del hombro. Como si un niño fuese rechazado por su madre, sintiéndose abandonado por la misma. Todo había perdido color, y mis estados de ánimo oscilaban como un péndulo en movimiento. No había calma, ni plenitud, solo desasosiego y ansiedad hacia lo que se me venía encima. Como si la vida hubiera diseñado una tortura lenta y desesperante hacia mi persona.
     El circulo de mis amistades, como por arte de magia, se fue reduciendo inexorablemente. Todo era demasiado cambio a estas alturas. No sabía a que agarrarme y como siempre me apoyé en el trabajo, lo único que siempre estaba ahí, a la espera de mis acciones resolutivas, alimentado mi capacidad de ser productivo y engordando mi estima hasta lo inimaginable.
     Demasiado cambio en tanto poco tiempo. A veces parecía que lo estaba viendo todo como en una película. La angustia era tal que me despertaba en mitad de la noche en la nueva casa con un sudor frío recorriendo mi mente, y mi corazón palpitando hasta su cese. Observaba la habitación y durante los primeros segundos no sabía donde estaba. Tanta novedad me sobrecogía. La mente una vez despierta volvía con su incesante río de pensamientos incontrolados, y hacía como era de suponer, desvelarme en mitad de la noche hasta llegar el amanecer. Un amanecer que radiaba de intensidad, ya que entrados en la primavera, todo adquiere otra tonalidad. Esa alegría estacional chocaba con mi universo interior, que sumido en una catástrofe, no se recomponía pieza a pieza. Ahora se juntaba también el miedo a sufrir crisis de angustia, ya que cuando me asaltaban me bloqueaba de tal manera, que por segundos parecía darme un paseo por el infierno.
     El piso nuevo en mitad de la gran ciudad, era justo lo que necesitaba. Pequeño pero todo al alcance, como cercanía al trabajo, supermercados, tiendas de todo tipo, y sobre todo la ubicación en el centro del casco urbano, ideal para perderme en el bullicio y no escuchar el mío propio.
     La mudanza la realicé en tres días contratando a varías personas y sólo faltaba ocuparme de la casa y su acondicionamiento, evitando cualquier tipo de recuerdo con el pasado. Ahora empezaba todo de nuevo y tenía que poner la carne en el asador. Iba a poder dedicarme cien por cien al trabajo sin preocuparme de que nadie me estaba esperando. Iba a poder levantarme a las tantas sin tener ningún tipo de obligación ni compromiso. Me esperaban salidas nocturnas y coqueteos con desconocidas, aventuras de una noche y la sensación de no tener que dar explicaciones. Yo, mi trabajo, mi casa y mi libertad.
    Pensaba que era cuestión de tiempo, de esperar, que pasara la ansiedad, el agobio, el miedo…. Que volvería a tener todo bajo mi control, y que los planetas se alienarían para ofrecerme lo que realmente me merecía.
     Lo que menos me podía imaginar era lo que me esperaba el destino, la vida, Dios o como queramos llamarlo. Yo, que quería volver a mi dormidera habitual, me iba a topar con un gran despertador!
     Lo incomodo de ver la realidad es que obliga a fluir, aunque uno quiera estarse quieto; está abocado a seguir un flujo de acontecimientos en los que adaptarse. Las resistencias que muchas veces creamos son inútiles ante el poderío existencial.
     Mi vida estaba apunto de dar un giro radical, era cuestión de elegir ante los diferentes caminos que se van abriendo a cada instante, y con mayor o menor torpeza, intuir cual conviene mas, lejos de las apariencias y las expectativas.
     Todo estaba dispuesto; era como querer separar un imán de otro sintiendo la fuerte atracción que se ejercen mutuamente. No sé si llamarlo azar, destino o como fuere, lo cierto era que una novedad maquillada de ingenuidad y de inocencia iba a presentarse abruptamente ante mí, o lo que es lo mismo, estaba abocado a desembocar en un mar hasta ahora desconocido. Sus aguas iban a reportar en mí una serenidad hasta ahora desconocida, pero tenía que prescindir de las prendas que hasta ahora me etiquetaban, para así nadar de forma más sencilla atravesando sus corrientes inexorables. La desnudez del alma estaba cerca, dolorosa pero necesaria para el auto conocimiento de sí. Una faceta muy oculta en nuestra sociedad.


















                                  Un vecino al lado.


   Trataba de instalar la rutina de tal manera que ahuyentara todo tipo de sentimiento emocional negativo. Trataba de ir sincrónicamente con el ambiente de primavera que se respiraba, pero de alguna manera contrastaba inevitablemente. Aún así no caía en la desesperación y seguía adelante.
   Comencé a familiarizarme con el barrio y sus vecinos, que aunque no soy muy dado a sociabilizarme en exceso, me parecía oportuno tener algo de relación. Todos parecían muy sociables y dispuestos a ayudar en todo lo que necesitase, muy cordiales en el ascensor y ya no ponían esa típica cara de interrogación cuando me veían haciendo la mudanza. En mi propio pasillo tenía la presencia de un vecino que debía vivir sólo, a excepción de un gatito siamés, que de vez en cuando se tornaba huidizo y le daba algún que otro quebradero de cabeza. Era una persona de unos sesenta y pico años; delgado, barba de pocos días y, muy menudo, cabello corto con canas, y surcos en la cara no muy exagerados, pero palpables hacia una expresión serena y calmada. Lo que más me llamaba la atención era su cálida sonrisa, y la sensación de ser espontánea, ya que he de reconocer que la mía a veces era forzada, para así atravesar esos momentos sin escapatoria hacía los demás.
   Me lo solía encontrar en el pasillo cuando iba camino al trabajo, normalmente estaba hablando con la vecina de enfrente, una mujer muy de su casa y exasperantemente locuaz. Hablaba a una velocidad de infarto, pero eso no parecía afectar a mi vecino, que con talante paciente parecía no perderse ninguna de las palabras que esta mujer proliferaba. Aun así era capaz de atender a mi saludo en el momento en que me cruzaba con ellos, que para la mujer le pasaba inadvertido, pero en cambio para él le permitía mandarme una confortadora sonrisa. Su mirada era profunda y parecía que tras ella se mantenía un modo de ver distinto al corriente, pero era una sensación a la que tampoco le daba mucha importancia.
   Mi primer encuentro con él fue una mañana que al salir disparado hacia el trabajo me encontré al gato siamés rondando por mi puerta. Cuando le cogí no opuso ninguna resistencia, algo que no me esperaba, ya que los recuerdos que tenía de coger a varios felinos eran desastrosos. Llamé a la puerta del vecino, y al abrirme de forma muy pausada la puerta, se clavó sus ojos en los míos, era como una especie de hipnosis. Cuando vio al gato esbozó una sonrisa. Le dije:
-         Hola, muy buenos días, he visto al gato merodeando por el pasillo y he decidido traérselo por si acaso se escapaba – no se me ocurría otra cosa que decir.
-         Ah! Suele escaparse continuamente, pero se lo perdono, es un gato muy bueno.

Le entregué al gato en sus brazos y en ese momento se escapó corriendo hacia dentro de la casa.
-         Bueno, mi nombre es Sergio- repuse. Soy el nuevo vecino, vivo al final del pasillo. Ya voy pillado de tiempo al trabajo y las responsabilidades me están esperando. Trabajo como jefe de un departamento de ventas y no se puede imaginar todo lo que conlleva.
-         Si la verdad es que el trabajo es muy absorbedor. Mi nombre es Vicente, encantado. Gracias por traerme a Isi.
-         De nada, no es molestia, por lo que veo va de un lado hacia otro.
-         Sí, la verdad es que todos deberíamos aprender bastante de los gatos…
-         ¿Usted cree? – pregunté escépticamente.
-         Oh si, un gato es un torrente de sabiduría, le puedes ver tumbado en la mayor calma profunda y a la vez estar en un estado de alerta permanente.
-         Pues la verdad es que no lo había pensado…
-         Son muchas cosas las que no pensamos y que están ahí - respondió con gran serenidad y sin perder la media sonrisa.
-         Bueno, esto… me tengo que marchar, de verdad no ha sido molestia…
-         Si lo desea, en otro momento, le puedo invitar a una taza de té y así podrá observar a Isi en todo su esplendor!
-         Ah! Bien, perfecto… En otra ocasión será… Bueno que pase una buena mañana, encantado!
-         Igualmente, y gracias!

   La verdad es que de camino al trabajo no podía quitarme de la cabeza esa mirada profunda y sumada a una  semisonrisa que parecía la más espontánea de todas.
   ¿Aprender de un gato? Lo que me faltaba! Ya me gustaría verle batallando con clientes y sacando uñas (nunca mejor dicho), y no todo el día tumbado y comiendo cuando quiere. Pues si en eso es en lo que se fija mi vecino vamos apañados, y ahora me va a estar insistiendo con una taza de té, cuando ni siquiera me gusta, ¡si por lo menos fuera café!
   El día se fue sucediendo con más o menos normalidad, hasta el final de la jornada que decidí ir a casa evitando frecuentar algún bar donde olvidar las penas.
   Pude salir un poco antes de lo habitual y me topé con la caída de la tarde, que siendo en primavera producía una luminosidad distinta.
   Entrando por el pasillo pude ver como se estaba despidiendo de Vicente su vecina de enfrente, y en ese momento su mirada se dirigió hacia mí buscando mi atención.
-         ¿Qué tal, como ha ido la jornada?
-         Bien – repuse- la verdad es que hoy no me puedo quejar…
-         ¿Le apetece tomar algo en mi casa? Así le puedo agradecer su detalle con Isi.

   No sabía que hacer, por un lado no me importa relacionarme con los vecinos, pero por otro prefiero dejar cierta distancia, porque luego no hay quien se los quite de encima.
-         Bien, perfecto, aunque no dispongo de mucho tiempo porque las obligaciones me persiguen, usted ya sabe…- dispuse cortésmente.
-         En ese caso prepararé algo de té, y así charlamos un rato.

   Entrando en la casa de Vicente experimenté una cierta brisa cálida difícil de expresar. La casa era acogedora, pero nada cargada. Me llamó la atención la cantidad de libros que albergaba este hombre, ya que casi todos los títulos para nada me eran familiares, y sobre todo que la inmensa mayoría eran de temática espiritual y  sendas de autorrealización. Tenía alguna imagen de Buda y el olor a incienso impregnaba todo el salón. Isi se paseaba como uno más, sin reparar en mi presencia, como si me conociera de toda la vida, y más enigmáticamente, se dejaba acariciar. Mi principal temor era que se convirtiera en costumbre el hecho de aceptar su ofrecimiento, no era desde luego el mejor momento de mi vida tener una atadura más.
   Vicente llevó a la mesa del salón el té y dos vaso pequeños, todo servido en una bandeja. Vicente solía vestir con ropa liviana, un pantalón de algodón y una camiseta muy de estar en casa. Su expresión en el rostro permanecía serena y llamaba un poco la atención su barba canosa de tres días sin arreglar.
-         Como le decía – comenzó a hablar- tenemos mucho que aprender de los gatos.
-         Por favor tutéame – repuse.
-         Si, claro. Como te decía, a nada que observemos podemos captar la sencillez de un gato y sobre todo su espontaneidad. Isi vive cada instante como si fuera el último y el primero. Es todo un maestro de sabiduría.
-         Ya claro, pero dudo mucho de su gestión a la hora de resolver problemas, sobre todo con clientes. – Respondí tocado en el orgullo.
-         Eso corresponde a otro plano – respondió Vicente-. La vida se mueve en planos y acontecimientos, cada uno con su propio peso específico, y uno no tiene porque solapar a otro, todo está interconectado y a la par, desconectado. En lo que corresponde en como vivir el momento te puedo asegurar que nos gana y con ventaja.
-         Sigo pensando que el día a día es muy distinto en esta sociedad. – Contesté.
-         En el día a día nos movemos en dos universos, el exterior y el interior.

   Vicente me comenzó a hablar de algo con un significado oculto que no terminaba de descifrar. Mí día a día era muy duro como para ponerme a expiar a un gato y ver su inteligencia.
-         Todos vivimos obsesionados con el exterior, con el yo social, dando la espalda al yo interior. Vivimos por y para los demás abandonándonos a nosotros mismos. Podemos acaudalar grandes tesoros, pero ninguno somos capaces de escarbar en el nuestro propio.
-         Yo creo que la meta es llegar a ser alguien en la vida. – Mi tono cada vez era más directo, el suyo seguía tranquilo y sereno.
-         Ya pero ese ¨ alguien en la vida ¨ puede llegar a ser una prisión para nosotros mismos, porque no es mas que una trampa del ego.

   Vicente sirvió el té, tomó muy despacio del mismo y prosiguió.
-         Nada más conocerte esta mañana, sin preguntarte, me enteré de todo. De tu puesto y responsabilidades, antepusiste tu yo social delante de mí. Es tu coraza, es como ¨ mira mi valía ¨, lo que he conseguido, mi valor… Pero donde hay que escudriñar es en quién se esconde bajo esa coraza, bajo esa máscara. En la mayoría de los caso nos encontramos ante un yo muy frágil y susceptible, creando auto defensas constantemente y temiendo perder aquello que cree que tiene.

   Se produjo un silencio. Empezó a brotar en mi cierta ira, pero la controlé. Me sentía como embaucado hacia una conversación que yo no había provocado y me desconcertaba, pero por otra parte intuía que me podría servir de alguna manera.
   Empecé a recordar lo que había dicho por la mañana, y si que es cierto que suelo dar a conocer mi puesto y mi trabajo, no me avergüenza, ni lo hago con mala fe, pero si que es un acto mecánico, y si alguien me cuestionara algo acerca de mis funciones, podría sacar lo peor de mí.
-         ¿Y qué hay de malo? – pregunté.
-         Nada, en apariencia, pero una perdida de energía prestada sólo hacia una parte de ti, dejando obsoleta otra parte desconocida en ti. Somos capaces de estar muchos años estudiando una carrera, pero no somos capaces de brindarnos unos minutos al estudio de uno mismo.
-         Pero por lo menos si llegas a algo tendrás más facilidades, digo yo.

   Vicente volvió a tomar del té;  yo casi ni lo probé.
-         En el mundo de las apariencias si. Tendrás respeto, habrás ganado un gran puesto, que ojo no significa que sea malo, ni mucho menos, el problema viene cuando nos identificamos, de ahí que nada más conocerme haya sido tu tarjeta de identificación.
-         Ahora si que no entiendo nada. – Mas desconcertado que nunca-.
-         Tú vives en sociedad, y tienes un puesto de responsabilidad, y una casa, y un coche ¿no es cierto?
-         Si.
-         Pero también tienes miedo a perderlo ¿no es cierto?
-         Lógico.
-         Creo que el problema no es tener material, sino proyectar en ella nuestra felicidad. Muchas personas compran un coche de última generación y ¿sabes qué?
-         ¿Qué?
-         Nada más comprarlo surge el miedo a perderlo, a que le pase algo, o a que no vivan lo suficiente para disfrutarlo. No hay nada de malo en disfrutar las cosas, sino en el apego aferrante que generamos nosotros mismos hacia las cosas. Todo está en la mente. A la mente no le sirve con disfrutar, sino que quiere eternizar el disfrute. A la mente no le sirve con tener sino que quiere asegurarse lo que tiene. Es de necios aferrarse a las cosas cuando en esta vida, todo está sometido a la ley de lo transitorio.

   Estaba hipnotizado, como si me hubieran dado una paliza. No sabía si tomármelo a bien o a mal. No sé a que venía todo esto, no probé ni el té.
-         Pero ¿por qué me cuenta todo esto?
-         No lo sé.- respondió sin quitar la media sonrisa.
-         No sé si alguien ha hablado con usted o qué, pero no necesito consejos de segunda mano, estoy muy contento con mi vida y no voy a renunciar a los placeres para ser un santo, de hecho trabajo muy duro todos los días y dudo mucho de que su gato llegue a ser un director de departamento.

   Se creo un silencio impregnado por mi arrogancia, pero que supo disipar Vicente con su serenidad. Ni se inmutó. Yo que ya estaba preparado para una gran discusión, pude ver como brotaba de su sonrisa una inconmensurable paz.
   Viendo que no probé el té, repuso:
-         La próxima vez prepararé café.
-         Por qué piensa que habrá próxima vez.
-         La verdad no sé si habrá próxima vez, no está en mi control, pero si la hay… prepararé café.
-         Y qué es lo que se supone que está en su control. – Pregunté irónicamente.
-         Mi actitud. – Respondió con firmeza.
    Es lo único que muchas veces podemos controlar, ya que como dijera Buda:
 - ¨ Los acontecimientos suceden, las acciones se llevan a cabo, pero no hay un hacedor individual ¨ -.

   Bueno… Ahora me metía el rollo de Buda. Lo que me faltaba, creo que iba siendo hora de despedirme, lo que menos me hacía falta es que me metan en una secta.
-         Bueno Vicente creo que es hora de marcharme, siento que no me guste el té, pero como bien dice a la próxima café (no sé yo si habría próxima).
-         Ah! Excelente, cuando quiera podemos seguir charlando y no dude en preguntarme cualquier cuestión.
-         Perfecto, pues…

   Me fui levantando como el que no quiere la cosa y me fui aproximando hacia la puerta. Isi estaba reposado en una silla y su gesto era de una total indiferencia. Creo que empecé a coger algo de manía a ese gato.
   Vicente me acompañó y se despidió con gran afabilidad. Yo me sentía como actuando y creo que no podía disimular mi incomodidad.
- Hasta la próxima, Vicente.
   Y cuando me quise dar cuenta… me estaba abrazando! P    ero ¿por qué? ¿Si le había hecho un feo? ¿Si le había despreciado su invitación?
   Y como leyéndome la mente me dijo:
- Los acontecimientos suceden, las acciones se llevan a cabo, pero no hay un hacedor individual.

   Cerró la puerta y me quedé de pie sin pestañear. Andando por el pasillo tenía la sensación de haberlo soñado. Entré en casa y no podía diferenciar la sensación de realidad del desconcierto que me absorbía.
   -Vaya día, mejor me voy a dormir- me decía; ahora lo que me preocupaba era como quitarme de encima al vecino, que sin duda, me va iba a estar acosando día y noche. Si lo sé no le llevo el gato. Vaya rollo me ha soltado – pensaba sin cesar- y quería que me quedará toda la noche seguro. -Pues si está aburrido que se compré otro gato, yo ya tengo muchas cosas en las que pensar-.
   A lo largo de la noche se me iba presentando una sensación de arrepentimiento y sumado a una terrible soledad por la falta de Yolanda. Me preguntaba como estaría ella ahora, como se sentiría; pero mi orgullo no permitía profundizar en los hechos tal y como eran. Mi cuerpo estaba en el momento presente pero mi mente divagaba y divagaba constantemente, como si de una tortura hacia mi mismo se tratara, y como si mórbidamente tratara de reconciliar cosas que ya no estaban en mi mano.
   Antes de acostarme tomé una copa de whisky, era algo que de algún modo me calmaba. Me introduje en la cama pensando en lo que serían las obligaciones de mañana y en mitad de la noche volvió a pasar… Era como estar sumido en el fondo de una piscina y una fuerza invisible te sacara hacia fuera, bruscamente y sin dar ningún tipo de opción. Me desperté abruptamente y con el corazón apunto de estallar, el sudor frío me recorría todo el cuerpo y la sensación de locura inminente se apoderaba de mí; más sensaciones se iban desplegando en cuestión de segundos, pero para mi eran interminables. Por momentos perdía la sensación de la realidad, lo veía todo como un espectador que  observa una película que le va pasando sin opción a intervenir en ninguna imagen. Era algo completamente desgarrador, que había experimentado alguna vez, pero que ésta era totalmente más exagerada. Al estar a oscuras en la habitación le añadía mas dramatismo al asunto, ya que sumido en la más profunda soledad hacía que la ansiedad tomara un papel protagonista fuera de lo común. Poco a poco me iba calmando, el corazón tomaba su pulso habitual, y la sensación de terror se iba desvaneciendo. Realmente me había dado un paseo por el infierno.
   El miedo se queda en el cuerpo, y más cuando no sabes porque te suceden estas cosas. Por momentos pensé que la conversación con Vicente podría haber sido un detonante para activar mi ansiedad, por otro que debía visitar a un médico para decirle que me estaba volviendo loco y por otro lado acabar con todo de una vez por todas.
   La sensación de angustia es terrible. Quizás una de las peores experiencias de mi vida.
   Volví a conciliar el sueño, pero algo dentro de mí se mantenía alerta, como si de esa manera pudiera evitar otro ataque por sorpresa.
   Lo que estaba claro es que necesitaba ayuda. ¿Pero a quién acudir? ¿Dónde ir? Quizás debería tomar pastillas y hacer algún tratamiento, quizás…
El sueño se fue haciendo amo de mi mismo pero la huella del episodio de pánico quedaba ahí.
  Según Vicente las cosas suceden, pero ¿por qué a mí?





NOTA: Adelanto de los dos primeros capítulos de la novela ¨El vecino de al lado¨, que está en fase de producción.